Leviatan
nikolaspedrazzaInforme22 de Mayo de 2014
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Fragmentos de
Leviatán
Thomas Hobbes
INTRODUCCION
La Naturaleza (el arte con que Dios ha hecho y gobierna el mundo) está imitada de tal modo,
como en otras muchas cosas, por el arte del hombre, que éste puede crear un animal artificial. Y
siendo la vida un movimiento de miembros cuya iniciación se halla en alguna parte principal de los
mismos ¿por qué no podríamos decir que todos los autómatas (artefactos que se mueven a sí
mismos por medio de resortes y ruedas como lo hace un reloj) tienen una vida artificial? ¿Qué es
en realidad el corazón sino un resorte; y los nervios qué son, sino diversas fibras; y las articulaciones
sino varias ruedas que dan movimiento al cuerpo entero tal como el Artífice se lo propuso? El arte
va aún más lejos, imitando esta obra racional, que es la más excelsa de la Naturaleza: el hombre.
En efecto: gracias al arte se crea ese gran Leviatán que llamamos la república o Estado (en latín
civitas) que no es sino un hombre artificial, aunque de mayor estatua y robustez que el natural para
cuya protección y defensa fue instituido; y en el cual la soberanía es un alma artificial que da vida y
movimiento al cuerpo entero; los magistrados y otros funcionarios de la judicatura y del poder
ejecutivo, nexos artificiales; la recompensa y el castigo (mediante los cuales cada nexo y cada
miembro vinculado a la sede de la soberanía es inducido a ejecutar su deber) son los nervios que
hacen lo mismo en el cuerpo natural; la riqueza y la abundancia de todos los miembros particulares
constituyen su potencia; la salus polpuli (la salvación del pueblo) son sus negocios; los consejeros, que
informan sobre cuantas cosas precisa conocer, son la memoria; la equidad y las leyes, una razón y una
voluntad artificiales; la concordia, es la salud; la sedición, la enfermedad; la guerra civil, la muerte. Por
último, los convenios mediante los cuales las partes de este cuerpo político se crean, combinan y
unen entre sí, aseméjanse a aquel fiat, o hagamos al hombre, pronunciado por Dios en la Creación.
Al describir la naturaleza de este hombre artificial me propongo considerar:
1. La materia de que consta y el artífice; ambas cosas son el hombre.
2. Cómo y por qué pactos se instituye, cuáles son los derechos y el poder justo o la autoridad justa
de un soberano; y qué es lo que lo mantiene o lo aniquila.
3. Qué es un gobierno cristiano.
Y, por último, qué es el reino de las tinieblas.
Por lo que respecta al primero existe un dicho acreditado según el cual la sabiduría se adquiere no
ya leyendo en los libros sino en los hombres. Como consecuencia aquellas personas que por lo
común no pueden dar otra prueba de ser sabios, se complacen mucho en mostrar lo que piensan
que han leído en los hombres, mediante despiadadas censuras hechas de los demás, a espaldas
suyas. Pero existe otro dicho mucho más antiguo, en virtud del cual los hombres pueden aprender
a leerse fielmente uno al otro si se toman la pena de hacerlo; es el nosce te ipsum, léete a ti mismo: lo
cual no se entendía antes en el sentido, ahora usual, de poner coto a la bárbara conducta que los
titulares del poder observan con respecto a sus inferiores; o de inducir hombres de baja estofa a
una conducta insolente hacia quienes son mejores que ellos. Antes bien, nos enseña que por la
semejanza de los pensamientos y de las pasiones de un hombre con los pensamientos y pasiones Thomas Hobbes
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de otro, quien se mire a sí mismo y considere lo que hace cuando piensa, opina, razona, espera, teme,
etc. Y por qué razones, podrá leer y saber, por consiguiente, cuáles son los pensamientos y
pasiones de los demás hombres en ocasiones parecidas. Me refiero a la similitud de aquellas
pasiones que son las mismas en todos los hombres; deseo, temor, esperanza, etc., no a la semejanza
entre los objetos de las pasiones, que son las cosas deseadas, temidas, esperadas, etc. Respecto de éstas
la constitución individual y la educación particular varían de tal modo y son tan fáciles de sustraer
a nuestro conocimiento que los caracteres del corazón humano, borrosos y encubiertos, como
están, por el disimulo, la falacia, la ficción y las erróneas doctrinas, resultan únicamente legibles
para quien investiga los corazones. Y aunque, a veces, por las acciones de los hombres
descubrimos sus designios, dejar de compararlos con nuestros propios anhelos y de advertir todas
las circunstancias que pueden alterarlos, equivale a descifrar sin clave y exponerse al error, por
exceso de confianza o de desconfianza, según que el individuo que lee sea un hombre bueno o
malo.
Aunque un hombre pueda leer a otro por sus acciones, de un modo perfecto, sólo puede hacerlo
con sus circunstantes, que son muy pocos. Quien ha de gobernar una nación entera debe leer, en sí
mismo, no a este o aquel hombre, sino a la humanidad, cosa que resulta más difícil que aprender
cualquier idioma o ciencia; cuando yo haya expuesto ordenadamente el resaltado de mi propia
lectura, los demás no tendrán otra molestia sino la de comprobar si en sí mismos llegan a análogas
conclusiones. Porque este género de doctrina no admite otra demostración.
PARTE I
CAPITULO IV
Del Lenguaje
La invención de la imprenta, aunque ingeniosa, no tiene gran importancia si se la compara con la
invención de las letras. Pero ignoramos quién fue el primero en hallar el uso de las letras. Dicen los
hombres que quien en primer término las trajo a Grecia fue Cadmo, hijo de Agenor, rey de Fenicia.
Fue, ésta, una invención provechosa para perturbar la memoria del tiempo pasado, y la conjunción
del género humano, disperso en tantas y tan distintas regiones de la tierra; y tuvo gran dificultad,
como que procede de una cuidadosa observación de los diversos movimientos de la lengua, del
paladar, de los labios y de otros órganos de la palabra; añádase, además, a ello la necesidad de
establecer distinciones de caracteres, para recordarlas. Pero la más noble y provechosa invención
de todas fue la del lenguaje, que se basa en nombres o apelaciones, y en las conexiones de ellos. Por
medio de esos elementos los hombres registran sus pensamientos, los recuerdan cuando han
pasado, y los enuncian uno a otro para mutua utilidad y conversación. Sin él no hubiera existido
entre los hombres ni el gobierno ni sociedad, ni contrato ni paz, ni más que lo existente entre
leones, osos y lobos. El primer autor del lenguaje fue Dios mismo, quien instruyó a Adán cómo
llamar las criaturas que iba presentando ante su vista. La Escritura no va más lejos en esta materia.
Ello fue suficiente para inducir al hombre a añadir nombres nuevos, a medida que la experiencia y
el uso de las criaturas iban dándole ocasión, y para acercarse gradualmente a ellas de modo que
pudiera hacerse entender. Y así, andando el tiempo, ha ido formándose el lenguaje tal como lo
usamos, aunque no tan copioso como un orador o filósofo lo necesita. En efecto, no encuentro
cosa alguna en la Escritura de la cual directamente o por consecuencia pueda inferirse que se
enseñó a Adán los nombres de todas las figuras, cosas, medidas, colores, sonidos, fantasías y
relaciones. Mucho menos los nombres de las palabras y del lenguaje, como general, especial,
afirmativo, negativo, indiferente, optativo, infinitivo, que tan útiles son; y menos aún las de entidad,
intencionalidad, quididad, y otras, insignificantes, de los Escolásticos. Leviatán
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Todo este lenguaje ha ido produciéndose y fue incrementado por Adán y su posteridad, y quedó de
nuevo perdido en la torre de Babel cuando, por la mano de Dios, todos los hombres fueron
castigados, por su rebelión, con el olvido de su primitivo lenguaje. Y viéndose así forzados a
dispersarse en distintas partes del mundo, necesariamente hubo de sobrevenir la diversidad de
lenguas que ahora existe, derivándose por grados de aquélla, tal como lo exigía la necesidad
(madre de todas las invenciones); y con el transcurso del tiempo fue creciendo de modo cada vez
más copioso.
El uso general del lenguaje consiste en trasponer nuestros discursos mentales en verbales: o la
serie de nuestros pensamientos en una serie de palabras, y esto con dos finalidades: una de ellas es
el registro de las consecuencias de nuestros pensamientos, que siendo aptos para sustraerse de
nuestra memoria cuando emprendemos una nueva labor, pueden ser recordados de nuevo por las
palabras con que se distinguen. Así, el primer uso de los hombres es servir como marcas o notas del
recuerdo. Otro uso se advierte cuando varias personas utilizan las mismas palabras para significar
(por su conexión y orden), una a otra, lo que conciben o piensan de cada materia; y también lo que
desean, temen o promueve en ellos otra pasión. Y para este uso se denominan signos. Usos
especiales del lenguaje son los siguientes: primero, registrar lo que por meditación hallamos ser la
causa
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