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La contingencia del yo


Enviado por   •  27 de Marzo de 2016  •  Reseñas  •  2.520 Palabras (11 Páginas)  •  311 Visitas

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“La contingencia del yo”

Richard McKay Rorty. Contingencia, ironía y solidaridad. Capítulo 2, La contingencia del yo, pág. 13- 25.

Richard McKay Rorty, filósofo estadounidense; nacido  el 4 de octubre de 1931, Nueva York, Estados Unidos, murió el 8 de junio de 2007, Palo Alto, California, Estados Unidos. Educación: Universidad de Yale (1952–1956), Universidad de Chicago (1949–1952. Richard  Rorty es llamado el renovador de la filosofía estadounidense dentro de la corriente del neopragmatismo, en la que emprendió un revolucionario trabajo que Incita a los filósofos a abandonar la búsqueda de verdades absolutas.

Universidad de Cartagena, Facultad de Ciencias Humanas, programa de  Filosofía.                Yuliana Baquero Cuadrado.

En este capítulo,  se referencia a Philip Larkin al tratar su poema sobre el temor a la muerte, se tiene en cuenta la noción del poeta vigoroso de Hard Bloom y se enfatiza en los filósofos Nietzsche y Freud. Muestran del primero su crítica a la verdad y del segundo su cambio de perspectiva frente a la conciencia moral; Con esto  Rorty, intenta desdivinizar al lenguaje y por consiguiente al yo, para así lograr la creación de sí.  

El temor a la muerte, a la extinción. No hay  nada semejante al temor, a la inexistencia como tal; hay sólo el temor a alguna pérdida concreta. «Muerte» y «nada» son términos igualmente vacíos. Epicuro decía: «Cuando yo estoy, la muerte no está, y cuando está la muerte, yo no estoy».

Lo que él teme, que ha de extinguirse es su registro personal de cargas, su percepción individual de lo que era posible e importante. Eso es lo que hacía que su “yo” fuese diferente de todos los otros “yo”. Perder esa diferencia es, supongo, lo que todo poeta -todo hacedor, cualquiera que se propone crear algo nuevo - teme.

Pero eso no quiere decir meramente, que uno tema que sus obras se pierdan o sean ignoradas. Uno no habrá dejado impresa su huella en el lenguaje sino que, en lugar de ello, habrá pasado la vida arrojando monedas ya acuñadas. De ese modo, uno no habrá tenido en absoluto un “yo”, Harold Bloom llama «la angustia de influencia del poeta vigoroso», su «horror a descubrir que es solamente una copia o una réplica», empezamos a concebir la consciencia de sí, como una creación de sí, ningún poeta ha creído seriamente que el carácter idiosincrásico fuese una objeción a su obra.

Fue Nietzsche, el primero en sugerir explícitamente la exclusión de la idea de «conocer la verdad». Su definición de la verdad como «un ejército móvil de metáforas» equivalía a la afirmación de que había que abandonar la idea de «representar la realidad» por medio del lenguaje, Su perspectivismo equivalía a la afirmación de que el universo no tiene un registro de cargas que pueda ser conocido, ninguna extensión determinada. Más exactamente, se habría creado la única parte de sí que importaba, construyendo su propia mente. Pero al abandonar la noción tradicional de verdad, Nietzsche no abandonó la idea de que un individuo podía hacer remontar a su origen las ciegas marcas que llevan nuestras acciones. Sólo rechazó la idea de que ese remontar fuera un proceso de descubrimiento.

Concebía, el conocimiento de sí como una creación de sí. El proceso de llegar a conocerse a sí mismo, enfrentándose a la propia contingencia, haciendo remontar a su origen las causas, se identifica con el proceso de inventar un nuevo lenguaje, esto es, idear algunas metáforas nuevas.

Sólo los poetas, sospechaba Nietzsche, pueden apreciar verdaderamente la contingencia. La tradición filosófica occidental concibe la vida humana como un triunfo en la medida en que transmuta el mundo del tiempo, de la apariencia y de la opinión individual en otro mundo: el mundo de la verdad perdurable. Nietzsche, cree que el límite que es importante atravesar no es el que separa el tiempo de lo intemporal, sino el que divide lo viejo de lo nuevo.  El paradigma de una narración así es la vida del genio que puede decir de la parte relevante de su pasado: «Así lo quise», porque ha descubierto un modo de describir ese pasado que el pasado nunca conoció, y, por tanto, ha descubierto la existencia de un “yo” que sus precursores nunca supieron que fuese posible.

El impulso que lleva a pensar, a indagar, a volver a forjarnos más acabadamente, no es la admiración, sino el terror. Es el temor a terminar sus días en un mundo así, en un mundo que uno no hizo, en un mundo heredado. Tener éxito en ese cometido --el de decirle al pasado: «Así lo quise »-- es tener éxito en lo que Bloom llama « darse a luz a sí mismo ».

La noción kantiana de consciencia diviniza al “yo”. Una vez que renunciamos, como lo hizo Kant, a la idea de que el conocimiento científico de los hechos rigurosos representa nuestro punto de contacto con un poder distinto de nosotros. La rectitud «en lo profundo de nosotros» ocupar el lugar, para Kant, de la verdad empírica «ahí afuera». una metáfora opcional, tomada del ámbito de lo fenoménico, de lo ilimitado, de lo sublime, del carácter incondicionado del “yo” moral, de esa parte de nosotros que no era un fenómeno, o producto del tiempo o del azar, ni efecto de causas naturales, espacio-temporales.  Este giro kantiano contribuyó a sentar las bases de la apropiación romántica de la interioridad de lo divino, y no de lo que él llamaba la «consciencia moral común», el centro del yo.

Freud, nos ayuda a acabar con esa guerra, él desuniversaliza el sentido moral tomándolo tan individual como las invenciones del poeta. De esa manera nos permite ver la consciencia moral como algo históricamente condicionado, como producto, tanto del tiempo y del azar como de la consciencia política o estética.

Freud, concluye su ensayo acerca de Leonardo da Vinci, con un párrafo  Si se considera que el azar no es digno de determinar nuestro destino, ello es simplemente una reincidencia en la piadosa concepción del universo que el propio Leonardo estaba encaminado a superar cuando escribió que el sol no se mueve. Estamos demasiado dispuestos a olvidar que en realidad todo lo relativo a nuestra vida es azar,  El freudismo, inserto en el sentido común de la cultura contemporánea. facilita el ver a nuestra consciencia como un experimento así, identificar el remordimiento de la consciencia por la reaparición de la culpa causada por impulsos sexuales infantiles reprimidos; represiones que son producto de las innumerables contingencias que nunca entran en la experiencia.

Si Freud, sólo hubiese dicho que la voz de la consciencia es la voz interiorizada de los padres y de la sociedad, no habría causado inquietud alguna. Lo que es nuevo en Freud son los detalles que nos da acerca del carácter de las cosas que intervienen en la formación de la consciencia, su explicación de por qué ciertas situaciones y ciertas personas concretas producen una culpa insoportable, intensa ansiedad o vehemente enojo. Tiene lugar una degradación regresiva de la libido, el súper-yo se torna extraordinariamente severo y áspero, y el “yo”, obedeciendo al súper-yo, produce fuertes formaciones reactivas bajo la forma de escrupulosidad, compasión y pulcritud. Nos ayuda así a comprender por qué podemos hacer infinitos esfuerzos por ayudar a un amigo y olvidamos enteramente del dolor, más grande, de otro, a quien creemos amar tan entrañablemente. Nos deja con un “yo” que consiste en un tejido de contingencias antes que un sistema de facultades estructurado al menos virtualmente.

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