La apuesta
Juanito19evMonografía19 de Junio de 2013
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1. LA APUESTA
¿Por qué estas investigaciones? Me doy cuenta muy bien de que una incertidumbre
atravesó los esbozos trazados más arriba; corro el riesgo de que la misma condene las
investigaciones más pormenorizadas que he proyectado. Cien veces he repetido que la
historia de las sociedades occidentales en los últimos siglos no mostraba demasiado el
juego de un poder esencialmente represivo. Dirigí mi discurso a poner fuera de juego esa
noción, fingiendo ignorar que una crítica era formulada desde otra parte y sin duda de modo
más radical: una crítica que se ha efectuado al nivel de la teoría del deseo. Que el sexo, en
efecto, no esté "reprimido", no es una noción muy nueva. Hace un buen tiempo que ciertos
psicoanalistas lo dijeron. Recusaron la pequeña maquinaria simple que gustosamente uno
imagina cuando se habla de represión; la idea de una energía rebelde a la que habría que
dominar les pareció inadecuada para descifrar de qué manera se articulan poder y deseo; los
suponen ligados de una manera más compleja y originaria que el juego entre una energía
salvaje, natural y viviente, que sin cesar asciende desde lo bajo, y un orden de lo alto que
busca obstaculizarla; no habría que imaginar que el deseo está reprimido, por la buena
razón de que la ley es constitutiva del deseo y de la carencia que lo instaura. La relación de
poder ya estaría allí donde está el deseo: ilusorio, pues, denunciarla en [100] una represión
que se ejercería a posteriori; pero, también, vanidoso partir a la busca de un deseo al
margen del poder.
Ahora bien, de una manera obstinadamente confusa, he hablado, como si fueran
nociones equivalentes, ora de la represión, ora de la ley, la prohibición o la censura. He
ignorado —tozudez o negligencia— todo lo que puede distinguir sus implicaciones teóricas
o prácticas. Y ciertamente concibo que se pueda decirme: refiriéndose sin cesar a técnicas
positivas de poder, usted intenta ganar en los dos tableros; usted confunde a los adversarios
en la figura del más débil, y, discutiendo la sola represión, abusivamente quiere hacer creer
que se ha desembarazado del problema de la ley; y no obstante usted conserva del principio
del poder-ley la consecuencia práctica esencial, a saber, que no es posible escapar del
poder, que siempre está ahí y que constituye precisamente aquello que se intenta oponerle.
De la idea del poder-represión, retiene usted el elemento teórico más frágil, para criticarlo;
de la idea del poder-ley, retiene, para usarla a su modo, la consecuencia política más
esterilizante.
La apuesta de las investigaciones que seguirán consiste en avanzar menos hacia una
"teoría" que hacia una "analítica" del poder: quiero decir, hacia la definición del dominio
específico que forman las relaciones de poder y la determinación de los instrumentos que
permiten analizarlo. Pero creo que tal analítica no puede constituirse sino a condición de
hacer tabla rasa y de liberarse de cierta representación del poder, la que yo llamaría —en
MICHEL FOUCAULT
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seguida se verá por qué— "jurídico-discursiva". Esta concepción gobierna tanto la temática
[101] de la represión como la teoría de la ley constitutiva del deseo. En otros términos, lo
que distingue el análisis que se hace en términos de los instintos del que se lleva a cabo en
términos de ley del deseo, es con toda seguridad la manera de concebir la naturaleza y la
dinámica de las pulsiones; no la manera de concebir el poder. Una y otra recurren a una
representación común del poder que, según el uso que se le dé y la posición que se le
reconozca respecto del deseo, conduce a dos consecuencias opuestas: o bien a la promesa
de una "liberación" si el poder sólo ejerce sobre el deseo un apresamiento exterior, o bien,
si es constitutivo del deseo mismo, a la afirmación: usted está, siempre, apresado ya. Por lo
demás, no imaginemos que esa representación sea propia de los que se plantean el
problema de las relaciones entre poder y sexo. En realidad es mucho más general;
frecuentemente la volvemos a encontrar en los análisis políticos del poder, y sin duda está
arraigada allá lejos en la historia de Occidente. He aquí algunos de sus rasgos principales:
La relación negativa. Entre poder y sexo, no establece relación ninguna sino de
modo negativo: rechazo, exclusión, desestimación, barrera, y aun ocultación o máscara. El
poder nada "puede" sobre el sexo y los placeres, salvo decirles no; si algo produce, son
ausencias o lagunas; elide elementos, introduce discontinuidades, separa lo que está unido,
traza fronteras. Sus efectos adquieren la forma general del límite y de la carencia.
La instancia de la regla. El poder, esencialmente, sería lo que dicta al sexo su
ley. Lo que quiere decir, en primer término, que el sexo es colocado por aquél bajo un
régimen binario: [102] lícito e ilícito, permitido y prohibido. Lo que quiere decir, en
segundo lugar, que el poder prescribe al sexo un "orden" que a la vez funciona como forma
de inteligibilidad: el sexo se descifra a partir de su relación con la ley. Lo que quiere decir,
por último, que el poder actúa pronunciando la regla: el poder apresa el sexo mediante el
lenguaje o más bien por un acto de discurso que crea, por el hecho mismo de articularse, un
estado de derecho. Habla, y eso es la regla. La forma pura del poder se encontraría en la
función del legislador; y su modo de acción respecto del sexo sería de tipo jurídicodiscursivo.
El ciclo de lo prohibido: no te acercarás, no tocarás, no consumirás, no
experimentarás placer, no hablarás, no aparecerás; en definitiva, no existirás, salvo en la
sombra y el secreto. El poder no aplicaría al sexo más que una ley de prohibición. Su
objetivo: que el sexo renuncie a sí mismo. Su instrumento: la amenaza de un castigo que
consistiría en suprimirlo. Renuncia a ti mismo so pena de ser suprimido; no aparezcas si no
quieres desaparecer. Tu existencia no será mantenida sino al precio de tu anulación. El
poder constriñe al sexo con una prohibición que implanta la alternativa entre dos
inexistencias.
La lógica de la censura. Se supone que este tipo de prohibición adopta tres
formas: afirmar que eso no está permitido, impedir que eso sea dicho, negar que eso exista.
Formas aparentemente difíciles de conciliar. Pero es entonces cuando se imagina una
especie de lógica en cadena que sería característica de los mecanismos de censura: liga lo
inexistente, lo ilícito y lo informulable de manera que cada uno sea a la vez principio y
efecto [103] del otro: de lo que está prohibido no se debe hablar hasta que esté anulado en
la realidad; lo inexistente no tiene derecho a ninguna manifestación, ni siquiera en el orden
HISTORIA DE LA SEXUALIDAD I – LA VOLUNTAD DE SABER
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de la palabra que enuncia su inexistencia; y lo que se debe callar se encuentra proscrito de
lo real como lo que está prohibido por excelencia. La lógica del poder sobre el sexo sería la
lógica paradójica de una ley que se podría enunciar como conminación a la inexistencia, la
no manifestación y el mutismo.
La unidad de dispositivo. El poder sobre el sexo se ejercería de la misma manera
en todos los niveles. De arriba abajo, en sus decisiones globales como en sus intervenciones
capilares, cualesquiera que sean los aparatos o las instituciones en las que se apoye, actuaría
de manera uniforme y masiva; funcionaría según los engranajes simples e indefinidamente
reproducidos de la ley, la prohibición y la censura: del Estado a la familia, del príncipe al
padre, del tribunal a la trivialidad de los castigos cotidianos, de las instancias de la
dominación social a las estructuras constitutivas del sujeto mismo, se hallaría, en diferente
escala, una forma general de poder. Esta forma es el derecho, con el juego de lo lícito y lo
ilícito, de la trasgresión y el castigo. Ya se le preste la forma del príncipe que formula el
derecho, del padre que prohibe, del censor que hace callar o del maestro que enseña la ley,
de todos modos se esquematiza el poder en una forma jurídica y se definen sus efectos
como obediencia. Frente a un poder que es ley, el sujeto constituido como sujeto —que está
"sujeto"— es el que obedece. A la homogeneidad formal del poder a lo largo de esas
instancias, correspondería a aquel a quien constriñe —ya se trate [104] del súbdito frente al
monarca, del ciudadano frente al Estado, del niño frente a los padres, del discípulo frente al
maestro— la forma general de sumisión. Por un lado, poder legislador y, por el otro, sujeto
obediente.
Tanto en el tema general de que el poder reprime el sexo como en la idea de la ley
constitutiva del deseo, encontramos la misma supuesta mecánica del poder. Se la define de
un modo extrañamente limitativo. Primero porque se trataría de un poder pobre en recursos,
muy ahorrativo
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