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Jean Jacques Rousseau

achichinclue8 de Abril de 2013

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Rousseau, Jean-Jacques (1712-1778)

Filósofo suizo, ilustrado y romántico, nacido en Ginebra. Su madre, Suzanne Bernard, muere a los pocos días de haber dado a luz, y su padre, Isaac Rousseau, le educa en casa leyendo con él novelas sentimentales y las Vidas de Plutarco, pero cuando por causa de un duelo se ve obligado a exiliarse de Ginebra para evitar la cárcel, abandona al pequeño Jean-Jacques de diez años de edad, que es acogido por su tío y enviado a vivir a pensión, junto con su propio hijo, en casa de un clérigo, donde recibe por primera vez una cierta educación escolar. Vuelto a Ginebra, entra a trabajar como aprendiz de escribano y de grabador. Cuatro años más tarde, en 1728, abandona su casa y Ginebra, tras llegar tarde a la ciudad y ver de lejos cómo se le cierran las puertas, y a sus dieciséis años se lanza al mundo aventuradamente.

En Annecy, Saboya, es acogido por un clérigo, que lo recomienda a una conversa al catolicismo, Mme. de Warens, quien a su vez lo envía a un catecumenado en Turín, donde abandona el calvinismo y es bautizado como católico; sirve como criado durante un tiempo en esta ciudad, y finalmente vuelve con Mme. de Warens, con quien establece una amistad materno-filial, que con el tiempo se transforma en amorosa y apasionada.

Transcurren diez años de lecturas, estudios, obras literarias de poca monta, aventuras, viajes, rupturas y regresos a Annecy, hasta que se produce la ruptura definitiva con la mujer que hasta entonces le había dado estabilidad emocional. Marcha a París, donde presenta a la Academia de Ciencias un Proyecto concerniente a nuevos signos para la música, que es rechazado; compone la ópera Les Muses galantes, Mme. d´Épinay lo introduce en el ambiente distinguido y es nombrado secretario de embajada en Venecia.

Vuelve a París en 1744 y comienza su trato con los philosophes, Diderot y d´Alembert sobre todo, y su colaboración en artículos para la Enciclopedia; conoce por esta época a Thérèse Levasseur, una mujer analfabeta a quien toma por compañera para toda la vida y con quien tendrá cinco hijos que serán depositados todos en la Maternidad pública. En 1749 va a visitar a Diderot, que se encuentra en la cárcel de Vincennes, y por el camino lee en el «Mercure de France» la convocatoria de un premio de moral por la Academia de Dijon, sobre el tema Si el establecimiento de las ciencias y las artes han contribuido a depurar las costumbres.

Su respuesta en forma de un «no» decidido, como crítica a los valores culturales de la sociedad de su tiempo y a los ideales ilustrados, constituye su primera obra importante, Discurso sobre las ciencias y las artes, premiada por la Academia y publicada en 1750. Aquí comienza el itinerario filosófico de Rousseau. La temática de esta primera obra es causa de una intensa polémica, que le da celebridad y que le obliga, hasta cierto punto, a proseguir por la misma línea. Tras decidir ganarse la vida como copista de música, se reconcilia con el protestantismo y con la ciudad de Ginebra y publica alguna ópera (Le Devin du village); en 1754 escribe Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres, también como respuesta a una nueva convocatoria de la Academia de Dijon, que se pregunta «Cuál es el origen de la desigualdad entre los hombres y si la ley natural la justifica»; esta segunda obra, de mayor profundidad filosófica que la primera, no resulta premiada, pero Rousseau la publica en Amsterdam, en 1755, y la dedica a la república de Ginebra. En ella apunta la idea central del pensamiento de Rousseau: hallar en uno mismo aquella parte de naturaleza que la sociedad todavía no ha empeorado. Voltaire le comunica que ha recibido este «nuevo libro contra el género humano», y se lo agradece. Su actitud de negación y de reformador le hace sentirse incómodo en París, y acepta que su amiga Mme. d´Épinay le ceda su casa de campo, el Ermitage, para retirarse; allí trabaja intensamente, y lo hace luego en Mont-Louis à Montmorency y más tarde en el Petit-Château de Montmorency, donde permanece seis años. Durante este período, alterado por los vaivenes amorosos y las amistades rotas (con Diderot, con Voltaire), Rousseau escribe Carta a Voltaire sobre la providencia (1756) -en respuesta a su Poema sobre el desastre de Lisboa-, Cartas morales a Sofía (1757-1758), Carta a d´Alembert sobre los espectáculos (1758) -en respuesta a un artículo de éste, «Ginebra», en la Enciclopedia -, Julia o la nueva Eloísa (1756-1760) -tras enamorarse de su sobrina Sophie d ´Houdetot-, Emilio (1759-1761), El contrato social (1760-1761) y Cartas autobiográficas a Malesherbes (1762). Es la época de su mejor producción literaria, pero sus obras, sobre todo Emilio y El contrato social , son rechazadas en Francia y, por la primera de ellas, se le ordena prisión. Rousseau, privado ya de influencias y amigos, ha de huir a Suiza. Pero Ginebra prohíbe también Emilio y El contrato social y los envía a la hoguera; otros países, ciudades o universidades prohíben asimismo sus obras, y Rousseau se refugia en Môtiers-Travers, en Neuchâtel, bajo la protección de Federico II de Prusia; adopta desde entonces el traje armenio, y allí escribe Carta a Christophe de Beaumont (1763), en la que defiende las ideas de La profesión de fe de un vicario saboyano, incluida en el libro IV de Emilio, condenado por el arzobispo de París. En Cartas escritas desde la montaña (1764) rechaza el trato que la ciudad de Ginebra otorga a sus obras. La hostilidad contra él va creciendo por doquier: su casa es apedreada por incitación del cura de Môitiers; se marcha a la isla de Saint-Pierre y, finalmente, acepta la invitación de David Hume, amigo suyo, para trasladarse a Inglaterra. Instalado primero en Chiswick, en 1766, pasa luego a Wooton, pero las tensiones y el temor que lleva dentro hacen que se sienta perseguido y desconfíe incluso de Hume, y huye angustiado de Inglaterra volviendo a Francia con el nombre de Renou. Vaga por Francia, se casa civilmente con Thérèse Levasseur, en 1768, y se establece en París en 1770 donde permanece hasta 1778; vuelve a copiar música, clasifica hierbas y escribe sobre botánica Mientras tanto ha publicado Confesiones (1767-1771), escritas en buena parte durante su estancia en Inglaterra, y escribe y no acaba Las meditaciones de un paseante solitario . Se traslada en 1778 a Ermenonville, al castillo del marqués de Girardin, donde muere de apoplejía. El 9 de octubre de 1779, por decisión de la Asamblea Constituyente, sus restos son trasladados al Panteón.

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Si el establecimiento de las ciencias y las artes han contribuido a depurar las costumbres

El restablecimiento de las ciencias y de las artes ¿ha contribuido a depurar o a corromper las costumbres? Eso es lo que se trata de examinar. ¿Qué partido debo adoptar ante esa cuestión? (...) Comprendo que será difícil apropiar lo que tengo que decir al tribunal en el que comparezco. ¿Cómo atreverse a censurar a las ciencias ante uno de los más sabios senados de Europa, elogiar la ignorancia en una célebre Academia, y conciliar el menosprecio del estudio con el respeto a los verdaderos sabios? He visto esas dificultades, pero no me han arredrado. No ataco a la Ciencia -me dije-; defiendo la Virtud ante hombres virtuosos. La probidad es aún más cara a las gentes de bien que la erudición a los doctos. ¿Qué he de temer entonces? ¿La ilustración de la asamblea que me escucha? (...)

(...) Antes de que el arte hubiese moldeado nuestros modales y enseñase a nuestras pasiones a hablar un lenguaje adecuado, nuestras costumbres eran rústicas, pero naturales; y la diferencia de las conductas denunciaba inmediatamente la de los caracteres. En el fondo la naturaleza humana no era mejor; pero los hombres hallaban su seguridad en la facilidad de conocerse recíprocamente; y esa ventaja, cuyo valor ya no apreciamos, les evitaba muchos vicios. Hoy cuando las investigaciones más sutiles y un gusto más refinado han reducido a principios el arte de agradar, reina en nuestras costumbres una deformidad vil y engañosa, y todos los espíritus parecen haber sido echados en el mismo molde; (...) no nos atrevemos a parecer lo que somos; y en esta contención perpetua, los hombres que forman el rebaño llamado sociedad, colocados en las mismas circunstancias, harán todos las mismas cosas si motivos más poderosos no los apartan de ellas. (...) No hay ya amistades sinceras, ni estimación real, ni confianza fundada. Las sospechas, los recelos, los temores, la frialdad, la reserva, el odio y la traición se ocultarán siempre bajo el velo uniforme y pérfido de la cortesía, bajo esa urbanidad tan elogiada que debemos a la ilustración de nuestro siglo. No se profanará ya mediante juramento el nombre del Señor del Universo; pero se le ofenderá con blasfemia, sin que nuestros escrupulosos oídos se sientan ultrajados. No se alcanzará el mérito propio; pero se rebajará el ajeno. No se insultará groseramente al enemigo, pero se le calumniará hábilmente. Los odios nacionales se extinguirán, pero junto con el amor a la Patria. La despreciada ignorancia será sustituida por un perjudicial pirronismo. Habrá excesos proscritos y vicios vilipendiados, pero otros se adornarán con el nombre de virtudes; y habrá que tenerlos o aparentarlos. Elógiese cuanto se quiera la sobriedad de los sabios de este tiempo; yo sólo veo en ella un refinamiento de intemperancia tan indigno de un elogio como su artificiosa sencillez. (...) Opongamos a esos cuadros el de las costumbres del reducido número de pueblos que, preservados de ese contagio de vanos conocimientos, han hecho por sus virtudes su propia felicidad y son

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