LAS VALORACIONES DE LA CIENCIA A PARTIR DE LA PRÁCTICA CIENTÍFICA
gonzalo78726 de Junio de 2013
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LAS VALORACIONES DE LA CIENCIA A PARTIR DE LA PRÁCTICA CIENTÍFICA
Richard Antonio Orozco C.
RESUMEN
En el presente artículo, el autor muestra cómo una interpretación idealizada de la ciencia ha llevado al sentido común a imaginar una supuesta neutralidad ética de esta. E incluso se ha supuesto que la ciencia debe ser la guía de la sociedad pero sin asumir ninguna dependencia de esta hacia aquella. El autor muestra entonces una nueva forma de interpretar la ciencia a partir de las prácticas científicas, un modelo muy reciente forjado desde los años sesenta en la filosofía de la ciencia post-kuhniana. En este modelo, adaptativo y pragmatista, la ciencia revela su mayor dependencia hacia los valores sociales y así se puede hablar de una axiología ampliada para la ciencia.
PALABRAS CLAVES
Filosofía de la ciencia, hechos, experiencia, idealización, naturaleza, práctica científica, axiología.
Cuando nos preguntamos por los valores epistémicos o, mejor expresado, por las valoraciones en la ciencia, podríamos resumir la cuestión en una pregunta general: ¿es la ciencia un valor para la sociedad o son las valoraciones sociales las que guían el accionar científico? Evidentemente, la respuesta tiene matices, no es que la respuesta sea que una es modelo para la otra de forma exclusiva, sino que ambas se norman mutuamente. Por un lado, la ciencia es un modelo valioso para la sociedad. Así pues, asumimos como verdadero el hecho de que si nuestras actividades sociales fueran metódicas – es decir, modeladas científicamente – entonces serían buenas (eficientes). Por ejemplo, si nuestra alimentación fuera metódica, entonces gozaríamos de la anhelada salud. En otras palabras, identificamos lo metódico con lo eficiente y así, indirectamente, reforzamos la idea de que es la ciencia misma la que muestra lo valioso para la sociedad. Por otro lado, intuitivamente también sabemos que la misma sociedad va marcando los derroteros sobre los cuales se desarrolla la labor científica. Son los intereses sociales y sus valoraciones las que de alguna forma definen muchas decisiones al interior de la ciencia (como por ejemplo, los aspectos sobre su financiamiento o sus perspectivas privilegiadas).
Sin embargo, aparecen también voces que discrepan con estas dos posiciones. Por un lado, asumir a la ciencia como modelo para la sociedad puede significar un reduccionismo de la vida misma. Henry Bergson decía que la ciencia está incapacitada para entender la vida del espíritu; y un filósofo peruano de comienzos del siglo XX, Mariano Iberico, reclamaba contra el cientificismo de nuestra educación que de alguna forma priva a los educandos de la necesaria apertura hacia el ámbito trascendental (religioso) . En la otra esquina, también los cientificistas alzan su voz de protesta cuando se le quiere imponer a la ciencia una normatividad social. Se exige así una libertad de investigación, cuya única exigencia sea la búsqueda de la verdad. Se piensa así que la verdad es un valor que se autorregula y es suficiente para la determinación de la investigación científica. Bajo estas últimas perspectivas, el mayor favor que le podríamos hacer tanto a la ciencia como a la sociedad es mantenerlas en una “cortés indiferencia”.
Creo yo que la perspectiva que más se privilegia en el sentido común es la perspectiva cientificista, es decir, es más fácil asumir que es la ciencia la que define las valoraciones de la sociedad en lugar de pensar que pueda ser la sociedad quien marque los límites y posibilidades a la ciencia. Quizá la razón principal de que este cientificismo esté tan presente en el sentido común es la determinación de la verdad en la ciencia como representación exacta de la naturaleza. Muchos filósofos se han encargado durante buena parte del siglo XX a desmitificar tal concepción de la verdad y así es algo de lo que yo no pienso ocuparme. Sin embargo, creo yo que hay también otra razón por la que se privilegia la posición cientificista y es que esta está asociada a una interpretación idealizada de la práctica científica. Lo que deseo mostrar aquí es que dicha perspectiva idealizada de la práctica científica es incorrecta y que en su lugar, una interpretación adaptativa de esta pueda ser mucho más realista y veraz. La conclusión a la que deseo arribar es a un argumento que defienda una mayor cercanía de la ciencia hacia la sociedad y, aún más, un modelo que muestre cuán dependiente es la ciencia de las valoraciones sociales. En otras palabras, mi conclusión será una más amplia axiología científica de la que el sentido común hoy pretende reconocerle. Con este propósito, dividiré mi texto en tres secciones. En un primer momento, voy a mostrar las premisas fundamentales de la interpretación idealizada que yo he denominado como cientificista. En la segunda sección, pasaré a mostrar lo que sería una interpretación adaptativa de la práctica científica; y finalmente, en un espacio más reducido extraeré la conclusión de la axiología ampliada.
1. La interpretación idealizada de la práctica científica
Por práctica científica estoy entendiendo, de manera general, las acciones que los científicos realizan para producir conocimientos científicos. La práctica científica incluye la investigación, el experimento, el reconocimiento de enigmas, las pruebas de comprobación, la elaboración del informe y la consideración de las conclusiones. Ya desde el mismo hecho de plantear una comprensión de la ciencia desde su práctica supone ya una novedad de enfoque. En la interpretación idealizada, la característica principal es que se hace abstracción de la práctica y por ello mismo resulta ser idealista. Para entender mejor esto que estoy llamando la interpretación idealizada, voy a describirla con cuatro características:
En primer lugar, se percibe a la ciencia como una entidad de recursos ilimitados y así mismo al científico como una superinteligencia de capacidades también ilimitadas. Esto quiere decir que, aunque se considere a los instrumentos científicos como mejorables, se entiende también que es solo cuestión de tiempo para que podamos lograr las velocidades, la precisión y las procesadoras de información que requieren nuestros mayores experimentos. No es pues ni la ciencia ni el científico el que nos impide lograr todo el conocimiento del mundo, el control de la naturaleza, sino que es la imprecisión de nuestros instrumentos y su falta de finura. Herbert Simon nos decía que fue en la Ilustración en donde se forjó esta forma de pensar en la que se señalaba como una cuestión de tiempo la razón para que un día la ciencia pueda conocer todas las leyes de la naturaleza y llegar así a predecir todos los fenómenos naturales.
En segundo lugar nos encontramos con la idea de un científico enfrentado directamente a los hechos de la experiencia, sin mediación alguna. Se piensa así que los hechos de la experiencia están así expuestos y que son transparente, que lo único que falta son instrumentos cada vez más precisos para llegar a conocerlos a cabalidad y desentrañar sus leyes.
En tercer lugar aparece la idea de una ciencia como un sistema de conocimientos acumulativos. La ciencia sería así como una biblioteca con ilimitados estantes en donde acumulamos los libros y los conocimientos. Cada nuevo libro se suma a los anteriores y, en algunos casos, simplemente vuelve obsoletos algunos conocimientos previos. Como lo libros de Galileo hicieron obsoletos los libros de Ptolomeo.
Una cuarta característica de este modelo idealizado de ciencia sería la aceptación de que existen leyes en la naturaleza. Estas serían el objetivo máximo de la ciencia. Era el sueño de Newton que se fortaleció cuando este “descubrió” la ley de la gravedad. Laplace, un filósofo y científico del siglo XIX, pensaba que llegaría el día en que podríamos conocer cada minúsculo movimiento de la naturaleza, ya que todo en la naturaleza se movía bajo la ley de la causalidad. Solo nos haría falta una máquina que procesara la información en conjunto y podríamos determinar cada nuevo suceso en el mundo. Anótese, además, que la idea de un mundo regido por leyes es una herencia de la ciencia medieval. En ese entonces se pensaba que el mundo había sido creado por Dios de manera armónica, bajo la forma de un perfecto y fino reloj de manecillas. La armonía del mundo se mantenía gracias a leyes fijas y constantes; y como dice Santo Tomás en la quinta vía, esto era reflejo de un creador artesano.
Todas estas características forman, en mi opinión, casi una caricatura de la ciencia y de su práctica. Así pues, uno se puede imaginar al científico frente a un mundo que es ordenado y regido por leyes y que le muestra al científico solo su primera cara que es los hechos de la experiencia. Estos, a su vez, están allí para que el científico los acomode, los entienda, los sopese y saque conclusiones que va acumulando en anaqueles. El único problema de este científico es la escasez de finura y precisión en sus instrumentos. Por supuesto, no cuentan para nada ni los aspectos sociales, ni culturales ni la personalidad misma del científico. Si dicho científico es hombre o mujer, cristiano o ateo, es completamente irrelevante en su práctica.
La conclusión de este modelo idealizado es lo que se denomina la neutralidad ética de la ciencia. El único valor que guía la práctica científica vendría a ser la verdad que a su vez solo está constreñida por las leyes de la lógica. Y ¿qué se estaría entendiendo por verdad? Pues la representación exacta de la naturaleza. Cualquier otra consideración ética o
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