La fuerza de los feminismos contemporáneos
15211979Documentos de Investigación20 de Octubre de 2024
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LA FUERZA DE LOS FEMINISMOS CONTEMPORÁNEOS
Mirar de frente la crisis
Las luchas contemporáneas tratan de responder a la actual crisis de reproducción de la existencia no solo resistiendo a su impacto, sino también reactivando imaginarios alentadores de futuro. En la última década del siglo XX, las previsiones de lo que sucedería en adelante auguraban un escenario catastrófico, aunque existía aún cierta distancia con los efectos ecológicos, sociales y económicos que se anunciaban. Sabemos que esta distancia ha sido posible durante tiempo gracias al privilegio adquirido de una parte de la población. Sin embargo, tras la experiencia de la pandemia, el escenario catastrófico se expande, afectando también a los sectores privilegiados, eso sí, con declinaciones disímiles. Esto nos enfrentaría a una nueva situación en la que no es posible eludir ni desplazar sobre otras poblaciones durante más tiempo la profunda crisis que atravesamos. Una crisis que tiene distintas dimensiones entrelazadas, ecológica, social, política, económica, de cuidados y de sentido. Y que pone en entredicho los pilares del relato de la modernidad, tales como progreso, desarrollo o riqueza.
Esta crisis ha desmontado las pocas certezas con las que contábamos para descifrar una realidad cada vez más difícil de comprender, debido a sus dimensiones y a la celeridad con la que se despliega. Se han perdido los referentes exteriores a la inercia del capitalismo, tanto los territoriales como los subjetivos. Si la guerra de Ucrania en el centro de Europa es dramática no es porque las vidas allí expuestas al peligro sean más valiosas debido a su blanquitud que las vulneradas en otros conflictos dispersos estratégicamente por el mundo, sino por el viraje simbólico-político que se impone como modo de reorganización pospandémica: asistimos a una disputa por el control mundial en la que los poderes en juego parecerían dispuestos a cualquier cosa por recuperar posiciones amenazadas; y lo hacen sin freno, sin límite, produciendo fragmentación, desplazamiento forzoso, menoscabo de los derechos humanos. Ucrania no es un accidente: es la nueva lógica mundial instalándose a una velocidad pasmosa sobre la vida contemporáena en su conjunto. Los territorios fueron capturados por la guerra. En el marco del anunciado final de la globalización económica, precipitado en parte por la recesión pandémica, esta reorganización inicia el camino de una (aún) mayor naturalización del crimen, la violencia, la injusticia y la desigualdad.
También se intensifica la precariedad y se normaliza la incertidumbre; las capacidades individuales son movilizadas a la competencia y el mercado, y la experiencia de los grupos subalternos se vincula intensamente al sufrimiento. Las expectativas de futuro son recortadas trágicamente por el derrumbe de los imaginarios de progreso y desarrollo. La depresión, la enfermedad y la cercanía de la muerte se han esparcido a lo largo y ancho del planeta. Lo novedoso es que, al mismo tiempo que sucede esto, el sujeto es interpelado por valores que lo colocan aún más en riesgo, como la competencia, el hedonismo individualista y la productividad insaciables. Las formas de subsistencia social pasan paradójicamente por formas de destrucción psíquica. Asistimos a una mutación antropológica en la que el sujeto es capturado por la hiperconexión y vaciado de los anclajes que permitirían fijarlo. La desorientación y la violencia acompañan esta mutación. La nostalgia anima el sueño peligroso de un pasado mejor en el que el conservadurismo y las derechas encontrarían una emoción aliada.
Por muy negativa que resulte esta experiencia es importante no pasarla por alto porque afecta directamente a los presupuestos emancipadores que guiaron la acción colectiva en otros momentos históricos e impone verdaderos desafíos a las luchas contemporáneas: sin exterioridad, sin certezas, sin remolque organizativo que acuda a nuestro auxilio, sin proyectos universales, sin sujetos únicos que definan la política… ¿Cómo es posible pensar la transformación? Efectivamente, uno de los grandes problemas de nuestra época es la ausencia de horizontes alternativos compartidos. Pérdida de sentido, falta de narrativas colectivas que logren arropar existencias cada vez más fragmentadas. ¿Hacia dónde vamos? ¿Cuáles son los criterios ético-políticos de la acción cuando toda verdad parece haber perdido su consistencia? ¿Quiénes son nuestras comunidades de resistencia y lucha? ¿Quiénes las compañeras, compañeros, compañeres de este viaje incierto que a todas luces parece extremadamente difícil de emprender en medio de la precariedad y la violencia? ¿Qué arriesgar cuando nada parece merecer la pena? Es probable que en este momento histórico existan grandes motivos para rebelarse y nos veamos, al mismo tiempo, más despojados que nunca de la capacidad de hacerlo.
En este contexto, la revuelta feminista acontecida en los últimos años tiene una importancia crucial, pues ilumina estas dificultades proponiendo otro tipo de vínculo entre lo humano y el territorio, además de contribuir a pensar de otro modo al sujeto. Los feminismos que emergen desde el Sur global se hacen cargo de distintas maneras del profundo dolor que padece una importante parte de la población. Tomar conciencia de la violencia simbólica y material que sufren las mujeres y las disidencias sexuales y de género es una forma de intentar poner freno a todas las violencias allí condensadas: las desigualdades de poder, las dificultades de sostener la vida en un sistema que la niega y amenaza, la precariedad extrema, el sometimiento corporal y sexual a nuevas disciplinas, la erosión de los vínculos sociales y las contradicciones de un sujeto profundamente dañado para el que la aceptación de condiciones nocivas es muchas veces la única vía de existencia. Teniendo en cuenta la profundidad de las cuestiones que están siendo enunciadas, parecería que solo es posible salir de la crisis desplegando todas sus consecuencias. Se trata de mirar de frente la crisis sin identificarse completamente con ella y encontrar formas de sustraerse y resistir. Frente a los relatos idealistas y consumistas que declaran «querer es poder»; frente a los discursos hedonistas que suturan cualquier conexión con el dolor de nuestro tiempo; frente a las respuestas reformistas y parciales de la crisis que minimizan la catástrofe en la que están sumidas poblaciones enteras; frente a los programas políticos que reinstalan proyectos ajenos a las necesidades sociales y sueños de cambio; frente, en definitiva, al conjunto de mecanismos subjetivos, sociales y políticos de producción de la crisis en términos manejables que contiene la ruptura que presenta en sí mismo este momento histórico, la revuelta feminista visibiliza el conjunto de violencias sistémicas y que expresan, finalmente, la trama condensada de las formas actuales de explotación. La rabia con la que emerge la revuelta feminista es propia de quienes saben que las buenas palabras no bastan para desnaturalizar un orden desigual profundamente normalizado.
Por otra parte, en esta revuelta encontramos una potencia capaz de reinventar la acción política en un momento en el que sus formas clásicas o más convencionales entraron en crisis. Esta crisis política surge ante la limitada identificación entre política y representación y frente a sus presupuestos masculinos: el paradigma productivista en el que operan imaginarios estrechos de la explotación, limitados a la relación laboral y al salario; la unificación y totalización narrativa del sujeto obrero; la exclusión, por tanto, de la pluralidad que escapa a esta narrativa: precarias, migrantes, trabajadores informales, cuidadoras invisibles, empleadas domésticas, trabajadoras del sexo, amas de casa o pluriempleadas entre economías informales y la explotación extrema –las maquilas de la frontera Norte de México como modelo de la explotación femenina contemporánea–; la incapacidad para inscribir en los análisis la relación entre las cuestiones de identidad y las llamadas distributivas, mermando el papel crucial del racismo, la colonización y el heteropatriarcado en el desarrollo del capital; el empeño en sostener el imaginario de la representación de las democracias parlamentarias como único modelo político, impugnado no solo por sus límites para reunir la voluntad popular, sino también por las exclusiones en las que se funda (población indígena y migrante en Latinoamérica; sin papeles y refugiados en Europa; mujeres y disidencias sexuales en la misma formación del Estado moderno europeo, por mencionar solo algunas); por último, crisis frente a formas empobrecidas de participación, cuya declinación en plataformas de gestión de opiniones o en el voto como máxima expresión de la democracia parecerían ir en la dirección opuesta a la creación de una cultura del diálogo y la formación política, así como de la incidencia real en el rumbo de los gobiernos, intervenida dramáticamente por poderes económicos tanto legales como ilegales.
En la última década hemos visto emerger movimientos políticos que impugan con fuerza este marco limitado, dando lugar a nuevas subjetividades políticas e innovando formas de acción, pero también introduciendo otras demanadas e imágenes de cambio. La revuelta feminista tiene un papel decisivo en esta redefinición del campo político al menos por dos importantes motivos. Por una parte, por el empeño en no escindir entre vida y política. Gracias a este empeño reaparezcerán en escena el cuerpo, la sexualidad, los afectos y el cuidado, dimensiones relegadas históricamente a la esfera privada y, con ello, inmunizadas al cambio.
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