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La opinión de Sócrates acerca del culto


Enviado por   •  23 de Febrero de 2014  •  Tutoriales  •  3.694 Palabras (15 Páginas)  •  212 Visitas

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SÓCRATES

Nació el año cuarto de la Olimpiada 77; murió el primero de 95, de edad de 70 años.

Sócrates, a quien toda la antigüedad aclamó el más sabio y el más virtuoso de los filósofos, era ciudadano de Atenas, del pueblo de Alopece. Nació el año 4.º de la Olimpiada 77, y su padre fue el escultor Sofronisco, y su madre, Fainarate, partera. Estudió la Filosofía con Anaxágoras y después con Arque lao, el físico, pero, considerando que todas las doctrinas que le habían enseñado sobre los fenómenos de la Naturaleza no conducían a nada y no contribuían a hacer al hombre virtuoso, se aplicó al estudio de la moral, y fundó la filosofía moral en Grecia, como lo observa Cicerón, en el libro tercero de las Cuestiones Tusculanas.

Ya había dicho en el primero de la misma obra: «Me parece, y esta opinión está generalmente recibida, que Sócrates es el primero que separando a la Filosofía de la investigación de los secretos de la Naturaleza, a que los filósofos anteriores se habían aplicado exclusivamente, la empleó en lo que más de cerca toca a las obligaciones de la vida, de modo que solo trató de examinar las virtudes y los vicios, y en qué consisten el bien y el mal, diciendo que todo lo que respecta a los astros está a demasiada altura del hombre, y que aunque pudiésemos alcanzar aquellos conocimientos, en nada podrían contribuir a arreglar nuestra conducta.» Su único estudio fue, pues, aquella parte de la filosofía que dice relación con las costumbres, y que comprende todas las edades y todas las condiciones. Este nuevo modo de filosofar tenía en su favor el ejemplo del que lo inventó, pues Sócrates fue el modelo de los buenos ciudadanos, tanto en la paz, como en la guerra.

De todos los filósofos afamados, él ha sido el único, como observa Luciano, que se dedicase al ejercicio de las armas. Se halló en dos campañas, y aunque fueron funestas al partido que defendía, se comprometió y dio pruebas de mucho valor. En una de ellas, salvó la vida a Jenofonte, que cayó del caballo en la retirada, y hubiera perecido a manos de los enemigos, si Sócrates no le hubiera sacado del peligro, llevándole en hombros gran trecho hasta que apareció el caballo. En la otra, los atenienses vencidos y derrotados se retiraron, siendo Sócrates el último, y mostrando tanto brío, que los enemigos no se atrevieron a atacarle. Estas fueron las dos solas ocasiones en que Sócrates puso el pie fuera de Atenas, muy al contrario de los otros filósofos, que empleaban muchos años en viajar y en conversar con los sabios de las otras naciones. Pero como el estudio a que se había dedicado se concentraba en el hombre mismo, creyó que los viajes no le enseñarían más que lo que podría aprender entre sus compatriotas. Y como la moral se enseña más bien con el ejemplo que con la doctrina, se propuso seguir en la práctica, todo lo que la recta razón y la virtud exigen. En observancia de esta máxima, habiendo sido nombrado senador y prestado juramento de dar siempre su voto con arreglo a las leyes, se negó a aprobar el decreto en que el pueblo condenaba a muerte a nueve jefes del ejército, y aunque el pueblo se exasperó y muchos hombres poderosos le amenazaron, no por esto cedió, pues no se creía autorizado a violar el juramento por dar gusto al pueblo.

Fuera de esta ocasión, no consta que haya ejercido cargos públicos, pero aunque vivía como particular, gozó de tanto aprecio en Atenas por su probidad y por sus virtudes que sus conciudadanos le respetaban más que a los magistrados.

Cuidaba del aseo de su persona y censuraba a los que no lo hacían así; más no dio en el fasto ni en la afectación, sino que observaba un justo medio entre ambos excesos. Aunque era pobre, dio grandes pruebas de desinterés. Daba sus lecciones gratuitamente, no como los demás filósofos, que sacaban mucho dinero de sus discípulos, exigiéndoles gratificaciones más o menos cuantiosas, según los bienes que poseían. Decía que no le era fácil entender cómo se podía sacar un provecho pecuniario de la enseñanza de la virtud, como si no fuera una ventaja harto sólida y lisonjera inspirar virtudes a un hombre y acarrearse su amistad. Antifón, sofista que deseaba desacreditar una doctrina a la que no tenía ánimo de conformarse, le dijo que tenía razón en no tomar dinero de sus discípulos, porque era hombre de conciencia, y sabía muy bien que lo que les enseñaba no valía nada. Pero Sócrates le confundió fácilmente. Sin embargo, nunca tuvo escuela abierta como los demás filósofos de la antigüedad. Daba sus lecciones hablando familiarmente con el primero que se presentaba.

La opinión de Sócrates acerca del culto que se debía tributar a los dioses era conforme en todo al oráculo de Apolo en Delfos: a saber, que cada hombre debía adorarlos a su modo y según las ceremonias practicadas en su país. Él lo hacía así, y aunque sus facultades no le permitían hacer grandes sacrificios, creía que los dioses apreciaban tanto sus pobres ofrendas como las suntuosas de los potentados. Nada era tan agradable a los dioses, en su opinión, como el ser honrados por los hombres de bien. La oración que les dirigía era muy sencilla y religiosa. Nada les pedía, sino lo que ellos tuviesen a bien darle, y decía que no les pedía riquezas y honores, porque era lo mismo que si les pidiese la gracia de jugar a los dados, o la de dar una batalla, sin saber cuál sería el éxito ni quien saldría ganancioso y triunfante. Lejos de apartar del culto de los dioses a los que lo practicaban, creía que era su obligación convencer y reducir a los que miraban este culto con desprecio. Jenofonte cuenta los medios de que se valió para conseguir este fin con un impío llamado Aristodemo, y ciertamente parece increíble que un hombre educado en el paganismo tuviese ideas tan sanas y juiciosas como las que encierran los discursos que pronunció en esta ocasión.

Era pobre, como ya hemos dicho, pero tan contento con la pobreza, que no quiso ser rico, como hubiera podido serle aceptando los regalos que le querían hacer sus amigos y discípulos; pero los rehusó constantemente, con harto sentimiento de su mujer, a quien no agradaba tanta filosofía. Era tan moderado en la comida y en el traje que el sofista Antifón no cesaba de burlarse de su mezquindad, pero Sócrates le hizo ver cuánto se engañaba el que creía que la felicidad consistía en la abundancia, en la holgura y en el deleite. Aunque sumamente rígido consigo mismo, era sumamente indulgente y tolerante con los demás. Lo primero que procuraba inspirar a sus discípulos era el respeto a los dioses, y después la templanza y el odio a los placeres sensuales, probándoles que privaban al hombre del bien más preciando que poseía, que

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