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Relato. Personas que jamás serán personas


Enviado por   •  6 de Diciembre de 2018  •  Ensayos  •  12.137 Palabras (49 Páginas)  •  121 Visitas

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Personas que jamás serán personas


Tierra, trágame

Miércoles, 7 de mayo

                ¡MEEEEC!... El sonido de aquel espantoso timbre anunciaba una vez más el final del tiempo de descanso. Todos los trabajadores miraban sus relojes para comprobar que no faltaban aún un par de minutos de libertad. Qué mala suerte había tenido Mateo al no poder terminarse su bocata, pues decidió invertir sus escasos treinta minutos en charlar con algunos de sus compañeros. A pesar de no haber sido conversaciones fluidas, cultas o interesantes, permitían saborear algo que no podía obtenerse ni de aquel bocata caliente de lomo a la plancha con tortilla: la libertad.

                El papel celofán había conseguido que aquel bocadillo pareciera más bien un chicle relleno de filetes que deseaban escapar de aquella prisión de masa de harina fermentada; sin embargo, no dejaba de ser un delicioso sabor condimentado con la merecida recompensa por haber cumplido a lo largo de la mañana. Aun así, Mateo decidió intercambiar unas palabras con Luis, Borja y Andrés, que ellos sí ─hambrientos de dicha recompensa─ propinaban fuertes mordiscos y desgarros en el pan que por un momento hacían dudar a Mateo sobre si vivía en el siglo XX o en el pleistoceno. Las migas del pan, pequeños trozos de tortilla de patata, incluso aceite con el que se acompañaba el bocata de pimientos, quedaban colgados del bigote de Luis y Borja y en la comisura de los labios de Andrés al haber conseguido escapar de un cruel destino que condenaba a estos pobres alimentos a un ínfimo infierno en el ardor del interior de un estómago.

                El calor del sol era sofocante, y ni las gorras y sombreros podían evitar que las cabezas se dieran un baño en su propio jugo. No obstante, muchos de los trabajadores retiraban de sus molleras aquellas tapaderas para abanicar sus cogotes y poder secar así el sudor que conseguía empapar el pelo hasta casi transformarles en engominados italianos de la mafia.

                Ya era hora de volver al trabajo, y caminaban todos en fila hasta llegar a la gran nave industrial donde sus vidas se evaporaban con la misma velocidad que los charcos de agua que caían de las botellas en la zona de descanso, bajo aquel sol abrasador. Mateo se colocó de los primeros, detrás de otros muchos ilusos que creían que por entrar antes a trabajar tendrían como recompensa regresar a sus hogares unos minutos antes que sus compañeros. Detrás de éste, Luis y Borja caminaban siguiendo escrupulosamente la fila, dando un paso hacia delante cada tres segundos y creando así un perfecto “baile de almas en pena” junto a todos sus compañeros. Andrés decidió situarse al final de la cola, pues quería disfrutar del poco rato que le quedaba respirando aire del exterior ─aunque contaminado por las negras columnas de humo que desprendían las chimeneas de esos cuadriculados edificios─, y de la luz natural que proporcionaba el sol, mucho más agradable que los estallidos que producían aquellos tubos de plástico en los que se encerraba el tungsteno hasta que decidían mantenerse firmes, iluminando artificialmente las salas bañadas en un único color metálico.

                A medida que entraban dirigían su mirada hacia la izquierda contemplando cómo los edificios de las empresas de la competencia  también recibían a sus peones. Eran tres las empresas de aquel terreno industrial: a la derecha, donde trabajaba Mateo, la compañía IMPOX; un edificio con forma de cubo de metal con una chimenea por la que escapaba una enorme columna de humo negro azabache que manchaba el cielo azul hasta ocultarlo de los ojos de las personas. Sobre su gran puerta colgaba un enorme letrero: “En IMPOX, tú nos importas”. Lentamente entraban también en fila numerosos trabajadores vestidos todos con un mono azul; eso sí, el calzado era libre, pues “En IMPOX, tú nos importas”. La larga fila de miles de empleados seguía los pasos del primero de la hilera. Estaban cansados, exhaustos por el monótono día a día en aquella central; sin embargo, el breve lema de la empresa les hacía mantener un gesto de orgullo y soberbia que les permitía mirar por encima del hombro a las filas de trabajadores de las compañías vecinas.

                En el medio, la compañía SERTICUR; también un edificio con forma de cubo de metal y con una chimenea que, adivínenlo, también dejaba escapar oscuros vapores que marcaban el fin del vuelo de aquellas aves que gozaban de su derecho de libertad sobrevolando aquellos edificios, sabe Dios por qué. Una cinta de colores vivos rodeaba todo el edificio distinguiéndolo de los demás, pues tal como decía el lema escrito en la gran pancarta que colgaba sobre su puerta: “en SERTICUR valoramos la originalidad de nuestros empleados”. Uno a uno iban entrando los trabajadores de la empresa en una perfecta y alineada fila de hombres y mujeres vestidos con monos amarillos; sin embargo, algunos portaban mochilas, carteras de mano e incluso bolsos de distintos colores y formas, dado que “en SERTICUR valoramos la originalidad de los empleados”. Miles de personas entraban poco a poco en aquel edificio para ponerse manos a la obra y ganarse el sueldo que habría de mantenerles a lo largo de sus vidas. Se trataba de un trabajo repetitivo, agobiante, estresante… Sin embargo, lo realizaban a sabiendas de que se encontraban en una empresa que valoraba su originalidad, lo que les permitía mirar a sus vecinos de la izquierda y la derecha orgullosos de sí mismos y con aires de superioridad.

                Por último, a la izquierda de SERTICUR, se encontraba ACNITEX; se trataba de un maravilloso edificio metálico con forma de cubo que presentaba una curiosa chimenea en su parte superior de la que escapaban columnas de humo negro como el carbón. Tan oscuro era que convertía el día en atardecer y el atardecer en noche. Una rítmica y monótona sintonía producida por los pasos de sus trabajadores, que, vestidos con monos de color morado, se adentraban en orden y lentamente en la compañía, demostraba a aquellas personas que aun de aquella monótona situación podían sacar algo de alegría. Este sentimiento se reflejaba claramente en el emblema dibujado sobre la parte frontal del edificio: “en ACNITEX preferimos que el trabajo de nuestros empleados no resulte pesado, sino ameno”. Poco a poco el interior del edificio de ACNITEX se iba llenando con sus empleados, que a pesar de estar cansados debido a los duros trabajos que realizaban día tras día, podían presumir ante IMPOX y SERTICUR de ser los únicos trabajadores cuya empresa pretendía amenizar la labor de sus empleados.

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