La Esperanza, Lo Absurdo.
Mel.budet4 de Junio de 2014
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La Esperanza, Antonio Caso:
El filósofo mexicano tomó la época sacudida, agrietada, convulsiva, llena de profundos abismos y de aspiraciones de justicia y trató de iniciar su labor de restaurador, atacando las doctrinas decadentes, y presentando las bases para una nueva creencia que dé sentido a todo su pensamiento.
La mayor preocupación de Antonio Caso, fueron los valores morales, y esto porque contempla con dolor el deterioro de la nación con deseos bestiales del hombre que finca su atención en el tener sobre el ser. El siglo XIX, merced a su industrialismo y positivismo sui géneris, vivió una tremenda transmutación de valores morales; cada individuo quiere más y más. Los pueblos, como los hombres, ansían tener más, la codicia de uno es la codicia de todos.
Afirma que el siglo es egoísta y perverso; pero, sin embargo, debemos amar a los hombres de nuestro siglo que parece, ya no saben amar; es decir, obran sólo por hambre y por codicia. De aquí surge la necesidad de crear nuevos valores, comenzando por amarnos; porque el amor, al fin, es más fácil que el odio; significa descanso, confianza y paz.
El Dr. Caso comprendió que el problema social de México era, sobre todo, de carácter moral. Esto es lo que constituye el núcleo de su pensamiento, de donde brota su preocupación por el tema.
En nuestro filósofo encontramos una íntima relación entre su doctrina y sus ideales. Enseña que el mundo moral nace esplendoroso en el momento en que se realiza un acto de sacrificio. Define la moral en términos ascéticos, como sacrificio y como caridad. Pero su moral, no es al estilo kantiano; por el contrario, enseña que debemos ser buenos por entusiasmo y por amor y no por respeto a la ley y al deber. Según Caso, existen varios órdenes; el biológico, el egoísmo sistemático, que tiende a transformar en sustancia propia el alimento, la sustancia material. El vegetal, por su parte, se nutre del mineral; el animal, a su vez, del vegetal; el hombre, de todos ellos. Por tanto, unos como otros se niegan a sí mismos en el fracaso de toda individualidad viviente. En cambio, en el género humano hay desinterés, voluntad, caridad, deseos de ayudar al que sufre; desea evitarle el dolor y aún la misma muerte. El orden físico es perecedero y transitorio; el orden biológico es contingente; lleva consigo la destrucción. todo ello es mudable; en cambio, el bien, que quizás es la metafísica de la esperanza, cuando ya no tenga individuos que redimir y cese su fin terreno, persistirá otro nuevo orden, no como ánimo de renuncia, sino como vida espiritual, pura, libre y única. El bien, sobreviene a la existencia, pero ésta de alguna manera causa el bien.
La fe, para Caso, va cogida de la mano con la caridad, por que “la fe existe unida a la caridad, así como la luz es imposible sin el sol”. Ya en su obra “La Existencia, como economía, como desinterés y como caridad”, hace eco a las palabras de San Pablo. “Y si tuviese el don de profecía y entendimiento, todos los misterios y toda la ciencia, y si tuviese la fe de manera que pudiese traspasar las montañas, y no tuviese caridad, nada soy”. “La fe es la mayor evidencia, la mayor experiencia del bien”.
A la fe y a la caridad añade la esperanza como la más grande sabiduría socrática; la más filosófica y amable de todas las virtudes.
Con gran optimismo en las acciones humanas, subraya que el que espera, sabrá que hoy, mañana y siempre, los hombres se sacrificarán para evitar el dolor de sus semejantes; sabe que siempre habrá buenas acciones; que se volcarán los espíritus fuera de si mismos; que todo valor moral se conservará indeficientemente en la tabla de diamante de Dios. Añade que los valores eternos tienen como fin no el referirse al sujeto como tal, capaz de encarnar valores, sino a su relación con el principio de su ser.
Lo producido por los actos sobrenaturales, es efecto de la facultad humana, de acuerdo con sus propias fuerzas. Con el ejercicio de las virtudes morales, ejecutadas con un fin sobrenatural, éstas nos elevan a un nivel superior, por lo que somos capaces de merecer. Entonces sí “se realiza el hombre, a medida que se perfecciona “, como lo afirma el maestro Caso, pues se perfecciona no con miras a si mismo, sino para alcanzar a Dios que es el Bien. No busca aquí el hombre su propio bien.
El Miedo, Michel de Montaigne:
En un corto ensayo sobre el miedo, Miguel de Montaigne, filósofo, humanista, moralista y político francés, dice: "La cosa a la que tengo más miedo es el miedo, porque supera en poder a todo lo demás". Lo dramático es el miedo general a tener que vivir permanentemente con miedo, ya que eso paraliza a la sociedad, le impide desarrollarse y no le permite instrumentar las medidas necesarias para vencerlo y suprimir las causas que lo originan. Además, ese temor colectivo genera la impresión de que los causantes del miedo están ganando la batalla.
La inseguridad por la vida, la familia y los bienes que cotidianamente afrontamos afecta principios básicos de la convivencia en armonía e impide el funcionamiento normal de la sociedad. Los hombres necesitamos vivir y crecer dentro de un marco cierto y eso sólo lo proporciona un ordenamiento normativo basado en valores socialmente aceptados y respetados por todos. Si ese orden no existe o es impunemente violado, la seguridad general es imposible y ella genera el miedo colectivo o "terror pánico", como a esa sensación social la llamaban los griegos.
“La premeditación de la muerte es premeditación de la libertad. El que aprende a morir, aprende a no servir. El saber morir nos libera de toda atadura y coacción. No existe mal alguno en la vida para aquél que ha comprendido que no es un mal la pérdida de la vida.” Claramente se observa que Montaigne con este tipo de reflexiones se trataba de auto convencer de que, como le quedaba poco tiempo de vida, no debía temerle a la muerte. Tal vez atravesaba por un momento en que tenía más miedo al miedo de morir que a la propia muerte, pues dice “[…] nos han enseñado que es aún más importuno e insoportable que la muerte.”.
De cómo filosofar es aprender a morir. De igual forma se puede ver un pensamiento existencialista en éste ensayo, donde añade el autor que vivir es aprender a morir. Nada hay seguro en la vida que no sea la muerte, ya que nadie asegura ni la felicidad ni una vida prolongada.
En su ensayo sobre el miedo, Montaigne lo caracteriza como una pasión extraña de la cual desconoce su origen, pero que es la que más puede trastornar nuestro juicio.
Describe una serie de situaciones en las que el miedo es causa de conductas que empobrecen la dignidad, tales como los arrebatos de pánico de muchas veces se confunden con la cobardía.
El miedo se deriva frente circunstancias desconocidas o hechos que amenazan con despojarnos de nuestros bienes o la vida misma. Pero hay algo de certeza en la observación de Montaigne cuando señala que “hasta a los que recibieron buen número de heridas en algún encuentro de guerra, ensangrentados todavía, es posible hacerlos coger las armas el día siguiente; pero los que tomaron miedo al enemigo, ni siquiera osarán mirarle la cara”.
El francés asegura que los que viven en continuo sobresalto por temor a perder sus bienes, y ser desterrados o subyugados, se encuentran siempre sumidos en una angustia profunda; ni comen ni beben con el necesario repeso, “en tanto que los pobres, desterrados y los siervos suelen vivir alegremente”.
El número de personas a quienes el miedo ha hecho ahorcarse, ahogarse y cometer otros actos de desesperación, afirma el filósofo, nos enseña que es más importuno o insoportable que la misma muerte. Para complementar su teoría, presenta una variedad de casos que ilustran las más diversas formas en que aparece y afecta el miedo, pasión tan extraña que provoca insensatez, genera las más terribles alucinaciones y domina hasta los más sabios.
La Angustia, Sören Kierkegaard:
El Concepto de la angustia es quizá el libro más conocido del danés Sören Kierkegaard (1813-1855), y en él se articulan algunos de los conceptos en los que se apoya el existencialismo cristiano. La angustia se relaciona con el pecado y con la libertad. Engendrada por la nada, alimentada por la impaciencia, surgida como «realidad de la libertad en cuanto posibilidad», la angustia es «el vértigo de la libertad» y al mismo tiempo un medio de salvación que conduce a la fe, a la verdad que años antes de escribir este libro el autor, en su diario íntimo, confesaba buscar como sentido definitivo de su existencia: «Es preciso encontrar una verdad, y la verdad es para mí hallar la idea por la que esté dispuesto a vivir y morir».
En “El Concepto de Angustia” el objeto principal de este libro, curiosamente, no es la angustia sino el pecado. Del pecado, dice el pseudónimo Vigilius Haufniensis, no se puede hablar de cualquier manera. Hay maneras de hablar del pecado en las cuales, si uno no acierta en la tonalidad en la que habla, se vuelve cómico. Esto pasa con muchos sacerdotes cuando en misa hablan del pecado: son cómicos. Hablan también para otras personas que tienen algo de cómico, que son los que Kierkegaard llama “cristianos domingueros”, que van a la iglesia los domingos a cumplir con un rito social, para sentirse parte de la “cristiandad”. También la filosofía especulativa se vuelve cómica cuando habla del pecado. Cuando en realidad el tema del pecado, dice Kierkegaard, es el tema serio por excelencia. Y la tonalidad con la que es menester hablar del pecado es la seriedad. De manera tal que si uno no habla con seriedad, por más que esté hablando del pecado,
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