TOKIO YA NO NOS QUIERE

“Desde que los periódicos dicen que el mundo se

acaba, siento que las canciones son más cortas y los días más largos”.

Tokio ya no nos quiere es para muchos la mejor novela de Ray Loriga.

Es una historia por principio confusa, hasta claro, entender el  contexto un tanto efímero.

 Se trata de la historia de un hombre que viaja por diversas rutas, a diversos lugares vendiendo su “química” ,  de la cual también consume y así en ese estado, con la mente sin recuerdos, cuanta su vida, enganchando al lector en su falta de memoria; hasta llegar al punto de comprender su historia por que se supone el estado en el que la cuenta.   Pese a que el protagonista  posee distintas drogas, parece preferir una.  Una que incluso es el origen de la historia;  la que pone en blanco la mente y la que increíblemente ubica al lector en la época que vive el  protagonista, que son ni más ni menos que nuestros años, la época que vivimos en inmediato.

El sexo, las drogas, los colores, los viajes, los conocidos, y los desconocidos clientes, las carreteras y lo que parecen ser alucinaciones, son constantes de la obra.

Es entre laberintos mentales, químicas destructoras y caóticas líneas que se desarrolla esta historia con “interminables”  anécdotas,  curiosamente en párrafos muy cortos.

Se encuentra envuelto de imágenes  nostálgicas  para las que solo es necesario un poco de su “química”  y  todo lo malo y parte de lo bueno  se destruirá en el olvido.

Y es el olvido el objeto dramático de la obra.  En ocasiones se busca olvidar, en otras el olvido llega como innegable invitado  atraído por las drogas, hasta que se presenta la tragedia.  Se ha olvidado de que quería acabar con sus recuerdos.  

Aquí estamos a falta de una improbable necesidad de productos extraños, con la menor idea de cómo es nuestro pasado, en presencia de un presente fugaz y en espera de un futuro incierto a expensas de las tiránicas circunstancias, como la lectura de estos tres humildes párrafos o el trámite que tenemos que llevar a cabo en unos minutos más. En cuanto al ahora, por favor les pido: olvidemos lo que acabamos de leer –no me ofenderé, de verdad- y vayamos en busca de nuestras tareas y sensaciones diarias, para continuar perdiendo los recuerdos sin cesar, ya que en estos brumosos días del siglo veintiuno no nos queda más que eso y lo que sigue no son más que “flores para los muertos y sonrisas de opio para los vivos”.

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