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VIVA EL PERU CARAJO


Enviado por   •  4 de Septiembre de 2012  •  977 Palabras (4 Páginas)  •  431 Visitas

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¡VIVA EL PERU CARAJO!

Bueno, ha llegado el momento,

el momento esperado siglo y medio,

para que de la antigua vasija de mi canto

extraiga este grito de barro estremecido.

¡Viva el Perú Carajo!

Vivan las espumosas olas,

sobre las que llegó la historia de Dios

en totoras y velas desafiantes.

El océano largo y submarino

de infinitos profundos habitantes.

El voluptuoso cetáceo, las gaviotas,

las algas, el bonito y el humilde guanay

que ha digerido a millones de libras esterlinas

Este es mi mar, mis islas, mis arenas,

mis remos, mis atardeceres y mis redes.

¡Viva el Perú Carajo!

Viva este monumento de piedras

levantado sobre cimas de la eternidad

donde el tiempo no se atreve a morir.

Viva esta huaca donde anduvo

la raza de los viejos abuelos,

abuelos a su vez de ocho millones de serranos,

que quedan allá arriba, prendidos en las cumbres;

y aquí abajo, servidumbre barata

de las casas de Lima, mozos del mayorista,

ebrias, turbias, postergadas gentes de las barriadas,

emolienteros, vendedores de fruta, carretilleros,

públicos sudorosos de los coliseos,

chimpunes, driles y camisas de mugre.

¡Viva el Perú Carajo!

Este río es peruano,

y es su cuna, una huraña fuente

enclavada en la cumbre

que vacía y llena el hechizo del cielo,

gota a gota o en tempestuosas lluvias.

Viene en su lecho con limos y polvos minerales,

sembrando valles, preñando y alumbrando padre y madre a la vez

la vida de los hombres y de las plantas.

Los animales, las aves y los peces,

Indios, mariposas,

cholos, blancos, negros, leche, rosas,

todo, todo lo siembra el río,

que bajó desde la nube con fuerza creadora.

¡Viva el Perú Carajo!

Viva esta selva sembrada por el propio Señor,

una fresca mañana cuando pasó el diluvio,

el día que sus dedos,

modelaron su mejor creación sobre el Planeta.

Aquí la fuerza desata un huracán de lluvias y de orquídeas,

llanuras de verdor cubren la tierra

donde se enroscan rios y serpientes.

Vuelan los guacamayos, parlotean los monos trapecistas

mientras, río arriba surca una canoa

en la que van amándose Carlos Rumichi y su María,

seguros de que el río ha de traerles

junto a la cesta de peces, el hijo prometido.

Viva el hombre peruano,

al que no espanta la dura geografía

que Dios nos entregó como instrumento;

sobre las conmociones cataclísmicas

que agitan los cimientos de los mares y la Tierra.

Sembramos, desafiando terremotos, nuevas ciudades,

nuevas casas, las riegan las lágrimas transidas de las viejas,

de los huérfanos niños, de los hombres.

Ja, ja, ja, ja, ja, ja

Nosotros somos súbditos del temblor y el terremoto.

¡Viva el Perú Carajo!

También al huayco, a las inundaciones, las sequías,

les sabemos su cara de miseria.

Sus derrumbes, sus vértigos de sangre,

les conocemos desde viejas edades.

Y para todas esas camaradas desdichas,

hay un Pedro Quispe y una Juana Flores,

que a fuerza de coraje, de sudor, de esperanza,

han atrapado un rayo enfurecido entre sus manos

y lo han hecho una estera de amor, un duro adobe,

ladrillo rojo, una vivienda rústica, una torre;

el perfil majestuoso de una iglesia,

un pueblo, una ciudad y una costa

o una sierra de continuadas urbes

que se levantan y caen sin miedo a nada:

¡Viva el Perú Carajo!

Para Sujchi, comunero, es este canto,

este fuerte carajo enternecido

para sus caminos vecinales y su escuelita de tejas,

donde el hijo aprenderá qué es el Perú.

Vivan los artesanos, los mineros,

los

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