Ilustracion
overtaker4 de Abril de 2013
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IMMANUEL KANT
Respuesta a la pregunta: ¿Qué es la Ilustración? (1784)
La ilustración es la salida del hombre de su autoculpable minoría de edad.1 La minoría de edad
significa la incapacidad de servirse de su propio entendimiento, sin la guía de otro. Uno mismo es
culpable de esta minoría de edad cuando la causa de ella no reside en la carencia de entendimiento,
sino en la falta de decisión y valor para servirse por sí mismo de él sin la guía de otro. ¡Sapere aude!
¡Ten valor de servirte de tu propio entendimiento! He aquí el lema de la ilustración.
La pereza y la cobardía con las causas de que una gran parte de los hombres permanezca,
gustosamente, en minoría de edad a lo largo de la vida, a pesar de que hace ya tiempo la naturaleza
los liberó de dirección ajena (naturaliter majorennes)2: y por eso es tan fácil para otros erigirse en sus
tutores. ¡Es tan cómodo ser menor de edad! Si tengo un libro que piensa por mí, un director espiritual
que reemplaza mi conciencia moral, un médico que me prescribe la dieta, etc, entonces no necesito
esforzarme. Si puedo pagar, no tengo necesidad de pensar: otro asumirá por mi tan fastidiosa tarea.
Aquellos tutores que tan bondadosamente han tomado sobre sí la tarea de supervisión se encargan
ya de que el paso hacia la mayoría de edad, además de ser difícil, sea considerado peligrosos para la
mayoría de los hombres (y entre ellos todo el bello sexo). Después de haber entontecido a sus
animales domésticos, y procurar cuidadosamente que estas pacíficas criaturas no pueda atreverse a
dar un paso sin las andaderas en que han sido encerrados, les muestran el peligro que les amenaza
si intentan caminar solos. Lo cierto es que este peligro no es tan grande, pues ellos aprendería a
caminar solo después de cuantas caídas: sin embargo, un ejemplo de tal naturaleza les asusta y, por
lo general, les hace desistir de todo intento.
Por tanto, es difícil para todo individuo lograr salir de esa minoría de edad, casi convertida ya en
naturaleza suya. Incluso le ha tomado afición y se siente realmente incapaz de valerse de su propio
entendimiento, porque nunca se le ha dejado hacer dicho ensayo. Principios y formulas, instrumentos
mecánicos de uso racional -o más bien abuso- de sus dotes naturales, son los grilletes de una
permanente minoría de edad. Quien se desprendiera de ellos apenas daría un salto inseguro para
salvar la más pequeña zanja, porque no está habituado a tales movimientos libres. Por eso, pocos
son los que, por esfuerzo del propio espíritu, han conseguido salir de esa minoría de edad y
proseguir, sin embargo, con paso seguro.
1 El término Unmündigkeit se presta a varias traducciones en castellano, pero todas ellas hacen referencia a una cierta
"inmadurez" de quien predica la término. Lo hemos traducido por "minoría de edad", conservando así según nuestra opinión,
toda la carga semántica que tiene el término en alemán. Sin embargo, en otros contextos hemos preferido las palabras
"dependencia"; o "no emancipación". Por el contrario, el término Mündigkeit , que traducimos por "mayoría de edad" por
seguir con le metáfora kantiana, podría traducirse en todos los casos por "emancipación".
2 Del latín, mayor de edad por naturaleza (físicamente), mientras que intelectualmente continúa siendo menor de edad.
Immanuel Kant: Respuesta a la pregunta: ¿Qué es la Ilustración? (1784)
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Pero, en cambio, es posible que el público se ilustre a sí mismo, algo que es casi inevitable si se le
deja en libertad. Ciertamente, siempre se encontrarán algunos hombres que piensen por sí mismos,
incluso entre los establecidos tutores de la gran masa, los cuales, después de haberse autoliberado
del yugo de la minoría de edad, difundirán a su alrededor el espíritu de una estimación racional del
propio valor y de la vocación de todo hombre a pensar por sí mismo. Pero aquí se ha de señalar algo
especial: aquel público que anteriormente había sido sometido a este yugo por ellos obliga más tarde,
a los propios tutores a someterse al mismo yugo; y esto es algo que sucede cuando el público es
incitado a ello por algunos de sus tutores incapaces de cualquier Ilustración. Por eso es tan perjudicial
inculcar prejuicios, pues al final terminan vengándose de sus mismos predecesores y autores. De ahí
que el público pueda alcanzar sólo lentamente la Ilustración. Quizá mediante una revolución sea
posible derrocar el despotismo, pero nunca se consigue la verdadera reforma del modo de pensar,
sino que tanto los nuevos como los viejos prejuicios servirán de riendas para la mayor parte de la
masa carente de pensamiento.
Pero para esta Ilustración únicamente se requiere libertad, y, por cierto, la menos perjudicial entre
todas las que llevan ese nombre, a saber, la libertad de hacer siempre y en todo lugar uso público3 de
la propia razón. Mas escucho exclamar por doquier: ¡No razonéis! El oficial dice: ¡No razones,
adiéstrate! El funcionario de hacienda: ¡No razones, paga! El sacerdote: ¡No razones, ten fe! (Sólo un
único señor en el mundo dice razonad todo lo que queráis, pero obedeced.) Por todas partes
encontramos limitaciones de la libertad. Pero ¿qué limitación impide la Ilustración? Y, por el contrario,
¿cuál la fomenta?. Mi respuesta es la siguiente: el uso público de la razón debe ser siempre libre;
sólo este uso pueda traer Ilustración entre los hombres. En cambio, el uso privado de la misma
debe ser a menudo estrechamente limitado, sin que ello obstaculice, especialmente, el progreso de la
Ilustración. Entiendo por uso público de la propia razón aquél que a alguien hace de ella en cuanto
docto (Gelehrter) ante el gran público del mundo de los lectores. Llamo uso privado de la misma a la
utilización que le es permitido hacer de un determinado puesto civil o función pública. Ahora bien, en
algunos asuntos que transcurren en favor del interés público se necesita cierto mecanismo, léase
unanimidad artificial en virtud del cual algunos miembros del estado tiene que comportarse
pasivamente, para que el gobierno los guíe hacia fines públicos o, al menos, que impida la
destrucción de estos fines. En tal caso, no está permitido razonar, sino que se tienen que obedecer,
en tanto que esta parte de la máquina es considerada como miembro de la totalidad de un Estado o,
incluso, de la sociedad cosmopolita y, al mismo tiempo, en calidad de docto que, mediante escritos,
se dirige a un público usando verdaderamente su entendimiento, puede razonar, por supuesto, sin
que por ello se vean afectados los asuntos en los que es utilizado, en parte, como miembro pasivo.
Así, por ejemplo, sería muy perturbador si un oficial que recibe una orden de sus superiores quisiere
argumentar en voz alta durante el servicio acerca de la pertinencia o utilidad de al orden; él tiene que
obedecer. Sin embargo, no se le puede prohibir con justicia hacer observaciones, en cuanto docto,
acerca de los defectos del servicio militar y exponerlos ante el juicio de su público. El ciudadano no se
3 Por el contrario, el uso privado de la razón es el que alguien ejerce como titular de un cargo publico; por ejemplo, el que
lleva a cabo un funcionario o un oficial del ejército
Immanuel Kant: Respuesta a la pregunta: ¿Qué es la Ilustración? (1784)
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puede negar a pagar los impuestos que le son asignados; incluso una mínima crítica a tal carga, en el
momento en que debe pagarla, puede ser castigada como escándalo (pues podría dar ocasión de
desacatos generalizados). Por el contrario, él mismo no actuará en contra del deber de un ciudadano
si, como docto, manifiesta públicamente su pensamiento contra la inconveniencia o injusticia de tales
impuestos. Del mismo modo, un sacerdote está obligado a enseñar a sus catecúmenos y a su
comunidad según el símbolo de la iglesia a la que sirve, puesto que ha sido admitido en ella bajo esa
condición. Pero, como docto, tiene plena libertad e, incluso, el deber de comunicar al público sus
bienintencionados pensamientos, cuidadosamente examinados, acerca de los defectos de ese
símbolo, así como hacer propuestas para el mejoramiento de las instituciones de la religión y de la
iglesia. Tampoco aquí hay nada que pudiera ser un cargo de conciencia, pues lo que enseña la virtud
de su puesto como encargado de los asuntos de la iglesia lo presenta como algo que no puede
enseñar según prescripciones y en nombre de otro. Dirá: nuestra iglesia enseña esto o aquello, éstas
son las razones fundamentales de las que se vale. En tal caso, extraerá toda la utilidad práctica para
su comunidad de principios que él mismo no aceptará con plena convicción; a cuya exposición, del
mismo modo, puede comprometerse, pues no es imposible que en ellos se encuentre escondida
alguna verdad que, al menos, en todos los casos no se halle nada contradictorio con la religión
íntima. Si él creyera encontrar esto último en la verdad, no podría en conciencia ejercer su cargo;
tendría que renunciar.
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