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La apuesta


Enviado por   •  19 de Junio de 2013  •  Monografías  •  4.185 Palabras (17 Páginas)  •  238 Visitas

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1. LA APUESTA

¿Por qué estas investigaciones? Me doy cuenta muy bien de que una incertidumbre

atravesó los esbozos trazados más arriba; corro el riesgo de que la misma condene las

investigaciones más pormenorizadas que he proyectado. Cien veces he repetido que la

historia de las sociedades occidentales en los últimos siglos no mostraba demasiado el

juego de un poder esencialmente represivo. Dirigí mi discurso a poner fuera de juego esa

noción, fingiendo ignorar que una crítica era formulada desde otra parte y sin duda de modo

más radical: una crítica que se ha efectuado al nivel de la teoría del deseo. Que el sexo, en

efecto, no esté "reprimido", no es una noción muy nueva. Hace un buen tiempo que ciertos

psicoanalistas lo dijeron. Recusaron la pequeña maquinaria simple que gustosamente uno

imagina cuando se habla de represión; la idea de una energía rebelde a la que habría que

dominar les pareció inadecuada para descifrar de qué manera se articulan poder y deseo; los

suponen ligados de una manera más compleja y originaria que el juego entre una energía

salvaje, natural y viviente, que sin cesar asciende desde lo bajo, y un orden de lo alto que

busca obstaculizarla; no habría que imaginar que el deseo está reprimido, por la buena

razón de que la ley es constitutiva del deseo y de la carencia que lo instaura. La relación de

poder ya estaría allí donde está el deseo: ilusorio, pues, denunciarla en [100] una represión

que se ejercería a posteriori; pero, también, vanidoso partir a la busca de un deseo al

margen del poder.

Ahora bien, de una manera obstinadamente confusa, he hablado, como si fueran

nociones equivalentes, ora de la represión, ora de la ley, la prohibición o la censura. He

ignorado —tozudez o negligencia— todo lo que puede distinguir sus implicaciones teóricas

o prácticas. Y ciertamente concibo que se pueda decirme: refiriéndose sin cesar a técnicas

positivas de poder, usted intenta ganar en los dos tableros; usted confunde a los adversarios

en la figura del más débil, y, discutiendo la sola represión, abusivamente quiere hacer creer

que se ha desembarazado del problema de la ley; y no obstante usted conserva del principio

del poder-ley la consecuencia práctica esencial, a saber, que no es posible escapar del

poder, que siempre está ahí y que constituye precisamente aquello que se intenta oponerle.

De la idea del poder-represión, retiene usted el elemento teórico más frágil, para criticarlo;

de la idea del poder-ley, retiene, para usarla a su modo, la consecuencia política más

esterilizante.

La apuesta de las investigaciones que seguirán consiste en avanzar menos hacia una

"teoría" que hacia una "analítica" del poder: quiero decir, hacia la definición del dominio

específico que forman las relaciones de poder y la determinación de los instrumentos que

permiten analizarlo. Pero creo que tal analítica no puede constituirse sino a condición de

hacer tabla rasa y de liberarse de cierta representación del poder, la que yo llamaría —en

MICHEL FOUCAULT

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seguida se verá por qué— "jurídico-discursiva". Esta concepción gobierna tanto la temática

[101] de la represión como la teoría de la ley constitutiva del deseo. En otros términos, lo

que distingue el análisis que se hace en términos de los instintos del que se lleva a cabo en

términos de ley del deseo, es con toda seguridad la manera de concebir la naturaleza y la

dinámica de las pulsiones; no la manera de concebir el poder. Una y otra recurren a una

representación común del poder que, según el uso que se le dé y la posición que se le

reconozca respecto del deseo, conduce a dos consecuencias opuestas: o bien a la promesa

de una "liberación" si el poder sólo ejerce sobre el deseo un apresamiento exterior, o bien,

si es constitutivo del deseo mismo, a la afirmación: usted está, siempre, apresado ya. Por lo

demás, no imaginemos que esa representación sea propia de los que se plantean el

problema de las relaciones entre poder y sexo. En realidad es mucho más general;

frecuentemente la volvemos a encontrar en los análisis políticos del poder, y sin duda está

arraigada allá lejos en la historia de Occidente. He aquí algunos de sus rasgos principales:

 La relación negativa. Entre poder y sexo, no establece relación ninguna sino de

modo negativo: rechazo, exclusión, desestimación, barrera, y aun ocultación o máscara. El

poder nada "puede" sobre el sexo y los placeres, salvo decirles no; si algo produce, son

ausencias o lagunas; elide elementos, introduce discontinuidades, separa lo que está unido,

traza fronteras. Sus efectos adquieren la forma general del límite y de la carencia.

 La instancia de la regla. El poder, esencialmente, sería lo que dicta al sexo su

ley.

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