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Las Preguntas De La Vida


Enviado por   •  6 de Mayo de 2015  •  2.915 Palabras (12 Páginas)  •  175 Visitas

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ADVERTENCIA PREVIA

El propósito de este libro es por un lado muy modesto y por otro desmesuradamente

ambicioso.

Modesto porque se contentaría con servir como lectura inicial para alumnos de bachillerato

que deben acercarse por primera -y quizá última- vez a los temas básicos de la filosofía occidental,

planteados no de forma histórica sino como preguntas o problemas vitales. En este sentido,

pretende atender fielmente aunque con cierto díscolo sesgo personal a las indicaciones sobre esta

asignatura dictadas por las administraciones educativas.

Pero también desmesuradamente ambicioso, puesto que no renuncia a servir como

invitación o proemio a la filosofía para cualquier profano interesado en conocer algo de esta

venerable tradición intelectual nacida en Grecia. Sobre todo me dirijo a quienes no se preocupan

tanto por ella sólo en cuanto venerable tradición sino como un modo de reflexión aún vigente, que

puede serles útil en sus perplejidades cotidianas. No se trata primordialmente de saber cómo se las

arreglaba Sócrates para vivir mejor en Atenas hace veinticinco siglos, sino cómo podemos nosotros

comprender y disfrutar mejor la existencia en tanto contemporáneos de Internet, del sida y de las

tarjetas de crédito.

Para ello, sin duda, tendremos que remontarnos en ocasiones hasta las lecciones de

Sócrates o de otros insignes maestros pero sin limitarnos a levantar acta más o menos crítica de sus

sucesivos descubrimientos. La filosofía no puede ser solamente un catálogo de opiniones

prestigiosas. Más bien lo contrario, si atendemos por esta vez a la opinión «prestigiosa» de Ortega

y Gasset: «La filosofía es idealmente lo contrario de la noticia, de la erudición1». Desde luego la

filosofía es un estudio no un puñado de ocurrencias de tertulia, y por tanto requiere aprendizaje y

preparación. Pero pensar filosóficamente no es repetir pensamientos ajenos, por mucho que

nuestras propias reflexiones estén apoyadas en ellos y sean conscientes de esta deuda necesaria.

Ciertas introducciones a la filosofía son como tratados de ciclismo que se limitasen a rememorar

los nombres y las gestas de los vencedores del Tour de Francia. Me propongo intentar aquí enseñar

a montar en bicicleta y hasta dar ejemplo pedaleando yo mismo, por lejos que estén mis capacidades

de las de Eddy Merckx o Miguel Induráin.

Pero el lector tiene que intentar pedalear también conmigo o incluso contra mí. En estas

páginas no se ofrece una guía concluyente de pensamientos necesariamente válidos sino un

itinerario personal de búsqueda y tanteo. Al final de cada capítulo se propone un memorándum de

cuestiones para que el lector repita por sí mismo la indagación que acaba de leer, lo que quizá le

llevará a conclusiones opuestas. Nada más necesario que este ejercicio, porque la filosofía no es la

revelación hecha por quien lo sabe todo al ignorante, sino el diálogo entre iguales que se hacen

cómplices en su mutuo sometimiento a la fuerza de la razón y no a la razón de la fuerza.

En una palabra, léase lo que sigue como una invitación a filosofar y no como un repertorio

de lecciones de filosofía. Pero ¿no son precisamente esas lecciones lo que cuadra dar en el

bachillerato? Y ¿acaso no es un gran atrevimiento creer que uno puede guardar el tono accesible

del que pretende ser comprendido por adolescentes sin dejar por ello de tratarles como iguales y sin

renunciar tampoco a ser útil a otros lectores no menos neófitos pero adultos? Pues tal es mi atrevida

pretensión, en efecto. Me reconforto recordando que, según el poeta surrealista René Crevel,

«ningún atrevimiento es fatal».

1 Meditaciones del Quijote, de J. Ortega y Gasset, Madrid, Alianza Editorial.

Fernando Savater Las Preguntas De La Vida

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INTRODUCCIÓN

EL POR QUÉ DE LA FILOSOFÍA

Árbol de sangre, el hombre siente, piensa, florece

y da frutos insólitos: palabras.

Se enlazan lo sentido y lo pensado,

tocamos las ideas: son cuerpos y son números.

OCTAVIO PAZ

¿Tiene sentido empeñarse hoy, a finales del siglo XX o comienzos del XXI, en mantener la

filosofía como una asignatura más del bachillerato? ¿Se trata de una mera supervivencia del

pasado, que los conservadores ensalzan por su prestigio tradicional pero que los progresistas y las

personas prácticas deben mirar con justificada impaciencia? ¿Pueden los jóvenes, adolescentes más

bien, niños incluso, sacar algo en limpio de lo que a su edad debe resultarles un galimatías? ¿No se

limitarán en el mejor de los casos a memorizar unas cuantas fórmulas pedantes que luego repetirán

como papagayos? Quizá la filosofía interese a unos pocos, a los que tienen vocación filosófica, si

es que tal cosa aún existe, pero ésos ya tendrán en cualquier caso tiempo de descubrirla más

adelante. Entonces, ¿por qué imponérsela a todos en la educación secundaria? ¿No es una pérdida

de tiempo caprichosa y reaccionaria, dado lo sobrecargado de los programas actuales de

bachillerato?

Lo curioso es que los primeros adversarios de la filosofía le reprochaban precisamente ser

«cosa de niños», adecuada como pasatiempo formativo en los primeros años pero impropia de

adultos hechos y derechos. Por ejemplo, Cálleles, que pretende rebatir la opinión de Sócrates de

que «es mejor padecer una injusticia que causarla». Según Calicles, lo verdaderamente justo, digan

lo que quieran las leyes, es que los más fuertes se impongan a los débiles, los que valen más a los

que valen menos y los capaces a los incapaces. La ley dirá que es peor cometer una injusticia que

sufrirla pero lo natural es considerar peor sufrirla que cometerla. Lo demás son tiquismiquis

filosóficos, para los que guarda el ya adulto Cálleles todo su desprecio: «La filosofía es

ciertamente, amigo Sócrates, una ocupación grata, si uno se dedica a ella con mesura en los años

juveniles, pero cuando se atiende a ella más tiempo del debido es la ruina de los hombres2».

Cálleles no ve nada de malo aparentemente en enseñar filosofía a los jóvenes aunque considera el

vicio de filosofar un pecado ruinoso cuando ya se ha crecido. Digo «aparentemente» porque no

podemos olvidar que Sócrates fue condenado a beber la cicuta acusado de corromper a los jóvenes

seduciéndoles

...

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