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Historia Contemporánea de América Latina


Enviado por   •  30 de Octubre de 2013  •  7.344 Palabras (30 Páginas)  •  436 Visitas

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Halperin Donghi Historia Contemporánea De América Latina (Cap. 6)

Halperin Donghi

Historia Contemporánea de América Latina (Cap. 6)

Se ha visto ya que las naciones grandes y medias, y aun algunas de las menores de Latinoamérica llegaban a la hora de la paz con un sector industrial a la vez vertiginosamente expandido y muy frágil, ya que esa expansión se había dado bajo la protección del aislamiento de guerra, que le permitió prosperar con un nivel tecnológico muy bajo. Ahora se daba una oportunidad de corregir esas fallas y seguir avanzando sobre bases más sólidas; para ello se contaba con los saldos acumulados gracias al superávit comercial de tiempo de guerra, y, según se esperaba, con la prosperidad futura del sector exportador, asegurada por la acrecida demanda de una Europa en reconstrucción. Esta solución requería que los fondos creados por el sector primario-exportador fuesen transferidos al industrial, y era éste precisamente el punto en torno al cual iba a estallar la discordia. Porque contra esa solución cabía alegar que la innovación traída por la guerra, y que todos esperaban se mantendría en la posguerra, no era sino el retorno de Latinoamérica a lugar en el orden económico mundial que había sido el suyo hasta 1914 y quizá hasta 1929; la industrialización había sido una solución de emergencia impuesta por las perturbaciones introducidas en el comercio mundial por la crisis y el aislamiento de guerra; vuelta la normalidad recuperaban toda su fuerza las ventajas comparativas que en Latinoamérica favorecían al sector primario.

El proyecto industrializador sólo es viable en el marco de un conjunto más amplio de soluciones político-sociales necesarias para retener ese apoyo más generalizado. Así, la industrialización debe avanzar manteniendo el entendimiento, con la clase obrera industrial pero también con las clases populares urbanas en cuanto consumidoras, que hace a su vez necesaria la protección de sus ingresos reales y la ampliación de sus fuentes de trabajo más allá de lo que el crecimiento industrial puede asegurar por sí solo; estos objetivos se cubrirán en parte por la iniciativa del estado, que no se limitará por cierto a atenderlos, sino extenderá sus actividades a campo muy variados de prevención y servicio social con vistas a mantener la lealtad de las mayorías electorales, ella misma imprescindible para asegurar la continuidad del proyecto industrializador.

Para atenuar la ineficiencia del sector industrial, no bastaba modernizar su tecnología, y se hacían también urgentes vastas inversiones de infraestructura, desde caminos hasta fuentes de energía, mientras no podían postergarse tampoco indefinidamente las demandadas por las insuficiencias acumuladas en otros sectores, desde la vivienda a las comunicaciones. Mientras la ya clara tendencia al alza de precios de los productos industriales invitaba a invertir rápidamente las reservas acumuladas durante la guerra, buena parte de los bienes que Latinoamérica aspiraba a importar eran canalizados prioritariamente hacia Europa. Sin que mediara entonces una decisión explícita, las naciones latinoamericanas fueron paulatinamente renunciando a encarar prioritariamente la modernización económica que había sido su primer objetivo para la posguerra, y se fijaron en cambio el sólo aparentemente más modesto de asegurar la supervivencia de una industria incurablemente primitiva, mediante transferencias de recursos entre sectores impuestas a través de la manipulación monetaria.

Dos signos alarmante de agotamiento: Uno es una inflación que tiende a acelerarse, en la medida en que se busca en ella, a la vez que los recursos fiscales que la manipulación del comercio provee cada vez menos, un modo de posponer o disimular los reajustes que el funcionamiento cada vez más defectuoso de ese esquema impone; el otro es un desequilibrio creciente de la balanza comercial, debido sobre todo a la languidez de las exportaciones.

Una figura y un grupo que se habían fijado por tarea crear una conciencia colectiva de los problemas económicos que afrontaba Latinoamérica, mediante un análisis persuasivo de los mecanismos que los perpetuaban, y a la vez hacerse voceros de esa nueva conciencia en el foro mundial; se trata desde luego de Raúl Prebisch y la Comisión Económica para América Latina por él organizada en el marco de las Naciones Unidas. Este economista argentino que aseguraba que, como gerente del Banco Central creado en su país en 1935, había hecho política keynesiana, adecuadas para salvar del marasmo a economías maduras, eran irrelevantes para una Latinoamérica cuya tarea era alcanzar esa madurez y afrontaba para ello dificultades crecientes. La causa Prebisch las busca examinando las consecuencias de la posición periférica que Latinoamérica ocupa e una economía mundial dominada por un centro industrial cada vez más poderoso. La solución no ha de hallarse en un ataque formal contra esa relación desigual, demasiado arraigada para ser vulnerable a esa táctica, sino en escapar a ella mediante una industrialización más intensa, que al avanzar en un frente más amplio de lo que hasta entonces había ocurrido, cree una economía nacional no sólo acrecida en volumen y complejidad sino dotada de una madurez comparable a las de los países centrales. ¿Cómo conseguirlo? He aquí un problema que Prebisch plantea pero no resuelve, y aunque en ausencia de esa respuesta su visión de la encrucijada en que se encuentra el subcontinente logra dominar sin esfuerzo una etapa decisiva en la redefinición de la problemática latinoamericana, no es sorprendente que esa ausencia facilite una utilización política de su análisis que respeta muy poco de su sentido originario.

La expansión de las industrias básicas, comenzando con la siderurgia abordada por México desde antiguo, por Brasil durante la guerra y por la Argentina en la inmediata posguerra, se continúa y en algunos casos se acelera, pero sus avances no tienen aún nada de espectacular, y el núcleo de la propuesta se llamará desarrollista.

Como promesa de una salida rápida para una encrucijada difícil, la solución que el desarrollismo hizo suya tenía mucho en su favor: al aliviar el peso que la industrialización había arrojado sobre un sector primario ya clamorosamente incapaz de seguir soportándolo, daba nuevo aliento a una expansión industrial que parecía haber perdido sus resortes dinámicos; a la vez comenzaba a atenuar carencias que, desatendidas por lo menos desde 1939, se agravaban constantemente, y que eran cada vez más cruelmente percibidas como tales gracias al contraste cada vez más extremo con la impetuosa expansión del consumo en los países centrales. Esas inversiones eran sobre todo

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