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Incas.

rulerthonExamen12 de Mayo de 2014

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Incas sí, indios no: Apuntes para el estudio del nacionalismo criollo en el Perú

Cecilia Méndez∗•

“Para interrogar hay que colocarse en algún sitio. Hace falta situarse si se quiere oír y comprender. Sería gran ilusión creer que puede convertirse uno en puro espectador, sin peso ni medida, sin memoria ni perspectiva, y contemplarlo todo con una simpatía uniformemente repartida. Semejante indiferencia (---) es la ruina de la apropiación y de la asimilación.”

Paul Ricoeur, Finitud y Culpabilidad

1. Ideas preliminares: la historia como reconocimiento

El Perú de hoy se desangra. La muerte de ciudadanos, niños y adolescentes en manos de las fuerzas policiales ha pasado de accidental a rutinaria. Un partido que se dice popular asesina diariamente a inermes pobladores y campesinos. Estas dos situaciones, que no son las únicas que nos conmueven, grafican con suma claridad la realidad en la que parecemos estar inmersos: un “mundo al revés”. El que debe protegernos nos acecha, el que dice representar al pueblo lo humilla y asesina. Todo parece correr peligro, hasta lo más valioso: la vida. La percepción de la realidad se hace difícil en momentos de tal trastocamiento. Y para quienes estamos justamente abocados a la interpretación y análisis de lo que nos circunda, el reto además de humano es intelectual. La apabullante densidad de la realidad pone en duda las más firmes convicciones teóricas y hace tambalear nuestros propios esquemas conceptuales. Frente a ello hay dos caminos: o buscamos renovarnos y,

∗ IEP, Lima, 1996. (Documentos de Trabajo N° 56)

• *Este ensayo es la versión revisada de un texto que fue preparado para un coloquio sobre cultura organizado por la Facultad de Sociología de la Pontificia Universidad Católica del Perú (Lima) en noviembre de 1991. La maduración de algunas ideas que presento aquí le debe mucho a las conversaciones sostenidas con Guillermo Nugent y Juan Carlos Estenssoro. Muchas personas leyeron la primera versión y me ayudaron a confirmar que tenía sentido. Agradezco especialmente a Cecilia Monteagudo, Marcela Llosa, César Rodríguez Rabanal, Enrique Carrión, Carlos Iván Degregori, Jaime Urrutia, Orin Starn, Rafael Tapia, Sisi Acha, Fany Muñoz, Marisol de la Cadena, Nicanor Domínguez, Betford Betalleluz y mi hermano Pedro Méndez. Las discrepancias y escepticismo de Gabriela Ramos, Gonzalo Portocarrero, Carlos Contreras y Ricardo Portocarrero me llevaron a buscar una mejor fundamentación para alguna de mis propuestas. A todos mi reconocimiento. En Stony Brook mi gratitud a Brooke Larson, Paul Gootenberg y Eleonora Palco, con quienes la distancia no impidió la comunicación. Este ensayo representa un “excurso” de una investigación dedicada a estudiar las relaciones entre los campesinos y el Estado en el Perú post independiente y cuenta con el apoyo económico de la Weriner-Gren Foundation for Anthropological Research y el Social Science Research Council de Nueva York.

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creativamente, tratamos de encontrar en la propia realidad los nutrientes que renovarán nuestro pensamiento o resolvemos que esta situación (¿este país?) no tiene remedio: sucumbimos al pesimismo.

El pesimismo es una postura intelectual de larga trayectoria en el Perú. Hace más de medio siglo, el historiador Jorge Basadre resaltó, con agudeza, su carácter conservador: “los representantes más genuinos de la clase aristocrática colonial asumieron desde los primeros tiempos de la república una actitud de condena y de protesta. La primera literatura de la desilusión sobre las cosas peruanas la hicieron hombres reaccionarios” (el subrayado es mío)1. La sentencia adquiere tanto más peso cuanto que nadie podría calificar a Basadre de extremista. Lo que el autor no dijo, sin embargo, podríamos sugerirlo. El pesimismo de los aristócratas decimonónicos no estaba tanto en relación a su propia clase sino al resto del país; a un pueblo que veían muy por debajo de ellos, inculto e irremediable. En nuestro siglo el pesimismo se “democratizaría” –sin perder su herencia aristocrática - al incorporar claramente a los sectores altos en el espectro de la decepción. Desde José de la Riva Agüero, por lo menos, se empezó a increpar a las clases dirigentes por su ineptitud y abulia. “La mayor desgracia del Perú”, pensaba Riva Agüero, fue la ausencia de una “verdadera” clase directiva2. La herencia de Riva Agüero la retomó, curiosamente, el marxismo-dependentismo de los setenta en su condena a las “burguesías entreguistas” presuntamente poco emprendedoras y nacionalistas.

Lo cierto es que el pesimismo, en cualquiera de sus vertientes, suele conllevar un rechazo y desprecio por lo propio, por el país en general (por insalvable), y se refugia, como contrapeso, en la admiración de “lo otro”, lo extranjero, lo que se presume sí llegó a ser lo que nosotros no podemos (¿no pudimos?) ser3.

1 Jorge Basadre, Perú: Problema y posibilidad, Banco Internacional del Perú, Lima 1979, p.156.

2 “Nuestra mayor desgracia fue que el núcleo superior jamás se constituyera debidamente, ¿Quiénes, en efecto,

se aprestaban a gobernar la república recién nacida? Pobre aristocracia colonial, pobre boba nobleza limeña,

incapaz de toda idea y de todo esfuerzo”, José de la Riva Agüero, “Paisajes peruanos”, tomo XI de las Obras

completas, Pontificia Universidad Católica, Lima 1969, p. 159.

3 Podría citarse innumerables ejemplos de pesimismo intelectual en cae siglo. La lista incluiría a muchos de

nuestros más contemporáneos escritores, sociólogos, historiadores y periodistas. Para ejemplos remito a Alberto

Flores Galindo, “Independencia y clases sociales”, en Alberto Flores Galindo (comp.), Independencia y

revolución, 1780-1840. Instituto Nacional de Cultura, Lima 1987, tomo I, pp. 121-123. En este texto particular el

autor alude críticamente a estas tendencias. No obstante, el más contundente ensayo crítico a las visiones

derrotistas en la historiografía peruana le corresponde a Magdalena Chocano, “Ucronía y frustración en la

conciencia histórica peruana”, Márgenes, año 1, M 2,1997. Véase también de Guillermo Rochabrón, “Ser

historiador en el Perú”, en Márgenes, ario IV, Nº 7,1991; especialmente pp. 131-136.

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El pesimismo en el Perú es una actitud comprensible, dado el drama que vivimos. Pero preferimos optar por una actitud no pesimista. No sólo por ser menos reaccionaria (en el sentido básadrino), sino también por ser más necesaria y acaso también más creativa.

Vemos, entonces, que en medio del caos, la muerte y la apariencia irredenta de nuestro país, algo nuevo, y más bien positivo, viene emergiendo en los últimos lustros. Algunos han hablado de cholificación del país; otros (con tufillo a viejos temores criollos) de “desborde popular” mientras hay quienes han preferido aludir a la “andinización” de las ciudades. Lo cierto es que estamos frente a un incontenible proceso de fusión cultural e integración en el que las comunicaciones y la migración vienen jugando un rol preponderante que parece estar marcando el nacimiento de una nueva nación. Tan seria aseveración requeriría un tratado para quedar cabalmente sustentada. Pero eso no lo podemos hacer hoy. Pues la propia, extrema, contemporaneidad del hecho nos impide formulaciones más precisas, y tampoco es el caso en este ensayo. Sin embargo, hay hechos innegablemente claros que pueden servir de indicios. Una manera de perfilar lo nuevo es definiendo el campo de lo viejo, de lo que está en crisis. Y lo que definitivamente está en crisis desde hace algún tiempo en el Perú es la normatividad oligárquica. Una crisis que se hizo palmaria con Velasco, pero que hoy adquiere contornos todavía más nítidos. Los esquemas de clasificación social del Perú oligárquico no tienen sentido. Y ello tiene que ver lógicamente con la extinción de los actores sociales de ese Perú oligárquico (los terratenientes, la oligarquía como clase gobernante), pero sobre todo con el trastocamiento del lugar asignado a quienes se suponía debían estar siempre debajo: los “indios”4. Pues desde hace algún tiempo, también, las poblaciones andinas simplemente se han resistido, mayoritaria y abrumadoramente, a seguir ocupando el lugar subordinado que les deparó el orden oligárquico. Y queremos subrayar lo de mayoritario, pues desde luego siempre hubo indios que no se resignaron a ser simples “colonizados”. Pero justamente la particularidad do los cambios que ocurren en el Perú está dada por su carácter masivo. Cualquiera sea la sociedad nueva que emerge, ésta se presenta menos jerarquizada, estamental y discriminatoria que la de la República Aristocrática. Pongamos un ejemplo significativo. La concesión del voto a los analfabetos hace apenas once años puede asombrar por su carácter tardío, considerando que somos una república independiente desde hace ciento setenta y siete años. Pero esta tardanza es precisamente un indicio de esos cambios que nos interesa señalar. Las masas campesinas analfabetas, las poblaciones que siempre

4 Respecto a los criterios de clasificación social del orden oligárquico es sugerente lo que sostiene Guillermo Nugent: “la diferencia entre los criterios de selección colonial y los del neo-criollismo del 900 estaba en la dirección de los límites: en el primer caso, se trataba de regular el ascenso, pues importaba

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