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Suma Contra Los Gentiles

acobianj9 de Mayo de 2012

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DE LA SUMA CONTRA LOS GENTILES

Santo Tomas de Aquino

LIBRO 1

CAPÍTULO 1

El oficio del sabio

El uso corriente que, según cree el Filósofo, ha de

seguirse al denominar las cosas, quiere que comúnmente se

llame sabios a quienes ordenan directamente las cosas y las

gobiernan bien. De aquí que, entre las cualidades que los

hombres conciben en el sabio, señale el Filósofo que es propio

del sabio el ordenar. Mas la norma de orden y gobierno de cuanto

se ordena a un fin se debe tomar del mismo fin; porque en tanto

una cosa está perfectamente dispuesta en cuanto se ordena

convenientemente a su propio fin, pues el fin es el bien de cada

cosa. Así vemos que en las artes, una, a la que atañe el fin, es

como la reina y gobernadora de las demás: la medicina, por

ejemplo, impera y ordena a la farmacia, porque la salud, que es el

objeto de la medicina, es el fin de todos los medicamentos

confeccionados en farmacia. Y lo mismo sucede con el arte de

navegar respecto de la industria naval, y con el militar respecto

de la caballería, y de todas las otras armas. Las artes que

imperan a otras se llaman arquitectónicas o principales. Por esto

sus artífices, llamados arquitectos, reclaman para sí el nombre de

sabios. Mas como dichos artífices se ocupan de los fines de

ciertas cosas particulares y no miran al fin universal de todas las

cosas, se llaman sabios en esta o en otra materia. En este

sentido se dice en la primera carta a los de Corinto: Como sabio

arquitecto puse los cimientos (1 Cor 3,lo). En cambio, se reserva

el nombre de sabio con todo su sentido únicamente para aquellos

que se ocupan del fin del universo, principio también de todos los

seres, y así, según el Filósofo, es propio del sabio considerar las

causas más altas.

Mas el fin último de cada uno de los seres es el intentado

por su primer hacedor o motor. Y el primer hacedor o motor del

universo, como más adelante se dirá, es el entendimiento. El

último fin del universo es, pues, el bien del entendimiento, que es

la verdad. Es razonable, en consecuencia, que la verdad sea el

último fin del universo y que la sabiduría tenga como deber

principal su estudio. Por esto, la Sabiduría divina encarnada

declara que vino al mundo para manifestar la verdad: Yo para

esto he nacido y he venido al mundo, para dar testimonio de la

verdad (Jn 18,37). Y el Filósofo precisa que la primera filosofía es

la ciencia de la verdad, y no de cualquier verdad, sino de aquella

que es origen de toda verdad y que pertenece al primer principio

del ser de todas las cosas. Por eso su verdad es principio de toda

verdad, pues la disposición de las cosas en el orden de la verdad

es como la que tienen en el orden del ser.

Por otra parte, a un mismo sujeto pertenece aceptar uno

de los contrarios y rechazar el otro; como sucede con la

medicina, que sana y combate la enfermedad. Luego así como propio del sabio es contemplar, principalmente, la verdad del

primer principio Y juzgar de las otras verdades, así también le es

propio impugnar la falsedad contraria. Por boca de la Sabiduría

se señala convenientemente, en las palabras propuestas, el

doble oficio del sabio: exponer la verdad divina, verdad por

antonomasia, a la que se refiere cuando dice: Mi boca pronuncia

la verdad, e impugnar el error contrario a la verdad, al que se

refiere cuando dice: Y mi, labios aborrecerán lo inicuo. En estas

palabras se designa la falsedad contra la verdad divina, que es

también contraria a la religión, llamada piedad) de donde su

contraria asume el nombre de impiedad.

CAPÍTULO II

La intención del autor

El estudio de la sabiduría es el más perfecto, sublime,

provechoso y alegre de todos los estudios humanos. Más

perfecto ciertamente, pues el hombre, en la medida en que se da

al estudio de la sabiduría, posee ya de alguna forma la verdadera

bienaventuranza. Por eso dice el Sabio: Dichoso el hombre que

medita la sabiduría (Ecl14,22). Más sublime, pues por él el

hombre se asemeja principalmente a Dios, que todo lo hizo

sabiamente (Sal lo.3 ,24), Y como la semejanza es causa de

amor, el estudio de la sabiduría une especialmente a Dios por

amistad, y así se dice de ella que es para los hombres tesoro

inagotable) y los que de él se aprovechan se hacen partícipes de

la amistad divina (Sab 7,14). Más útil, pues la sabiduría es

camino para llegar al reino de la inmortalidad: El deseo de la

sabiduría conduce a reinar por siempre (Sab 6,21). y más alegre,

pues no es amarga su conversación ni dolorosa su convivencia)

sino alegría y gozo (Sab 8,16).

Tomando, pues, confianza de la piedad divina para

proseguir el oficio de sabio, aunque exceda a las propias fuerzas,

nos proponemos manifestar, en cuanto nos sea posible, la verdad

que profesa la fe católica, eliminando los errores contrarios;

porque, sirviéndome de las palabras de San Hilario, soy

consciente de que el principal deber de mi vida para con Dios es

esforzarme por que mi lengua y todos mis sentidos hablen de El

(De Trin. I 37: PL lo,48).

Es difícil proceder en particular contra cada uno de los

errores, por dos razones: en primer lugar, las afirmaciones

sacrílegas de cada uno de los que han errado no nos son tan

conocidas que de ellas podamos sacar los argumentos para su

misma refutación. Los antiguos doctores usaron de este método

para refutar los errores de los gentiles, pues, siendo ellos gentiles

o conviviendo con ellos y conociendo con precisión su doctrina,

podían tener noticia exacta de sus opiniones, En segundo lugar,

porque algunos de ellos, por ejemplo, los mahometanos y

paganos, no convienen con nosotros en admitir la autoridad de

alguna parte de la Sagrada Escritura, por la que pudieran ser

convencidos, así como contra los judíos podemos disputar por el

Viejo Testamento, y contra los herejes por el Nuevo. Mas éstos

no admiten ninguno de los dos. Por lo tanto, hemos de recurrir a

la razón natural, que todos se ven obligados a aceptar, aun

cuando en las cosas divinas pueda fallar o sea falible.

En consecuencia, investigando una determinada verdad

mostraremos, a la vez, qué errores excluye esta verdad y cómo

concuerda con la fe cristiana la verdad establecida por

demostración.

CAPÍTULO III

Cuál sea el modo posible de manifestar la verdad

divina

Como no toda verdad se manifiesta del mismo modo,

dice el Filósofo, y Boecio insinúa, que es propio del hombre culto

intentar apoderarse de la verdad solamente en la medida que se

lo permite la naturaleza de la cosa. Por lo tanto, debemos señalar

primeramente cuál sea el modo posible de manifestar la verdad

propuesta.

Sobre lo que creemos de Dios hay un doble orden de

verdad. Hay ciertas verdades de Dios que sobrepasan la

capacidad de la razón humana, como es, por ejemplo, que Dios

es uno y trino. Hay otras que pueden ser alcanzadas por la razón

natural, como la existencia y la unidad de Dios, etc.; las que

incluso demostraron los filósofos guiados por la luz natural de la

razón.

Es evidentísima, por otra parte, la existencia de verdades

divinas que sobrepasan absolutamente la capacidad de la razón

humana, Como el principio de toda ciencia que la razón puede

tener de una cosa es la captación de su sustancia pues lo que es,

dice el Filósofo, es el principio de demostración conviene que el

modo como sea entendida la sustancia de un ser sea también el

modo de todo lo que conozcamos de él. Si, pues, el

entendimiento humano comprehende la sustancia de una cosa;

de la piedra, por ejemplo, o del triángulo, nada habrá inteligible

en ella que exceda la capacidad de la razón humana. Mas esto

ciertamente no se realiza con Dios. Porque el entendimiento

humano no puede llegar naturalmente hasta su sustancia, ya que

nuestro conocimiento en esta vida tiene su origen en los sentidos

y, por lo tanto, lo que no cae bajo la actuación del sentido no

puede ser captado por el entendimiento humano, a no ser en

cuanto deducido de lo sensible. Mas los: seres sensibles no

contienen virtud suficiente para conducimos; a ver en ellos lo que

la sustancia divina es, pues son efectos: inadecuados a la virtud

de ]a causa, aunque llevan sin esfuerzo, al conocimiento de que

Dios existe y de otras verdades semejantes pertenecientes al

primer principio. Hay, en consecuencia, verdades divinas

accesibles a la tazón humana, y otras que sobrepasan en

absoluto su capacidad.

La graduación de entendimientos muestra fácilmente esta

misma doctrina. Entre dos personas, una de las cuales: penetra

más íntimamente que la otra en la verdad de un ser, aquella cuyo

entendimiento es más intenso capta facetas que la otra no puede

aprehender: así sucede

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