Preguntas De La Vida
navarropau7426 de Noviembre de 2013
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Las preguntas de la vida 2
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ADVERTENCIA PREVIA
El propósito de este libro es por un lado muy modesto y por otro desmesuradamente ambicioso.
Modesto porque se contentaría con servir como lectura inicial para alumnos de bachillerato que
deben acercarse por primera -y quizá última- vez a los temas básicos de la filosofía occidental, planteados no
de forma histórica sino como preguntas o problemas vitales. En este sentido, pretende atender fielmente
aunque con cierto díscolo sesgo personal a las indicaciones sobre esta asignatura dictadas por las
administraciones educativas.
Pero también desmesuradamente ambicioso, puesto que no renuncia a servir como invitación o
proemio a la filosofía para cualquier profano interesado en conocer algo de esta venerable tradición
intelectual nacida en Grecia. Sobre todo me dirijo a quienes no se preocupan tanto por ella sólo en cuanto
venerable tradición sino como un modo de reflexión aún vigente, que puede serles útil en sus perplejidades
cotidianas. No se trata primordialmente de saber cómo se las arreglaba Sócrates para vivir mejor en Atenas
hace veinticinco siglos, sino cómo podemos nosotros comprender y disfrutar mejor la existencia en tanto
contemporáneos de Internet, del sida y de las tarjetas de crédito.
Para ello, sin duda, tendremos que remontarnos en ocasiones hasta las lecciones de Sócrates o de
otros insignes maestros pero sin limitarnos a levantar acta más o menos crítica de sus sucesivos
descubrimientos. La filosofía no puede ser solamente un catálogo de opiniones prestigiosas. Más bien lo
contrario, si atendemos por esta vez a la opinión «prestigiosa» de Ortega y Gasset: «La filosofía es
idealmente lo contrario de la noticia, de la erudición1». Desde luego la filosofía es un estudio no un puñado
de ocurrencias de tertulia, y por tanto requiere aprendizaje y preparación. Pero pensar filosóficamente no es
repetir pensamientos ajenos, por mucho que nuestras propias reflexiones estén apoyadas en ellos y sean
conscientes de esta deuda necesaria. Ciertas introducciones a la filosofía son como tratados de ciclismo que
se limitasen a rememorar los nombres y las gestas de los vencedores del Tour de Francia. Me propongo intentar
aquí enseñar a montar en bicicleta y hasta dar ejemplo pedaleando yo mismo, por lejos que estén mis
capacidades de las de Eddy Merckx o Miguel Induráin.
Pero el lector tiene que intentar pedalear también conmigo o incluso contra mí. En estas páginas no se
ofrece una guía concluyente de pensamientos necesariamente válidos sino un itinerario personal de búsqueda
y tanteo. Al final de cada capítulo se propone un memorándum de cuestiones para que el lector repita por sí
mismo la indagación que acaba de leer, lo que quizá le llevará a conclusiones opuestas. Nada más necesario
que este ejercicio, porque la filosofía no es la revelación hecha por quien lo sabe todo al ignorante, sino el
diálogo entre iguales que se hacen cómplices en su mutuo sometimiento a la fuerza de la razón y no a la razón
de la fuerza.
En una palabra, léase lo que sigue como una invitación a filosofar y no como un repertorio de
lecciones de filosofía. Pero ¿no son precisamente esas lecciones lo que cuadra dar en el bachillerato? Y
¿acaso no es un gran atrevimiento creer que uno puede guardar el tono accesible del que pretende ser
comprendido por adolescentes sin dejar por ello de tratarles como iguales y sin renunciar tampoco a ser útil a
otros lectores no menos neófitos pero adultos? Pues tal es mi atrevida pretensión, en efecto. Me reconforto
recordando que, según el poeta surrealista René Crevel, «ningún atrevimiento es fatal».
1 Meditaciones del Quijote, de J. Ortega y Gasset, Madrid, Alianza Editorial.
Las preguntas de la vida 3
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INTRODUCCIÓN
EL POR QUÉ DE LA FILOSOFÍA
Árbol de sangre, el hombre siente, piensa, florece
y da frutos insólitos: palabras.
Se enlazan lo sentido y lo pensado,
tocamos las ideas: son cuerpos y son números.
OCTAVIO PAZ
¿Tiene sentido empeñarse hoy, a finales del siglo XX o comienzos del XXI, en mantener la filosofía
como una asignatura más del bachillerato? ¿Se trata de una mera supervivencia del pasado, que los
conservadores ensalzan por su prestigio tradicional pero que los progresistas y las personas prácticas deben
mirar con justificada impaciencia? ¿Pueden los jóvenes, adolescentes más bien, niños incluso, sacar algo en
limpio de lo que a su edad debe resultarles un galimatías? ¿No se limitarán en el mejor de los casos a
memorizar unas cuantas fórmulas pedantes que luego repetirán como papagayos? Quizá la filosofía interese a
unos pocos, a los que tienen vocación filosófica, si es que tal cosa aún existe, pero ésos ya tendrán en
cualquier caso tiempo de descubrirla más adelante. Entonces, ¿por qué imponérsela a todos en la educación
secundaria? ¿No es una pérdida de tiempo caprichosa y reaccionaria, dado lo sobrecargado de los programas
actuales de bachillerato?
Lo curioso es que los primeros adversarios de la filosofía le reprochaban precisamente ser «cosa de
niños», adecuada como pasatiempo formativo en los primeros años pero impropia de adultos hechos y
derechos. Por ejemplo, Cálleles, que pretende rebatir la opinión de Sócrates de que «es mejor padecer una
injusticia que causarla». Según Calicles, lo verdaderamente justo, digan lo que quieran las leyes, es que los
más fuertes se impongan a los débiles, los que valen más a los que valen menos y los capaces a los incapaces.
La ley dirá que es peor cometer una injusticia que sufrirla pero lo natural es considerar peor sufrirla que
cometerla. Lo demás son tiquismiquis filosóficos, para los que guarda el ya adulto Cálleles todo su desprecio:
«La filosofía es ciertamente, amigo Sócrates, una ocupación grata, si uno se dedica a ella con mesura en los
años juveniles, pero cuando se atiende a ella más tiempo del debido es la ruina de los hombres2». Cálleles no
ve nada de malo aparentemente en enseñar filosofía a los jóvenes aunque considera el vicio de filosofar un
pecado ruinoso cuando ya se ha crecido. Digo «aparentemente» porque no podemos olvidar que Sócrates fue
condenado a beber la cicuta acusado de corromper a los jóvenes seduciéndoles con su pensamiento y su
palabra. A fin de cuentas, si la filosofía desapareciese del todo, para chicos y grandes, el enérgico Cálleles -
partidario de la razón del más fuerte- no se llevaría gran disgusto...
Si se quieren resumir todos los reproches contra la filosofía en cuatro palabras, bastan éstas: no sirve
para nada. Los filósofos se empeñan en saber más que nadie de todo lo imaginable aunque en realidad no son
más que charlatanes amigos de la vacua palabrería. Y entonces, ¿quién sabe de verdad lo que hay que saber
sobre el mundo y la sociedad? Pues los científicos, los técnicos, los especialistas, los que son capaces de dar
informaciones válidas sobre la realidad. En el fondo los filósofos se empeñan en hablar de lo que no saben: el
propio Sócrates lo reconocía así, cuando dijo «sólo sé que no sé nada». Si no sabe nada, ¿para qué vamos a
escucharle, seamos jóvenes o maduros? Lo que tenemos que hacer es aprender de los que saben, no de los
que no saben. Sobre todo hoy en día, cuando las ciencias han adelantado tanto y ya sabemos cómo funcionan
la mayoría de las cosas... y cómo hacer funcionar otras, inventadas por científicos aplicados.
Así pues, en la época actual, la de los grandes descubrimientos técnicos, en el mundo del microchip y
del acelerador de partículas, en el reino de Internet y la televisión digital... ¿qué información podemos recibir
de la filosofía? La única respuesta que nos resignaremos a dar es la que hubiera probablemente ofrecido el
propio Sócrates: ninguna. Nos informan las ciencias de la naturaleza, los técnicos, los periódicos, algunos
programas de televisión... pero no hay información «filosófica». Según señaló Ortega, antes citado, la
filosofía es incompatible con las noticias y la información está hecha de noticias. Muy bien, pero ¿es
información lo único que buscamos para entendernos mejor a nosotros mismos y lo que nos rodea?
Supongamos que recibimos una noticia cualquiera, ésta por ejemplo: un número x de personas muere
diariamente de hambre en todo el mundo. Y nosotros, recibida la información, preguntamos (o nos
preguntamos) qué debemos pensar de tal suceso. Recabaremos opiniones, algunas de las cuales nos dirán que
tales muertes se deben a desajustes en el ciclo macro-económico global, otras hablarán de la superpoblación
del planeta, algunos clamarán contra el injusto reparto de los bienes entre posesores y desposeídos,
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