Marco Tulio Ciceron
schulz1228 de Septiembre de 2012
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Capítulo 1
Marco Tulio Cicerón dio un respingo cuando su médico le puso sobre el pecho el emplasto caliente y, con la voz más bien regañona de un medio inválido, preguntó:
M
-¿Qué es esta porquería? -Grasa de buitre -contestó el médico con tono orgulloso-. A dos sestercios el bote y garantizada para
aliviar toda inflamación. Los esclavos removieron las ascuas del brasero y Marco Tulio se estremeció bajo las mantas. Sobre
sus pies le habían colocado un cobertor de pieles, pero él seguía sintiendo frío. -Dos sestercios -repitió sombrío-. ¿Qué ha dicho de eso la señora Helvia? -No lo sabe -repuso el médico. Marco Tulio sonrió al pensar en lo que diría. -Ese dinero lo anotará en los gastos de la casa -comentó-. Es excelente tener una esposa ahorrativa en
estos tiempos de prodigalidad; aunque no siempre, si algo como este vil ungüento ha de ser añadido al gasto de alubias y utensilios de cocina. Creo que deberíamos llevar una cuenta de médicos y medicinas.
-Esta grasa se la he comprado a otro médico -contestó el galeno con un ligero tono de reproche-. La señora Helvia hace todo lo posible para no tener que tratar con comerciantes. Si esto lo hubiera tenido que comprar en una tienda, me habría costado cinco sestercios y no dos.
-Sin embargo, los dos sestercios figurarán en la cuenta de gastos domésticos -dijo Marco Tulio-. El coste de los lienzos y las prendas de lana para el niño que ha de nacer figurará entre el de las ollas, el pescado y la harina. Sí, una esposa ahorrativa es algo excelente; pero yo, como esposo, en cierto modo estoy resentido de que me enumeren entre los orinales y el queso de cabra. Yo mismo lo he visto.
Tosió fuertemente y el médico se sintió complacido. -¡Vaya! -exclamó-. Esa tos va mejor. -Hay veces -continuó Marco Tulio- en que un paciente, si quiere salvar su vida, debe apresurarse a
mejorar para escapar de las recetas de su médico y sus porquerías. Es instinto de conservación. ¿Qué tiempo hace hoy?
-Muy malo y fuera de lo normal -respondió el médico-. Ha nevado. Las colinas y los pastos están cubiertos de nieve y el río se ha helado, pero el cielo está claro y despejado. Corre un vivo vientecillo del norte, pero eso le ayudará a curarse, amo. Lo que hay que temer es el viento del este y especialmente el del sudeste.
Marco Tulio estaba empezando a entrar en calor, no por el ardor de la fiebre, sino por la recuperación de la salud. Su ropa interior de lana comenzó a picarle y cada vez era más fuerte el hedor de la grasa de buitre. Se apresuró a taparse de nuevo el pecho con las mantas.
-Aún está por ver -dijo- si he de ser asfixiado por este hedor o por congestión de los pulmones. Creo que preferiría lo último.
Y tosió para convencerse. El dolor del pecho iba remitiendo. Echó un vistazo en derredor y vio a los esclavos diligentemente ocupados en echar más carbón al brasero.
-Ya basta -refunfuñó-. ¡Voy a ahogarme en mi propio sudor! No era un hombre irritable por naturaleza, sino amable y cariñoso, siempre un poco abstraído. El
médico se sintió animado ante esta irritabilidad, que significaba que su paciente se recuperaría pronto. Se quedó mirando aquel rostro moreno y delgado que destacaba entre los blancos almohadones y sus grandes ojos negros que nunca lograban, a pesar de sus esfuerzos, parecer severos. Sus rasgos eran suaves y precisos, su entrecejo denotaba benevolencia y su barbilla, indecisión. Era un hombre joven y representaba menos edad de la que tenía, lo cual le fastidiaba. Tenía la calma y las manos en cierto modo pasivas del intelectual. Su fino cabello castaño le crecía desordenado y caía sobre su alargado cráneo como si hubiera sido pintado allí y nunca fuera a crecer erguido a la manera de un hombre auténticamente viril.
Oyó pasos y dio otro respingo. Su padre venía a su dormitorio. Su padre, que era un romano chapado a la antigua. Cerró los ojos y fingió estar dormido. Quería a su padre, pero le resultaba pesado con todas aquellas historias sobre la grandeza de su familia, una grandeza que Tulio sospechaba a veces que no había existido. Los pasos eran firmes y pesados y el padre, que también se llamaba Marco Tulio Cicerón, entró finalmente en el aposento.
-Bien, Marco -dijo con su vozarrón-. ¿Cuándo pensamos levantarnos? Marco Tulio atisbó la luz del sol a través de sus pestañas. No respondió. Las blancas paredes de
madera de su dormitorio reflejaban el resplandor, que de repente le pareció demasiado intenso. -Está durmiendo, amo -dijo el médico en son de excusa. -¡Uf! ¿A qué se debe este mal olor? -preguntó el padre, un hombre alto, delgado e irascible que llevaba
una barba al estilo antiguo que, según él, le hacía parecerse a Cincinato. -Es grasa de buitre -explicó el galeno-. Muy cara, pero eficaz. -Haría resucitar a un muerto -dijo el padre. -Ha costado dos sestercios -respondió el médico guiñándole. Era un liberto y como médico había
llegado a ser ciudadano romano, lo cual le permitía tomarse ciertas libertades. El padre sonrió con acritud. -Dos sestercios -repitió-. Eso haría que la señora Helvia recontase la calderilla de su monedero -resopló ruidosamente-. La frugalidad es una virtud, pero los dioses fruncen el entrecejo ante la avaricia. Yo me consideraba un maestro en el arte de sacar tres sestercios donde antes sólo se sacaban dos, pero, ¡por Pólux!, ¡la señora Helvia debió ser banquero! ¿Cómo se encuentra mi hijo?
-Se va reponiendo, amo. El anciano se inclinó sobre el lecho. -Ahora que lo pienso -comentó-, mi hijo se mete en cama cada vez que la señora Helvia se pone muy
dominante..., ¡y eso que está embarazada! ¿Qué opinas de esto, Felón? El médico sonrió discretamente y se quedó mirando a su paciente, al que se suponía dormido. -Hay naturalezas amables -contestó con diplomacia-, y a menudo la retirada es un medio de asegurarse
la victoria. -Me han dicho que a la señora Helvia han tenido que llevarla apresuradamente al lecho. ¿Es inminente
el nacimiento del niño? -Puede nacer cualquier día de éstos -respondió el médico, preocupado-. Iré a verla enseguida. Salió apresuradamente de la habitación, con sus vestiduras de lino arremolinándose. El padre se inclinó
sobre la cama. -Marco -dijo-. Sé que no estás dormido y tu esposa está a punto de dar a luz. No trates de eludirme
fingiendo que duermes. Tú nunca has roncado. Marco Tulio gimió débilmente y no tuvo más remedio que abrir los ojos. Los ojillos de su padre,
negros y vivaces, parecían estar danzando sobre él. -¿Quién ha dicho que está a punto de dar a luz? -preguntó. -Hay mucho movimiento en los aposentos de las mujeres, han puesto agua a calentar y la comadrona
se ha colocado un delantal. -Se rascó la barbuda mejilla.- Como es su primer hijo, no dudo que tardará en nacer.
-Eso no es propio de Helvia -contestó Marco Tulio-. Ella hace todas las cosas con prontitud. -Opino que es una mujer de muchas virtudes -declaró el padre, que era viudo y se sentía agradecido
por ello-; pero de todos modos se halla sujeta a las leyes de la naturaleza. -Helvia no -replicó Marco Tulio-. Las leyes de la naturaleza están sujetas a ella. El padre ahogó una risita ante su tono de resignación. -Todos estamos sometidos a ella, Marco. Incluso yo. Tu madre era una bendita y yo no supe
apreciarlo. -Así que también temes a Helvia -dijo Marco Tulio, y tosió aparatosamente. -¡Miedo a las mujeres! ¡Tonterías! Pero crean dificultades que todo hombre juicioso debe evitar.
Tienes muy buen color. ¿Cuánto tiempo crees que podrás seguir escondido en la cama? -Desgraciadamente, no mucho, sobre todo si Helvia me manda llamar, padre. El anciano se quedó pensativo. -No está mal eso de meterse en cama -observó-. Estoy pensando en hacerlo yo también. Pero a Helvia
no podremos engañarla. Dos hombres enfermos despertarían sus sospechas. Si es niño, supongo que le pondrás nuestro nombre.
Marco Tulio había pensado en ponerle otro, pero suspiró. Abrió del todo los ojos y vio la nieve contra la ventana. Las cortinas de lana que pendían sobre ella eran agitadas por los ramalazos de viento y Marco Tulio tiritó.
-De veras que estoy enfermo -dijo esperanzado-. Tengo inflamación en los pulmones. -Los dioses han dicho, así como los griegos, que cuando un hombre quiere evadir el cumplimiento de
sus deberes puede invocar cualquier enfermedad -dijo el padre mientras cogía la muñeca de su hijo para tomarle el pulso, pero apartando la mano rápidamente-. ¡Grasa de buitre! -exclamó-. Debe de ser milagrosa, pues tienes el pulso normal. ¡Ah! Aquí viene la comadrona.
Marco Tulio se encogió bajo sus cobertores y cerró los ojos. La comadrona hizo una reverencia y dijo: -La señora Helvia está a punto de dar a luz, amos. -¿Tan pronto? -preguntó el padre. -De un momento a otro, amo. Se fue a la cama hace una hora, según el reloj de agua, que aún no se ha
helado, y ya ha tenido un dolor. El médico está con ella. El parto es inminente. -Ya te lo dije -comentó Marco Tulio con cara de infeliz-. Helvia desafía las leyes de la naturaleza. El
parto debería haber durado lo menos ocho horas. -Es una hembra robusta -declaró el padre. Y diciendo esto retiró los cobertores, a pesar de que su hijo
hiciera el gesto de aferrarse a ellos-. Toda mujer desea que su esposo esté presente cuando ha de dar a luz, especialmente una dama del linaje de Helvia, que es impecable. ¡Marco, levántate!
Marco Tulio trató de agarrarse a las mantas, pero su padre las arrojó
...