Sobre la pedanteria y el poder popular
AlejoPerezEnsayo18 de Julio de 2011
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SOBRE LA PEDANTERÍA Y EL PODER POPULAR
Estudiantes junto al pueblo construyendo alternativas de educación popular
Es una ironía que el sediento muera al lado de la fuente. Una ironía es cuando la riqueza del mundo se basa en la pobreza del pueblo. Otra ironía es que la campesina se muera de hambre, en una (su) tierra ajena, entre cultivos de palma africana.
Así, nosotros somos nuestra propia ironía.
La casa del conocimiento; el templo del saber; el alma mater de la sociedad; el antro del progreso; la cuna de la ciencia. Aquellos son los nombres de nuestro nombre; nombres huecos que se llenan de estudiantes mediocres, en carrera detrás de un diploma, dispuestos a venderlo todo por una tajada de prestigio. En la universidad los arquitectos deliran ciudades de plástico brillante y miseria escondida; los ingenieros ingenian la forma de seguir conquistando-destruyendo espacios naturales; politólogos, antropólogos, psicólogos, sociólogos solo saben fingir que saben, y cuando rara vez saben algo, trabajan para el Estado manteniendo la mentira corrupta que gobierna en Colombia; los profesores empiezan frustrados desde el principio y se mueren locos de frustración. Es una ironía que donde nacen los libros, nadie sepa leer el mundo.
Por otra parte, pedante es aquel que piensa que el mundo debe cambiar para parecerse a él. Pedantes son estos estudiantes queriendo dirigir al pueblo organizado hacia la “verdadera revolución”, aquella que deliraron ellos solos y encerrados bajo un bombillo. Pedantería es creer que la autonomía universitaria son tres organizaciones estudiantiles mal-administrando nuestra ironía.
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Malvivimos en un mundo lleno de ruidos. Donde es imposible discernir quién habla, para qué lo hace, desde dónde. Malvivimos en un mundo lleno de voces, donde las voces se pierden, se diluyen en las aguas inmundas de nuestros ríos de asfalto. Los mercaderes de la guerra han instalado entre nosotros el estruendo terrorista, apenas sabemos reaccionar con espanto cuando algo suena; y salir corriendo, para nunca encontrarnos humanamente con nadie. En este, nuestro mundo, el mundo de las voces y de los ruidos, hemos sido condenadas a la incomunicación, el silencio y el olvido.
Pero nosotras hemos dicho basta de callar. Y lo hemos dicho, no así como gritan los carros o como suenan las balas o como chiflan las patrullas de la policía, lo hemos dicho contra viento y marea, afincando nuestro decir en la tierra. Hemos roto el cemento para que nuestras palabras florezcan; hemos renunciado al éxito capitalista, al placer machista, a la pureza racista, y lo hemos hecho porque nuestra palabra no puede convivir con las cadenas.
Porque hemos comprendido que la palabra no es un ruido cualquiera sino una lucha que se condensa en la voz, nosotras hemos decidido salir a las calles para caminar nuestra palabra. Y ya sabemos que no se camina entre las cuatro paredes de la universidad, y que tampoco se camina durante las largas jornadas de delirios plásticos que compramos en el mercado; y sabemos, sobre todo, que no camina quien se aísla en su propia soledad para arreglar fantasiosamente un mundo que no conoce. Por eso nos venimos re-uniendo para compartir camino, para contar y cantar nuestra palabra caminada; para que nuestro canto y nuestro decir se unan en un solo grito a la palabra combativa que viene caminado desde todas partes donde el pueblo se organiza.
Nuestro pueblo es diverso. Y cuando se reúne nuestro pueblo, cuándo acontece el Congreso de los Pueblos, se encuentran diversas palabras que vienen caminando desde lejanos y apartados lugares. La mujer campesina trae en su vientre la palabra que lucha por la tierra y el cuerpo libre. Así mismo los niños indígenas traen en la mochila la palabra andante de sus comunidades; y así los afros y los obreros y el pueblo entero vienen caminando sus palabras de
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