La charla del amor

Si se puede discutir algo en una reunión, es algo en común entre las personas de distintos gremios y estatus que asisten a dicho evento. Los temas más interesantes suelen ser algo que trasciende a lo superficial y tratan ese algo que permea sobre el individuo desde otro plano que se asume participa en la determinación de ciertas características que lo pueden llegar a definir; algo que, al ser evocado y expresado de alguna forma, da pistas para conocer su visión del mundo y como reflexiona sobre sus acciones con base en dicha. En este caso me es imposible no ver el banquete en la casa de Agatón como una discusión entre amigos que han agotado toda conversación y para evitar la emergencia de un silencio incómodo se plantea una idea que genera una discusión extensa acerca de algo cotidiano que resulta en un cúmulo de perspectivas del contexto, y que además de hacer explícita su opinión, inconscientemente da una lección que inspira a los demás a la búsqueda de lo que trata ese tópico.

En esta ocasión, nos remitimos a una discusión antigua, que toma al amor y lo admira, desarrollando paralelamente una variedad de ideas que al ser filtradas con el lente pertinente nos permiten ahondar sobre los procesos reflexivos o bien, éticos, que construyen al individuo y a la sociedad. Deja a mi entendimiento un retrato clásico donde la noción de amor tiene distintas formas de presentarse, y una de ellas no solo va más allá y difiere diametralmente de aquella que suele romantizar las relaciones interindividuales, sino que es capaz de abrir paso a la razón que compele al sujeto a develar “las sombras de lo sensible”.

Para comenzar quiero sintetizar los argumentos de los personajes participantes que considero relevantes para la construcción de mi propia idea.

El que da inicio a la discusión es Fedro, el más joven. Él brinda una apología del amor denotando su divinidad, bondad y su papel como guía de la virtud y felicidad que colma al hombre incluso después de la muerte.

Posteriormente, Pausanias introduce la belleza. Para él, el amor y la belleza van de la mano, y apoya este argumento con una analogía divina: la belleza que es Venus, existe en dos formas, por lo tanto, hay dos amores. El amor primero es sensual, brutal, popular, esclavo de los sentidos y es necesario evadirlo, el otro amor se dirige a la inteligencia, es honrado y honesto, además, exige condiciones difíciles de reunir para el que ama (Azcárate 1871). Dichas dificultades considero pueden comprender la inculcación del amor en el individuo y el refinamiento de la virtud resultante. Es decir, el sujeto no debe dirigir su amor a cuestiones superficiales, debe amar el alma y tener presente que la reciprocidad es algo necesario para hacerse dichosos mutuamente, como indican los criterios descritos en el argumento de amor a la inteligencia, que conforman a su vez las reglas de lo honesto y lo honrado de donde proviene tal dicha.

Le sigue Eriximaco, que realiza un examen al amor y lo centra en un contexto más relacionado a lo profesional, tema que considero muy importante y rescatable al final. En este caso, la perspectiva médica que surge de su área de experticia además de que en ese entonces a esta profesión se le era atribuida el papel de equilibrar las cualidades del temperamento, se le presenta una oportunidad para usar la analogía correcta que pauta a la idea de oposición de los contrarios, pensamiento que señala elementos de naturaleza contraria que enfrentados armónicamente o proporcionalmente hacen fenómenos intermedios o de categorías superiores, con esto construye una noción, aún divina del amor, como algo omnipresente y que cierne a todos los seres. Poco después Aristófanes corrige la idea de Eriximaco y menciona que

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