La Soledad De America Latina
Enviado por lucasymorocha • 2 de Septiembre de 2014 • 2.930 Palabras (12 Páginas) • 526 Visitas
La soledad de América Latina
Juan J. Paz y Miño Cepeda
En 1982, el colombiano Gabriel García Márquez (1927-2014) y latinoamericano por ser de todos, recibió el Premio Nobel de Literatura. En la ceremonia de entrega del premio, el recientemente fallecido escritor pronunció un célebre discurso al que tituló ‘La soledad de América Latina’.
En él hizo referencias, como si fueran escenas de la fantasía, a algunos hechos históricos que pintaban el novedoso e incomprendido camino de Latinoamérica en la construcción de su propia identidad. García Márquez sostuvo que de esas fuentes históricas, de esa realidad que sobrepasa cualquier imaginación, se nutría la obra de los creadores literarios, capaces de interpretar y reflejar al mundo concreto con la poesía.
Reclamaba de Europa la comprensión de América Latina, una región que ni era el eco de los acontecimientos europeos ni tiene por qué ser una pieza de ajedrez de otros, pues su búsqueda de independencia y originalidad es parte de la vida del mundo occidental.
García Márquez pintó, además, la tremenda realidad latinoamericana inmediata, con dictaduras militares que acabaron con la vida de miles de hombres y mujeres, en su locura por liquidar toda búsqueda de transformación social. También pintó, con rápida lucidez, la herencia histórica de la pobreza y la miseria. Y supo plantear el desafío de la utopía latinoamericana por un mundo nuevo: “una nueva y arrasadora utopía de la vida, donde nadie pueda decidir por otros hasta la forma de morir, donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad, y donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra”.
Pero ese mismo 1982 comenzó la crisis de la deuda externa en América Latina y en los años sucesivos la región se vio sometida por las imposiciones del FMI y la afirmación del modelo neoliberal, que se suponía daría fin al curso de la historia, en aras del mercado libre, la empresa privada absoluta y el retiro del Estado.
Las condiciones laborales y sociales de América Latina se derrumbaron en dos décadas. La democracia se deterioró y la región lucía ingobernable. El discurso de García Márquez, apenas se iniciaba la década de los ochenta, no solo reflejaba un presente, sino que se había anticipado a pintar el futuro.
Felizmente para la región, con el avance del nuevo milenio y los gobiernos de la Nueva Izquierda, América Latina comenzó a romper el cerco que parecía condenarle a cien años más de soledad.
Gabo pintó la herencia histórica de la pobreza y la miseria. Y supo plantear el desafío de la utopía latinoamericana por un mundo nuevo.
El discurso de Gabo: La soledad de América Latina
Con la muerte del escritor colombiano Gabriel García Márquez (el 17 de abril 2014), la obra resurge con más fuerza y lirismo. Su capacidad de absorber y reflejar la realidad de un mundo tan complejo como el latinoamericano, queda plasmada en sus escritos y en el discurso de recepción del premio nobel “La soledad de América Latina” que, a continuación, publicamos.
Desde la óptica literaria, el profesor y especialista sueco Inger Enkvist resaltó el interés de este discurso que, a lo largo de sus 15 párrafos, resume la fascinación suscitada por América desde que fue descubierta, la alternancia de poderes y el esfuerzo de innovación social de un pueblo entero, así como el simbolismo de un premio como el Nobel de literatura.
La soledad de América Latina
““Antonio Pigafetta, un navegante florentino que acompañó a Magallanes en el primer viaje alrededor del mundo, escribió a su paso por nuestra América meridional una crónica rigurosa que sin embargo parece una aventura de la imaginación. Contó que había visto cerdos con el ombligo en el lomo, y unos pájaros sin patas cuyas hembras empollaban en las espaldas del macho, y otros como alcatraces sin lengua cuyos picos parecían una cuchara. Contó que había visto un engendro animal con cabeza y orejas de mula, cuerpo de camello, patas de ciervo y relincho de caballo. Contó que al primer nativo que encontraron en la Patagonia le pusieron enfrente un espejo, y que aquel gigante enardecido perdió el uso de la razón por el pavor de su propia imagen.
Este libro breve y fascinante, en el cual ya se vislumbran los gérmenes de nuestras novelas de hoy, no es ni mucho menos el testimonio más asombroso de nuestra realidad de aquellos tiempos. Los Cronistas de Indias nos legaron otros incontables. Eldorado, nuestro país ilusorio tan codiciado, figuró en mapas numerosos durante largos años, cambiando de lugar y de forma según la fantasía de los cartógrafos. En busca de la fuente de la Eterna Juventud, el mítico Alvar Núñez Cabeza de Vaca exploró durante ocho años el norte de México, en una expedición venática cuyos miembros se comieron unos a otros y sólo llegaron cinco de los 600 que la emprendieron. Uno de los tantos misterios que nunca fueron descifrados, es el de las once mil mulas cargadas con cien libras de oro cada una, que un día salieron del Cuzco para pagar el rescate de Atahualpa y nunca llegaron a su destino. Más tarde, durante la colonia, se vendían en Cartagena de Indias unas gallinas criadas en tierras de aluvión, en cuyas mollejas se encontraban piedrecitas de oro. Este delirio áureo de nuestros fundadores nos persiguió hasta hace poco tiempo. Apenas en el siglo pasado la misión alemana de estudiar la construcción de un ferrocarril interoceánico en el istmo de Panamá, concluyó que el proyecto era viable con la condición de que los rieles no se hicieran de hierro, que era un metal escaso en la región, sino que se hicieran de oro.
La independencia del dominio español no nos puso a salvo de la demencia. El general Antonio López de Santana, que fue tres veces dictador de México, hizo enterrar con funerales magníficos la pierna derecha que había perdido en la llamada Guerra de los Pasteles. El general García Moreno gobernó al Ecuador durante 16 años como un monarca absoluto, y su cadáver fue velado con su uniforme de gala y su coraza de condecoraciones sentado en la silla presidencial. El general Maximiliano Hernández Martínez, el déspota teósofo de El Salvador que hizo exterminar en una matanza bárbara a 30 mil campesinos, había inventado un péndulo para averiguar si los alimentos estaban envenenados, e hizo cubrir con papel rojo el alumbrado público para combatir una epidemia de escarlatina. El monumento al general Francisco Morazán, erigido en la plaza mayor de Tegucigalpa, es en realidad una estatua del mariscal Ney
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