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La pasión en Medea de Séneca


Enviado por   •  20 de Marzo de 2019  •  Monografías  •  3.644 Palabras (15 Páginas)  •  117 Visitas

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En el presente trabajo nos proponemos abordar la pasión en Medea de Séneca a partir del asesinato de los hijos. Para poder comprender el acto de Medea no solo nos centraremos en la pasión como sentimiento que se contrapone a la razón, sino que también abordaremos el tema desde la posición de extranjera de Medea en la sociedad y la composición de la familia antigua y, por consiguiente, la religión doméstica. Para poder abordar estos temas –la familia antigua, la religión doméstica y el extranjero– en la antigua Roma nos centraremos, principalmente, en el libro II de La ciudad antigua de Fustel de Coulanges.

El odio que siente Medea por la infidelidad de Jasón no queda, solamente, en ese sentimiento que desbordó a partir de la pasión, sino que esa pasión, ese sentimiento de odio dentro de su sinrazón tiene una razón. Es un doble movimiento donde los sentimientos desbordados por la pasión llevan a Medea a planificar su venganza, y que por lo que nosotros planteamos no es simplemente quitarle a Jasón los hijos, su objeto de amor, sino que la venganza que planifica Medea es un suplicio eterno a Jasón. Y es por esto que nos proponemos trabajar la pasión como sentimiento que, a pesar de corresponder al orden de la sinrazón, en el movimiento doble que se realiza en la obra de Medea, es la manera en que Séneca presenta la composición de la familia antigua, la religión doméstica, el culto familia y, por último, el problema del extranjero.

A partir de un lectura propia de la tragedia y el uso de un corpus bibliográfico sobre Medea de Séneca, nos proponemos trabajar, como se mencionó con anterioridad, la composición de la familia en la antigua Roma haciendo hincapié en el sentimiento de pasión, que a través del doble movimiento, la razón y la sinrazón, permitiría visualizar una crítica a la sociedad de aquella época.

Fustel de Coulanges en el libro La ciudad antigua habla sobre la religión doméstica. Esta religión familiar tenía un dios que era adorado por las familias antiguas, pero el dios solo podía ser adorado por la familia, es decir, que cada familia tenía su propio dios y, por consiguiente, cada familia tenía su propia religión doméstica. Una particularidad de esta religión familiar es que se les rendía culto a los muertos, porque una de las creencias de las civilizaciones antiguas era que “el alma permanecía asociada al cuerpo. Nacida con él, la muerte no los separaba y con él se encerraba en la tumba” (Fustel de Coulanges, 1994[1864]: 5). Por lo tanto, para las familias antiguas era muy importante que los muertos de la familia, de la misma sangre, tuvieran la tumba en la casa y también que cada familiar varón más próximo les rindiera culto y les llevara ofrendas a la tumba, porque si no el alma del muerto quedaba deambulando eternamente. La particularidad de la religión doméstica –y en lo que más nos interesa hacer hincapié– es que se propagaba de varón en varón, de allí la importancia de que Medea sacrifique a sus dos hijos varones.

En la civilización antigua la familia era una asociación religiosa y, por lo tanto, el matrimonio era una institución establecida por la religión doméstica: “La mujer tenía su parte en el culto. Soltera, asistía a los actos religiosos de su padre; casada, a los de su marido” (Fustel de Coulanges, 1994[1864]: 26). No es menor que el acto primero de la Medea de Séneca empiece con una invocación de Medea hablándoles a los dioses: “Dioses del matrimonio y tú, Lucina, guardiana del lecho nupcial” (vv. 1-2). El ritual religioso del matrimonio romano estaba constituido por tres etapas: traditio, deductio in domum y confarreatio[1]. Y como era una institución establecida por la religión solamente otro acto religioso podía romper el matrimonio: la diffarreatio[2].

 Jasón le es infiel a Medea, ya que se casa con otra mujer, que en comparación con Medea era más noble y, por lo tanto, a través de Creonte disuelve el matrimonio: “La culpa es de Creonte toda, que, abusando del cetro, disuelve un matrimonio y que arranca a una madre de sus hijos” (vv. 143-145). Es importante tomar en cuenta que Medea era extranjera. Así resume Alegre Gorri desde la leyenda de Medea, que tomaron primero Eurípides y luego Séneca:

 

Medea era hija de Eetes y de Idía, que, a su vez, era hija de Océano. Jasón era hijo de Esón y, después de haber culminado con éxito las duras pruebas impuestas por su tío y usurpador del trono paterno Pelias, se llevó a Medea a su patria de Yolco, se casó con ella y tuvo un hijo (Alegre Gorri, 1993: 14)

El extranjero en las civilizaciones antiguas era aquel para quien la religión establecía una diferencia con el ciudadano y, por lo tanto, no podía ser propietario, su matrimonio no era reconocido y los hijos eran considerados como bastardos. Esto posibilita la maniobra de Jasón y Creonte, que Medea reprocha: “¿Después de haberme arrebatado un padre, una patria y un reino, abandonarme sola, el cruel, en un lugar extranjero? ¿No ha tenido mis méritos él, que había visto cómo mis crímenes superaban a las llamas y al mar?” (vv. 188-122). Y es por esto mismo que decimos que la venganza realizada por Medea tiene una doble intención, una intención que viene del lado de la pasión, de la pasión desbordada, de la sinrazón y, por el otro lado, una intención que está más próxima a la razón, al fondo último del estoicismo[3]: la resignación. En aquella época, el poder estaba encarnado en el Imperio Romano y, por lo tanto, el hombre bajo ese poder quedó desamparado ante una realidad que no estaba abierta a la razón, pero tampoco a la esperanza. Es por esto que Séneca, siguiendo el fondo último del estoicismo, invita a la resignación. Una resignación que es una regresión, un regreso histórico. Porque cuando esta resignación parece ser la mejor opción se estará presente ante una crisis histórica y, en consecuencia, para que el hombre no caiga ante la desesperación por la pérdida de la fe y la esperanza, se detiene en la mitad del camino que es la resignación, como si uno se retirase de la vida (Zambrano, 1944: 22-30).

En Medea hay una lucha entre la razón y la pasión, una doble intención señalada por García Fuentes: “[Medea] aparece desgarrada entre dos sentimientos contrarios: 1º la sed de venganza […] 2º el amor materno” (1983: 236). Y estos dobles sentimientos son algo que se refleja en la tragedia: la oposición entre ratio y furor. Y como señala Luque Moreno:

El hombre, por tanto, es el centro de estas tragedias. El sufrimiento humano en todas sus formas. […] Es la tragedia del hombre frente a los caprichos de la fortuna, la infatuación bajo cuyos efectos el hombre arrastre sobre sí mismo el mal y sucumbe destruido por sus propias pasiones. (Luque Moreno, 1997: 37).

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