LO SAGRADO Y LA VIOLENCIA
laura025 de Noviembre de 2012
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LO SAGRADO Y LA VIOLENCIA
Ésta es una de las explicaciones más claras que hemos encontrado sobre los orígenes de la violencia que afecta a Colombia desde hace más de medio siglo.
Por Camilo García
Ilustraciones de Javier Gutiérrez
Tomado de la Revista NÚMERO
Laureano Gómez, con el propósito de oponerse a la reelección presidencial de Alfonso López Pumarejo para el período 1942-1946, dijo en un discurso pronunciado ante el Congreso de la República en septiembre de 1940:
«Dentro del concepto democrático del Estado que profesamos nosotros los conservadores, sabemos que no todo es lícito en el gobierno ni en el Congreso, sino que gobierno y Congreso tienen que someterse a disposiciones eternas y permanentes; no sólo dentro de ese concepto que nos hace repudiar la posibilidad de ser gobernados por un individuo que no dirige su gobierno por razones del bien común, sino del otro concepto de la democracia, el proveniente de la tiranía de la mayoría, o de la razón suprema de la mayoría; el señor López no puede pretender ser presidente de Colombia porque no tiene la mayoría numérica, ni es positivista ni es circunstancial y objetiva en lo que los positivistas hacen residir la razón de ser de la autoridad y del manejo del Estado. Es indiscutible que los conservadores, unánimes, rechazamos la posibilidad de que el señor López vuelva a continuar lo que hizo en la administración pasada. Y es un hecho evidente, urgente, de brillo enceguecedor, que indiscutiblemente la mayoría liberal tampoco acepta, tampoco quiere ser gobernada por el señor López... Es indiscutible que si se toman hombre a hombre los miembros del partido liberal colombiano, si se investiga a los hombres de trabajo y conciencia, de honradez y de labor, la mayoría de ellos considera imposible el nuevo gobierno del señor López, lo estima como una tragedia, como una pesadilla intolerable y no quiere votar por él. Y estoy seguro de que esa es la mayoría liberal... La verdadera mayoría liberal no puede querer la destrucción de la patria que el señor López significa».
Y más adelante continuó Laureano: «Veamos ahora la definición del tirano dada por uno de los más ilustres pensadores y teólogos, Mariana: “Tirano es aquel que manda a súbditos que no le quieren obedecer”. No le queremos obedecer; la gran mayoría de los colombianos no le queremos obedecer; es la mayoría auténtica, clara, incuestionable, formada por la unanimidad del partido conservador y por inmensa porción de los liberales... De modo que una nueva presidencia del señor López no puede ser sino una tiranía puesto que no le queremos obedecer, la mayoría de los colombianos incuestionablemente no le queremos obedecer, y sobre esa mayoría numérica él ejerce el gobierno, está dentro de la definición del padre Mariana: “Tirano es el que manda a súbditos que no le quieren obedecer”».
Agregó después: «Me permito para que quede bien expreso en la mente colombiana y para que contribuya a la formación de esa conciencia que ahora estoy formando: hay cosas que el señor López atropelló, desconoció y ultrajó; cosas que son sagradas (el subrayado es mío) para la inmensa mayoría del país. El señor López ahora dice que si vuelve a la primera magistratura continuará oprimiendo, destruyendo y aniquilando esas mismas cosas sagradas, es decir, nos declara la guerra. Y nosotros no podemos menos, en cumplimiento de un deber elemental, que aceptar esa declaración y tenemos que prepararnos para la guerra no sólo como una cosa lícita sino como una imperativa necesidad del momento... Hay cosas a las que nosotros los conservadores, como espiritualistas que somos, no podemos renunciar; antes renunciaríamos a la vida; es por eso por lo que tenemos que preparar la guerra porque, puestos en la alternativa de escoger: o renunciamos al concepto de patria, al concepto de cultura, al concepto de moralidad que está arraigado en el fondo de nuestra conciencia, o renunciamos a la vida. Pero seríamos unos descastados, unos degenerados cobardes si optáramos por renunciar a todas esas cosas a trueque de salvar una vida miserable bajo esta tiranía instaurada sobre una artificiosa mayoría liberal... Y eso, no por un sentimiento personal, no para defensa de fines egoístas sino por una especie de deber colectivo para la sociedad en que vive y, sobre todo, para los hijos a quienes trajo a este mundo... Y eso impone al que tuvo los hijos una especie de obligación con ellos, un indeclinable deber, porque si en el momento de engendrarlos y traerlos al mundo se hubiera sabido que este era un lugar de tiranía y corrupción y escándalo, de iniquidad y de barbarie, entonces no se hubieran tenido los hijos. Pero puesto que se tuvieron, hay que defender ese patrimonio; no lo podemos entregar. No lo podemos entregar, no hay combinación, no hay maniobra que pueda convencernos de que no tenemos el sagrado deber porque lo tenemos; y si para defenderlo tenemos que hacer la guerra, tendremos que hacerla...».
Y prosiguió: «... La mejor guerra tiene que ser la que con el menor número y con el menor recurso consigue el mayor número de resultados. La que economiza vidas inocentes, la que no permite la destrucción de la riqueza, la que lleva la necesidad del empleo de la fuerza allí únicamente en donde la fuerza es indispensable para la imposibilidad de que se haga el mal que se quiere evitar».
«Esta doctrina naturalmente no es inventada por mí, que no invento nada; esta es una doctrina sabia y antigua, experimentada y probada, que se puede leer entre muchos pensadores y filósofos, en uno de los entendimientos más insignes de nuestra raza y lengua, el insigne dominicano Domingo de Soto, quien en su obra De justicia et de jure dice que el tirano, al menospreciar el bien común, ha declarado la guerra al país y éste ha de defenderse por la fuerza».
«De modo que como veis, honorables senadores, en esas cosas que ha dicho anteriormente no ha hecho sino aplicar el caso colombiano a la teoría del insigne pensador y teólogo Domingo de Soto, quien agrega que es un episodio lícito de la guerra justa darle muerte al tirano (el subrayado es mío). Si se agrediera a algún ciudadano o le arrebatare sus bienes, los bienes materiales nada más, ¿qué será cuando le arrebatara los bienes espirituales? Entonces, agrega este filósofo, se hace uso de la legítima defensa... Esta es la definición del gran tirano del padre Mariana cuando dice: “Tirano es aquel que manda a súbditos que no le quieren obedecer, el que por la fuerza quite la libertad a la nación, el que no mira por la utilidad del pueblo sino que atiende sólo a su propio enaltecimiento y a dilatar su dominio y su cetro usurpado”. Y agrega: “Si el rey atropella al reino, óiganlo bien, honorables senadores, si el rey atropella al reino, entrega al robo las fortunas públicas y privadas y desprecia y vulnera las leyes públicas y la sacrosanta religión, si su soberanía, su arrogancia, su impiedad llegasen hasta insultar la divinidad misma, entonces no se le debe disimular en ningún modo (ruego atención a lo que sigue); como esto es peligroso, lo mejor sería deliberar sobre lo más conveniente en grandes reuniones después de advertirle al príncipe para que se corrigiera, haciéndole la guerra de lograrlo, declararlo enemigo público, darle muerte. En grandes reuniones públicas se deben pintar cuál es el estrago y cuáles los bienes inalienables y aceptar la declaración de la guerra y seguir las consecuencias de la guerra, cualesquiera que sean”».
En este discurso, negativamente trascendental en la historia política del país, Laureano Gómez, a la sazón jefe supremo del partido conservador, hizo algo insólito e inaceptable en un orden político democrático, algo que la legislación prohíbe y que el principio democrático de dirimir los conflictos entre las personas y grupos sociales o políticos por medios no violentos descarta de plano: invitar o llamar en público, seguramente a sus copartidarios, a asesinar a una persona, al expresidente López Pumarejo. Y para justificar esta invitación insólita lo acusó de ser un tirano, que según la definición de los dos teólogos católicos españoles a los que recurre, es una persona a la que no se quiere obedecer debido a que ha destruido bienes y cosas sagradas de la patria; por tanto, es alguien que le ha declarado la guerra a la gran mayoría de los colombianos que poseen y que creen en esos bienes espirituales.
¿A la destrucción de qué bienes sagrados se refiere Laureano Gómez? Sin lugar a dudas, al hecho de que en 1936 los legisladores liberales, auspiciados por el entonces presidente López Pumarejo, no encabezaron, como solía hacerse, el acto legislativo con el que reformaron la Constitución vigente desde 1886 con la fórmula «En nombre de Dios, fuente suprema de toda autoridad, los diputados de la Asamblea... decretan:», sino por la de «El Congreso de la República decreta:».
¿Por qué esta fórmula resultaba sagrada para Laureano Gómez? Lo era porque contenía una «verdad» para él inmutable e inmodificable: que el poder que los seres humanos poseen y ejercen les es dado por Dios, que encarna el poder absoluto como atributo central de su existencia. Los legisladores liberales, dirigidos por López Pumarejo, al suprimir este reconocimiento con el que se daba comienzo tradicionalmente a la redacción del texto constitucional, negaron y rechazaron de plano esta «verdad esencial»: el hecho de escribir las normas y leyes jurídicas que deben ordenar la vida social y política del país era para él un derecho que Dios les concede a los hombres; un derecho sagrado
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