Mas Alla Del Bien Y El Mal
dianacasallas1 de Agosto de 2013
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La voluntad de verdad, que todavía nos seducirá a correr más de un riesgo, esa famosa veracidad de la que
todos los filósofos han hablado hasta ahora con veneración: ¡qué preguntas nos ha propuesto ya esa voluntad de verdad! ¡Qué extrañas, perversas, problemáticas preguntas! Es una historia ya larga, - ¿y no parece,
sin embargo, que apenas acaba de empezar? ¿Puede extrañar el que nosotros acabemos haciéndonos desconfiados, perdiendo la paciencia y dándonos la vuelta impacientes? ¿El que también nosotros, por nuestra
parte, aprendamos de esa esfinge a preguntar? ¿Quién es propiamente el que aquí nos hace preguntas?
¿Qué cosa existente en nosotros es lo que aspira propiamente a la «verdad»? - De hecho hemos estado detenidos durante largo tiempo ante la pregunta que interroga por la causa de ese querer, - hasta que hemos
acabado deteniéndonos del todo ante una pregunta aún más radical. Hemos preguntado por el valor de esa
voluntad. Suponiendo que nosotros queramos la verdad: ¿porqué no, más bien, la no-verdad? ¿Y la incertidumbre? ¿Y aun la ignorancia? - El problema del valor de la verdad se plantó delante de nosotros, - ¿o fuimos nosotros quienes nos plantamos delante del problema? ¿Quién de nosotros es aquí Edipo? ¿Quién Esfinge? Es éste, a lo que parece, un lugar donde se dan cita preguntas y signos de interrogación. - ¿Y se creería que a nosotros quiere parecernos, en última instancia, que el problema no ha sido planteado nunca hasta
ahora, - que ha sido visto, afrontado, osado por vez primera por nosotros?.Pues en él hay un riesgo, y acaso
no exista ninguno mayor.
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«¿Cómo podría una cosa surgir de su antítesis? ¿Por ejemplo, la verdad, del error? ¿O la voluntad de verdad, de la voluntad de engaño? ¿O la acción desinteresada, del egoísmo? ¿O la pura y solar contemplación
del sabio, de la concupiscencia?. Semejante génesis es imposible; quien con ello sueña, un necio, incluso
algo peor; las cosas de valor sumo es preciso que tengan otro origen, un origen propio, - ¡no son derivables
de este mundo pasajero, seductor, engañador, mezquino, de esta confusión de delirio y deseo! Antes bien,
en el seno del ser, en lo no pasajero, en el Dios oculto, en la "cosa en sí" - ¡ahí es donde tiene que estar su
fundamento, y en ninguna otra parte!» - Este modo de juzgar constituye el prejuicio típico por el cual resultan reconocibles los metafísicos de todos los tiempos; esta especie de valoraciones se encuentra en el trasfondo de todos sus procedimientos lógicos; partiendo de este «creer» suyo se esfuerzan por obtener su «saber», algo que al final es bautizado solemnemente con el nombre de «la verdad». La creencia básica de los
metafísicos es la creencia en las antítesis de los valores. Ni siquiera a los más previsores entre ellos se les
ocurrió dudar ya aquí en el umbral, donde más necesario era hacerlo, sin embargo: aun cuando se habían
jurado de omnibus dubitandum [dudar de todas las cosas]. Pues, en efecto, es lícito poner en duda, en primer término, que existan en absoluto antítesis, y, en segundo término, que esas populares valoraciones y
antítesis de valores sobre las cuales han impreso los metafísicos su sello sean algo más que estimaciones
superficiales, sean algo más que perspectivas provisionales y, además, acaso, perspectivas tomadas desde
un ángulo, de abajo arriba, perspectivas de rana, por así decirlo, para tomar prestada una expresión corriente entre los pintores. Pese a todo el valor que acaso corresponda a lo verdadero, a lo veraz, a lo desinteresado: sería posible que a la apariencia, a la voluntad de engaño, al egoísmo y a la concupiscencia
hubiera que atribuirles un valor más elevado o más fundamental
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