America Latina Hacia Los años 20
constanzapazana13 de Octubre de 2012
3.669 Palabras (15 Páginas)599 Visitas
América Latina hacia 2020: Escenarios Posibles
Wolf Grabendorff: politólogo alemán, fundador y director (1985-2000) del Instituto
de Relaciones Europeo-Latinoamericanas (Irela). Actualmente (2007) es director del Programa de Cooperación en Seguridad Regional de la Friedrich-Ebert-Stiftung en Santiago de Chile.
Aunque no sufre extremismos religiosos y políticos y sus países son formalmente democráticos y respetan los derechos humanos, América Latina es hoy una región heterogénea, que ocupa un lugar marginal en el sistema internacional y que se ha dividido en dos: por un lado, el grupo de países situado al norte del Canal de Panamá, cada vez más integrado a Estados Unidos, y por el otro América del Sur, que busca dificultosamente una alternativa propia bajo el liderazgo aún no consolidado de Brasil. Partiendo de este diagnóstico, el artículo define dos escenarios posibles para el futuro.
■ Punto de partida: una región en desintegración
En sentido político y económico, América Latina ya no puede considerarse una unidad regional. Desde el fin de la Guerra Fría, las cinco subregiones (México, Centroamérica, el Caribe, los países andinos y el Cono Sur) se han dividido, sobre todo en lo que concierne a la política económica y de seguridad, en dos grupos claramente distinguibles, cuya frontera geopolítica está ubicada en el Canal de Panamá. Por un lado, Centroamérica y el Caribe están vinculados a través de unas interdependencias variadas y complejas a una «Comunidad de América del Norte» que está desarrollándose lentamente. Por otro lado, en América del Sur, bajo el liderazgo aún no consolidado de Brasil, comienza a desarrollarse un nuevo subsistema regional cuya agenda política y económica de desarrollo sigue siendo muy debatida entre los países que lo integran.
A pesar del aumento de las tensiones sociales e intra regionales, en América Latina no ha surgido ninguna forma de extremismo con motivos políticos o religiosos. La región, además, aún permanece libre de armas de destrucción masiva. La homogeneidad cultural y política –formalmente democrática– es indudable. Sin embargo, esto no garantiza una cooperación entre los países ni tampoco una posición conjunta en relación con el resto del mundo. Brasil y México, las dos potencias que asumían tradicionalmente el liderazgo latinoamericano, se han limitado a impulsar modelos de cooperación subregionales, como el MERCOSUR y el Plan Puebla-Panamá, a punto tal que las potencias medianas, como Chile y Venezuela, han impulsado sus propias iniciativas políticas regionales. Sin embargo, la integración de México en América del Norte convierte a Brasil en la única potencia regional de América Latina.
Debido a las crisis financieras y de endeudamiento, desde el final de la Guerra Fría, y sobre todo a partir del cambio de prioridades de la política exterior estadounidense tras el 11 de septiembre de 2001, América Latina ha perdido peso en el sistema internacional. Esto influye negativamente en sus posibilidades de competir en la economía mundial a pesar del crecimiento económico sostenido que viene experimentando gracias a la demanda de materias primas. La participación de la región en el comercio mundial, en las inversiones totales y, sobre todo, en los gastos de investigación y desarrollo, continúa en descenso. Así, mientras que la participación de Asia en las exportaciones mundiales aumentó a más del doble entre 1953 y 2005 (de 13,4% a 27,4%), la de América Latina prácticamente se redujo a la mitad en el mismo periodo (de 11,1% a 5,6%)1.
Esto produjo una heterogeneidad y una desintegración inusuales, de la que ni siquiera se salvaron aquellos procesos subregionales que se consideraban relativamente estables, como la Comunidad Andina de Naciones (CAN) y el MERCOSUR.
Nunca antes en la historia reciente de América Latina existió tal cantidad de tensiones bilaterales, incluso entre países con orientaciones ideológicas similares. Esto no solo dificulta la cooperación intraregional y pone en peligro la continuidad del desarrollo de los mecanismos de integración existentes, sino que además convierte a América Latina, o al menos a sus países más importantes, en socios impredecibles en lo que respecta a su política internacional. Y esto es particularmente importante porque, además del intercambio comercial con EEUU, las relaciones económicas Sur-Sur se han vuelto un factor de integración decisivo, tanto dentro de la región como en el proceso de globalización. Prueba de ello es no solo el vertiginoso aumento de la importancia de China para el desarrollo económico latinoamericano, sino también la dinámica del proceso de cooperación
de IBSA (el grupo conformado por India, Brasil y Sudáfrica), y, sobre todo, el G-20, una iniciativa brasileña en el marco de la Organización Mundial del Comercio (OMC).
Los 25 años de democratización y globalización han modernizado a América Latina en múltiples aspectos, tanto políticos como económicos. Sin embargo, en comparación con otras regiones, se han producido pocos avances en el desarrollo macroeconómico. Una prueba de esta afirmación son los movimientos migratorios de millones de personas hacia EEUU (aunque también, cada vez más, hacia la Unión Europea). Otro ejemplo lo constituyen las remesas de los latinoamericanos que viven en el exterior, cuyo monto total, 62.000 millones de dólares en 2006, sobrepasa ya en seis veces los fondos de la cooperación para el desarrollo3, y probablemente alcanzará muy pronto a las inversiones extranjeras, que llegaron a 72.000 millones de dólares en 2006, puesto que el crecimiento de estas remesas es de 14% anual. La distribución del ingreso ha empeorado en forma generalizada y América Latina hoy es estigmatizada en el ámbito internacional como la región más injusta del mundo. A pesar de que las tasas de crecimiento han mejorado notablemente durante los últimos años5, no se han producido cambios importantes en ese sentido: de hecho, 10% de la población continúa quedándose con más de 48% del ingreso.
Al mismo tiempo, la democratización y la globalización contribuyeron de manera diversa, pero convergente, a que una gran mayoría de latinoamericanos tomara más conciencia de las asimetrías nacionales y regionales de poder y de bienestar. De los casi 550 millones de personas que viven en América Latina, más de 200 millones (39,8%) se encuentra por debajo de la línea de la pobreza. De ellos, casi 80 millones (15,4%) pasa hambre. En este contexto, la democracia, que en la mayoría de los países está afianzada en sus criterios mínimos, está expuesta a una sobrecarga excesiva, sobre todo teniendo en cuenta que, con la tasa actual de reducción de la pobreza (alrededor de 1% anual), se necesitarían más de tres generaciones para asegurar la satisfacción de las necesidades básicas.
La decepción y la irritación por la escasa responsabilidad social de gran parte de las elites ha generado un cambio radical del comportamiento electoral, que ha consagrado o reafirmado en el poder tanto a gobiernos conservadores (Colombia, México y casi todos los países de Centroamérica) como socialdemócratas (Brasil, Chile, Perú, Uruguay) o incluso populistas de izquierda (Bolivia, Ecuador, Nicaragua, Venezuela). Más allá de cada resultado electoral, lo notable es que en algunos países se ha producido el ascenso de partidos y líderes antisistémicos. Por eso, la democratización, al igual que la globalización, ha generado en algunas naciones latinoamericanas complicaciones de gobernabilidad. A los partidos ya establecidos les resulta cada vez más difícil construir un modelo de gobernabilidad capaz de generar consenso en sociedades muy polarizadas, especialmente cuando ni siquiera existe un acuerdo básico en cuanto a los instrumentos necesarios para preservar la estabilidad económica. La toma de conciencia política por parte de los pueblos indígenas –así como las formas de protesta y de participación que se desarrollaron a partir de ella– hace cada vez más necesaria la adaptación de los sistemas políticos tradicionales a los nuevos valores sociales. Esto ya ha conducido, en algunos países, a un cambio de elites.
Casi todas las sociedades latinoamericanas se encuentran en transformación.
En la mayoría de los casos, además, aún no ha concluido el proceso de constitución del Estado o la nación. Por eso, la inestabilidad política, económica y social que América Latina atraviesa en la actualidad constituye una expresión de normalidad histórica. Los sistemas políticos de la región se caracterizan por tener presidentes fuertes apoyados en estructuras partidarias clientelistas que se limitan a la construcción de mayorías y no se destacan especialmente por el trabajo parlamentario.
De todos modos, se han producido avances sustanciales en la defensa de los derechos humanos y se ha mantenido un gasto en armamento relativamente bajo para los estándares internacionales, de 1,4% del Producto Bruto Social (PBS) regional (salvo excepciones, como Chile, Colombia y Venezuela).
Pero, aunque esto ha hecho que América Latina no genere grandes motivos de preocupación internacional, sigue siendo una región con niveles de violencia e índices de homicidio muy altos, no solo en Colombia, sino también en México y América Central.
El debilitamiento del Estado en América Latina, provocado sobre todo por la liberalización y la modernización de la economía, condujo a la privatización de algunos de sus deberes fundamentales, incluso el de la seguridad pública, lo cual, en algunos países, restringió
...