Las Preguntas De La Vida
julianafro216 de Mayo de 2015
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ADVERTENCIA PREVIA
El propósito de este libro es por un lado muy modesto y por otro desmesuradamente
ambicioso.
Modesto porque se contentaría con servir como lectura inicial para alumnos de bachillerato
que deben acercarse por primera -y quizá última- vez a los temas básicos de la filosofía occidental,
planteados no de forma histórica sino como preguntas o problemas vitales. En este sentido,
pretende atender fielmente aunque con cierto díscolo sesgo personal a las indicaciones sobre esta
asignatura dictadas por las administraciones educativas.
Pero también desmesuradamente ambicioso, puesto que no renuncia a servir como
invitación o proemio a la filosofía para cualquier profano interesado en conocer algo de esta
venerable tradición intelectual nacida en Grecia. Sobre todo me dirijo a quienes no se preocupan
tanto por ella sólo en cuanto venerable tradición sino como un modo de reflexión aún vigente, que
puede serles útil en sus perplejidades cotidianas. No se trata primordialmente de saber cómo se las
arreglaba Sócrates para vivir mejor en Atenas hace veinticinco siglos, sino cómo podemos nosotros
comprender y disfrutar mejor la existencia en tanto contemporáneos de Internet, del sida y de las
tarjetas de crédito.
Para ello, sin duda, tendremos que remontarnos en ocasiones hasta las lecciones de
Sócrates o de otros insignes maestros pero sin limitarnos a levantar acta más o menos crítica de sus
sucesivos descubrimientos. La filosofía no puede ser solamente un catálogo de opiniones
prestigiosas. Más bien lo contrario, si atendemos por esta vez a la opinión «prestigiosa» de Ortega
y Gasset: «La filosofía es idealmente lo contrario de la noticia, de la erudición1». Desde luego la
filosofía es un estudio no un puñado de ocurrencias de tertulia, y por tanto requiere aprendizaje y
preparación. Pero pensar filosóficamente no es repetir pensamientos ajenos, por mucho que
nuestras propias reflexiones estén apoyadas en ellos y sean conscientes de esta deuda necesaria.
Ciertas introducciones a la filosofía son como tratados de ciclismo que se limitasen a rememorar
los nombres y las gestas de los vencedores del Tour de Francia. Me propongo intentar aquí enseñar
a montar en bicicleta y hasta dar ejemplo pedaleando yo mismo, por lejos que estén mis capacidades
de las de Eddy Merckx o Miguel Induráin.
Pero el lector tiene que intentar pedalear también conmigo o incluso contra mí. En estas
páginas no se ofrece una guía concluyente de pensamientos necesariamente válidos sino un
itinerario personal de búsqueda y tanteo. Al final de cada capítulo se propone un memorándum de
cuestiones para que el lector repita por sí mismo la indagación que acaba de leer, lo que quizá le
llevará a conclusiones opuestas. Nada más necesario que este ejercicio, porque la filosofía no es la
revelación hecha por quien lo sabe todo al ignorante, sino el diálogo entre iguales que se hacen
cómplices en su mutuo sometimiento a la fuerza de la razón y no a la razón de la fuerza.
En una palabra, léase lo que sigue como una invitación a filosofar y no como un repertorio
de lecciones de filosofía. Pero ¿no son precisamente esas lecciones lo que cuadra dar en el
bachillerato? Y ¿acaso no es un gran atrevimiento creer que uno puede guardar el tono accesible
del que pretende ser comprendido por adolescentes sin dejar por ello de tratarles como iguales y sin
renunciar tampoco a ser útil a otros lectores no menos neófitos pero adultos? Pues tal es mi atrevida
pretensión, en efecto. Me reconforto recordando que, según el poeta surrealista René Crevel,
«ningún atrevimiento es fatal».
1 Meditaciones del Quijote, de J. Ortega y Gasset, Madrid, Alianza Editorial.
Fernando Savater Las Preguntas De La Vida
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INTRODUCCIÓN
EL POR QUÉ DE LA FILOSOFÍA
Árbol de sangre, el hombre siente, piensa, florece
y da frutos insólitos: palabras.
Se enlazan lo sentido y lo pensado,
tocamos las ideas: son cuerpos y son números.
OCTAVIO PAZ
¿Tiene sentido empeñarse hoy, a finales del siglo XX o comienzos del XXI, en mantener la
filosofía como una asignatura más del bachillerato? ¿Se trata de una mera supervivencia del
pasado, que los conservadores ensalzan por su prestigio tradicional pero que los progresistas y las
personas prácticas deben mirar con justificada impaciencia? ¿Pueden los jóvenes, adolescentes más
bien, niños incluso, sacar algo en limpio de lo que a su edad debe resultarles un galimatías? ¿No se
limitarán en el mejor de los casos a memorizar unas cuantas fórmulas pedantes que luego repetirán
como papagayos? Quizá la filosofía interese a unos pocos, a los que tienen vocación filosófica, si
es que tal cosa aún existe, pero ésos ya tendrán en cualquier caso tiempo de descubrirla más
adelante. Entonces, ¿por qué imponérsela a todos en la educación secundaria? ¿No es una pérdida
de tiempo caprichosa y reaccionaria, dado lo sobrecargado de los programas actuales de
bachillerato?
Lo curioso es que los primeros adversarios de la filosofía le reprochaban precisamente ser
«cosa de niños», adecuada como pasatiempo formativo en los primeros años pero impropia de
adultos hechos y derechos. Por ejemplo, Cálleles, que pretende rebatir la opinión de Sócrates de
que «es mejor padecer una injusticia que causarla». Según Calicles, lo verdaderamente justo, digan
lo que quieran las leyes, es que los más fuertes se impongan a los débiles, los que valen más a los
que valen menos y los capaces a los incapaces. La ley dirá que es peor cometer una injusticia que
sufrirla pero lo natural es considerar peor sufrirla que cometerla. Lo demás son tiquismiquis
filosóficos, para los que guarda el ya adulto Cálleles todo su desprecio: «La filosofía es
ciertamente, amigo Sócrates, una ocupación grata, si uno se dedica a ella con mesura en los años
juveniles, pero cuando se atiende a ella más tiempo del debido es la ruina de los hombres2».
Cálleles no ve nada de malo aparentemente en enseñar filosofía a los jóvenes aunque considera el
vicio de filosofar un pecado ruinoso cuando ya se ha crecido. Digo «aparentemente» porque no
podemos olvidar que Sócrates fue condenado a beber la cicuta acusado de corromper a los jóvenes
seduciéndoles con su pensamiento y su palabra. A fin de cuentas, si la filosofía desapareciese del
todo, para chicos y grandes, el enérgico Cálleles -partidario de la razón del más fuerte- no se llevaría
gran disgusto...
Si se quieren resumir todos los reproches contra la filosofía en cuatro palabras, bastan
éstas: no sirve para nada. Los filósofos se empeñan en saber más que nadie de todo lo imaginable
aunque en realidad no son más que charlatanes amigos de la vacua palabrería. Y entonces, ¿quién
sabe de verdad lo que hay que saber sobre el mundo y la sociedad? Pues los científicos, los
técnicos, los especialistas, los que son capaces de dar informaciones válidas sobre la realidad. En el
fondo los filósofos se empeñan en hablar de lo que no saben: el propio Sócrates lo reconocía así,
cuando dijo «sólo sé que no sé nada». Si no sabe nada, ¿para qué vamos a escucharle, seamos
jóvenes o maduros? Lo que tenemos que hacer es aprender de los que saben, no de los que no
saben. Sobre todo hoy en día, cuando las ciencias han adelantado tanto y ya sabemos cómo
funcionan la mayoría de las cosas... y cómo hacer funcionar otras, inventadas por científicos
aplicados.
Así pues, en la época actual, la de los grandes descubrimientos técnicos, en el mundo del
2 Gorgias, de Platón, 481c a 484d.
Fernando Savater Las Preguntas De La Vida
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microchip y del acelerador de partículas, en el reino de Internet y la televisión digital... ¿qué
información podemos recibir de la filosofía? La única respuesta que nos resignaremos a dar es la
que hubiera probablemente ofrecido el propio Sócrates: ninguna. Nos informan las ciencias de la
naturaleza, los técnicos, los periódicos, algunos programas de televisión... pero no hay información
«filosófica». Según señaló Ortega, antes citado, la filosofía es incompatible con las noticias y la
información está hecha de noticias. Muy bien, pero ¿es información lo único que buscamos para
entendernos mejor a nosotros mismos y lo que nos rodea? Supongamos que recibimos una noticia
cualquiera, ésta por ejemplo: un número x de personas muere diariamente de hambre en todo el
mundo. Y nosotros, recibida la información, preguntamos (o nos preguntamos) qué debemos
pensar de tal suceso. Recabaremos opiniones, algunas de las cuales nos dirán que tales muertes se
deben a desajustes en el ciclo macro-económico global, otras hablarán de la superpoblación del
planeta, algunos clamarán contra el injusto reparto de los bienes entre posesores y desposeídos, o
invocarán la voluntad de Dios, o la fatalidad del destino... Y no faltará alguna persona sencilla y
cándida, nuestro portero o el quiosquero que nos
...