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Tentación De La Razon


Enviado por   •  11 de Febrero de 2013  •  3.209 Palabras (13 Páginas)  •  699 Visitas

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LAS TENTACIONES DE LA RAZÓN

POR NORBERTO BOBBIO

En este ensayo polémico pero enemigo de dar escándalo el filósofo italiano Norberto Bobbio hace la defensa de una religiosidad de la duda que se opone a las respuestas certeras, las mismas que provienen de la religión. Las preguntas últimas, dice con inteligencia, no tienen respuesta; la fe no da con ellas pero es una buena puerta de escape.

No soy un hombre de fe; soy un hombre de razón y desconfío de todas las fes, pero distingo entre religión y religiosidad. Esta significa, simplemente, tener el sentido de los propios límites; saber que la razón del hombre es una pequeña lucecita que ilumina un espacio ínfimo con respecto a la grandeza, a la inmensidad del universo. Lo único de lo cual estoy seguro, siempre permaneciendo en los límites de la razón —porque nunca lo repetiré lo suficiente: no soy un hombre de fe; tener fe es algo que pertenece a un mundo ajeno a mí—, es cuando mucho de que yo vivo el sentido del misterio, evidentemente común tanto al hombre de razón como al hombre de fe. Con la diferencia de que el hombre de fe llena dicho misterio con revelaciones de verdad que vienen desde lo alto y de las cuales no logro convencerme. Pero permanece fundamental este profundo sentido del misterio que nos rodea y que llamo religiosidad.

La mía es una religiosidad de la duda, más que de las respuestas certeras. Sólo acepto lo que está dentro de los límites de la razón rigurosa, y son límites realmente angostos: mi razón se detiene después de unos cuantos pasos, mientras que, al querer recorrer el camino que penetra en el misterio, este camino no tiene fin. Sabemos más y más sabemos que no sabemos. Cualquier científico te dirá que sabe más y más descubre no saber. Creían saber más que los antiguos, que en comparación con lo que sabemos nosotros no sabían nada. Hemos ampliado enormemente el espacio de nuestro conocimiento, pero entre más lo ampliamos, más nos damos cuenta de cuán grande es ese espacio. ¿Qué es el cosmos? ¿Qué sabemos del cosmos? ¿Cómo y por qué el pasaje de la nada al ser?

Es una pregunta tradicional, pero para la que no tengo respuesta: ¿por qué el ser y no más bien la nada? Nunca me escondí a mí mismo no tener una respuesta, y no sé quién sepa darla a esta pregunta última, si no es por la fe. Según Severino, el ser es infinito; el ser es. Pero no es así que somos capaces de entender qué había antes. Es imposible. Y ante las preguntas a las que es imposible dar respuesta —porque de esto estoy seguro: no puedo dar una respuesta, aunque pertenezca a una humanidad que ha realizado progresos enormes— me siento un pequeño grano de arena en este universo. Y negar que la pregunta tenga sentido, como podría hacer cierta filosofía analítica, me parece un juego de palabras.

Quizá depende de mi incapacidad de ir más allá. Pero cuando siento haber llegado al final de la vida sin haber encontrado una respuesta a las preguntas últimas, mi inteligencia es humillada. Humillada. Y acepto esta humillación. La acepto. No trato de escapar de ella con la fe, por caminos que no logro recorrer. Sigo siendo hombre de mi razón limitada —y humillada—. Sé que no sé. A esto le llamo yo "mi religiosidad". No sé si es correcto, pero en el fondo coincide con lo que piensan las personas religiosas frente al misterio. Cierto, quizá no se logra siempre resistir a este dudar continuo, a este continuo no saber; y entonces nos entregamos a las creencias, como la de la inmortalidad del alma. Pero yo sigo entendiendo el fondo religioso de mi persona como este no saber. Y es un fondo religioso que me hostiga, me agita, me atormenta.

Un día le dije al cardenal Martini: para mí la diferencia no es la del creyente y el no creyente (además, ¿qué quiere decir creer?, ¿en qué?), sino entre quien toma en serio estos problemas y quien no; está el creyente que se contenta con las respuestas fáciles (.también el no creyente, claro, ¡por supuesto se contenta con las respuestas fáciles!). Alguien dice: "soy ateo", pero yo no estoy muy seguro de saber lo que esto significa. Pienso que la verdadera diferencia esté entre quien, para dar un sentido a su vida, se plantea con seriedad y diligencia estas preguntas, y busca la respuesta aunque no la encuentra, y aquel a quien no le importa nada, a quien le basta repetir lo que le dijeron desde pequeño.

La respuesta de la fe es consoladora. Sin embargo, las religiones no tienen sólo una función consoladora. También tienen la función de "revelar la verdad acerca de los problemas sobre los cuales el saber común no llega: la creación, la inmortalidad del alma. Respuestas consoladoras, pero no sólo: respuestas a preguntas que cada uno se pone en el umbral de la muerte. He dado mi respuesta, con las pocas "convicciones" que poseo. Porque las mías son "convicciones" de un hombre que pasa de la duda a la verdad, y de nuevo a la duda.

Yo no creo. Habiendo alcanzado una edad en la que el fin se siente próximo, si tengo que escucharme a mí mismo y dar una respuesta personal, el único deseo que tengo, la única necesidad, no es ciertamente la de la inmortalidad; es la de morir en santa paz: el reposo eterno es lo que espero. No quiero despertarme. Pero también esto, en el fondo, coincide profundamente con la religión: "¡requiem aeternam dona eis Dominé'', eso está escrito en el portal de cada cementerio.

Como casi todos en este país, yo crecí en una familia católica y tuve una formación católica. Oraciones, oraciones, oraciones... Las he repetido tanto (en latín, como se usaba una vez, y en italiano) que casi las olvido. Hice mi primera comunión y contraje matrimonio religioso (pero tampoco mi esposa es creyente). Y la pregunta sobre cuándo y por qué perdí la fe no es fácil de contestar. Quizás alrededor de los veinte años. Ciertamente, el estudio de la filosofía, también. Todas estas preguntas acerca de los problemas de la metafísica, digamos así, y el darse cuenta de que las respuestas de la fe implicaban creencias difíciles de aceptar. Para un racionalista, la creencia en los milagros, por ejemplo, es la cosa más absurda. Lo es igualmente el tener que creer en lo que a todo ser de razón aparece como mito, comenzando por el pecado original.

Acerca del pecado original comparto lo que escribió en diversos artículos un amigo católico, el profesor Luigi Lombardi Vallauri (a quien también por esta razón se le corrió de la universidad católica donde enseñaba), quien plantea preguntas muy simples, a "ras de tierra" si quieres, pero para las que no hay respuesta: una culpa originaria colectiva no es aceptable, la culpa es personal, no puede ser transmitida de una generación a la

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