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IZQUIERDA Y DERECHA: LAS DOS CARAS DEL SISTEMA DE DOMINACIÓN


Enviado por   •  7 de Junio de 2015  •  2.633 Palabras (11 Páginas)  •  140 Visitas

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En la Antigüedad era habitual que en las ciudades Estado, sobre todo en Grecia, las diferentes facciones políticas se agrupasen en torno a uno o varios líderes destacados, aunque sin llegar a crear organizaciones partidistas propiamente dichas. Por regla general los miembros de estas facciones eran conocidos por el nombre de sus líderes. En otros lugares era habitual que diferentes clanes familiares diesen forma a esas facciones políticas, como por ejemplo ocurría en Escocia durante la Edad Media.

Sin embargo, en la época medieval se dan los principales antecedentes de los partidos políticos modernos. En aquella época el principal eje de conflicto que regía la política era el que establecía la distinción entre partidarios del Emperador y del Papa. Esto provocó la formación de grandes ligas entre diferentes familias dinásticas en su lucha por el acceso al trono del Sacro Imperio como fueron los gibelinos, reunidos en torno a la casa de Hohenstaufen, y los güelfos, que se agrupaban en torno a la casa de Welf. Las querellas de ambas casas reales condujeron la mayor parte de los conflictos que se desarrollaron en Italia durante la Edad Media y principios de la Edad Moderna, de tal modo que las diferentes ciudades se alinearon en cada caso a favor o en contra de una de estas familias, y generalmente tomando de referencia las preferencias de sus respectivas ciudades rivales. Si Florencia era güelfa Siena tenía que ser gibelina, y así sucesivamente, sobre la base del viejo principio de que los enemigos de mis enemigos son mis amigos. Pero incluso dentro de estas ciudades también se daban alineamientos entre las principales familias según su adscripción a la causa gibelina o güelfa a partir de las que se desarrollaban las disputas políticas internas, lo que provocaba en algunas ocasiones que la adscripción de una ciudad fuera variable como eran los casos de Bérgamo o Ferrara.

A finales del s. XVII en Inglaterra, durante el reinado de Carlos II, se formaron los principales partidos que organizaban las diferentes facciones políticas en el parlamento. Por un lado estaba el partido tory, compuesto por terratenientes anglicanos de la gentry, y el partido whig, liderado por nobles cuyo principal apoyo recaía en mercaderes, financieros y terratenientes. Constituían facciones políticas de las clases oligárquicas mandantes en el país que se agrupaban en el parlamento, lo que las hacía más próximas entre sí como lo demuestra la revolución de 1688 en la que se aliaron para expulsar al último rey Estuardo, Jacobo II.

En la Francia del s. XVIII, en torno a los clubes políticos que emergieron por todo el país al calor de la filosofía ilustrada dominante en aquel entonces, aparecieron los primeros partidos políticos una vez iniciada la revolución francesa. La denominada Asamblea Nacional, que constituía el órgano soberano en sustitución del rey absoluto, se organizaba en diferentes facciones políticas como eran los girondinos, los jacobinos, los indulgentes, los hebertistas, etc., que también fueron conocidos bajo otras denominaciones en función del lugar que ocupasen en el parlamento, así nos encontramos con los montañeses, la llanura o el pantano, etc. El grado de organización de estas facciones variaba, pero en general sus integrantes solían actuar según unas ideas o directrices comunes.

Estos incipientes partidos políticos eran aparatos de poder sujetos a una dirección central que tenían como objetivo la conquista del poder político, y por tanto conseguir el control de los resortes del poder que estaban concentrados en el Estado para, así, gobernar a quienes no formaban parte del partido. Los partidos eran una respuesta a las necesidades de los grupos sociales dominantes para organizar su intervención política.[1]

En la medida en que el eje central del conflicto político gira en torno a la lucha que desenvuelven los partidos por la conquista y conservación del poder, se han generado diferentes criterios de clasificación del espectro político de entre los que el dominante ha sido, y aún es, la clasificación de izquierda y derecha. Esta clasificación tiene su origen en la revolución francesa y obedecía a los asientos que cada facción política ocupaba en el parlamento.

Esta clasificación no sólo de los partidos políticos sino también de sus respectivas ideologías, se basa en el significado que es asignado a cada uno de sus elementos a partir de un criterio que toma de referencia las diferencias de clase. En función de este criterio se articulan los programas y las organizaciones que articulan la izquierda y la derecha política. Así, una de las definiciones más extendidas para ambos conceptos ha sido la del politólogo escocés Robert McIver, para quien “la derecha siempre es el sector de partido asociado con los intereses de las clases altas o dominantes, la izquierda el sector de las clases bajas en lo económico o en lo social, y el centro de las clases medias. Históricamente este criterio parece aceptable. La derecha conservadora defendió prerrogativas, privilegios y poderes enterrados: la izquierda los atacó. La derecha ha sido más favorable a la posición aristocrática, y a la jerarquía de nacimiento o de riqueza; la izquierda ha luchado por la igualación de ventajas o de oportunidades, y por las demandas de los menos favorecidos. Defensa y ataque se han encontrado, bajo condiciones democráticas, no en el nombre de la clase pero sí en el nombre de principio; pero los principios opuestos han correspondido en términos generales a los intereses de clases diferentes”.[2]

La lucha política ha tendido a ser definida como un conflicto entre clases en el que izquierda y derecha representan posiciones políticas que responden a los intereses de esas clases en discordia, y que llevan consigo valores políticos opuestos.[3] Mientras la izquierda supuestamente persigue una mayor igualdad social en la medida en que recaba el grueso de sus apoyos entre las clases más populares, la derecha, por su parte, persigue mantener esas diferencias sociales al considerarlas el resultado del libre desarrollo personal del individuo, y que por ello reflejan la desigualdad de capacidades que existe entre los miembros de una sociedad. Igualdad y libertad son enfrentadas como valores antagónicos que expresan los intereses de clases opuestas, y por esta razón constituyen valores mutuamente excluyentes.

La distinción política de izquierda y derecha, que ha llegado a ser asumida por sociólogos funcionalistas que se han caracterizado por negar la existencia del conflicto social,[4] resulta del todo insuficiente para explicar la actividad política que rige la lucha partidista. Prueba de esto es el desarrollo de diferentes ejes de conflicto sobre los que se han reagrupado nuevas clasificaciones

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