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La expansion inca en el NOA

alexmcferMonografía17 de Agosto de 2015

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LA EXPANSIÓN INCAICA EN EL NOROESTE ARGENTINO: DOMINACIÓN, CONFLICTO Y RELACIONES FRONTERIZAS EN EL SUR DEL TAHUANTINSUYO

Autor: Alejandro Ezequiel Fernández

Institución: Universidad de Buenos Aires, Facultad de Filosofía y Letras


LA EXPANSIÓN INCAICA EN EL NOROESTE ARGENTINO: DOMINACIÓN, CONFLICTO Y RELACIONES FRONTERIZAS EN EL SUR DEL TAHUANTINSUYO

ALEJANDRO E. FERNÁNDEZ

RESUMEN: La civilización inca fue una sociedad estatal altamente compleja que en menos de un siglo (concretamente, entre 1438 y 1533) creó el imperio más grande de la América precolombina (conocido como Tahuantinsuyo), cuya capital radicaba en Cuzco (en el actual Perú), mediante la incorporación de los pueblos preexistentes y la consecuente extensión de su frontera.

Me propongo analizar la dinámica de la expansión inca sobre el Noroeste Argentino, en primer lugar, en términos de los mecanismos aplicados para la conquista e integración de las culturas nativas y de las prácticas de resistencia (o sumisión) ejecutadas por estas últimas; y en segundo lugar, en relación con las estrategias implementadas para el mantenimiento del orden y la estabilidad del imperio que se iba haciendo cada vez más necesario a medida que se anexaban nuevos territorios al Collasuyo.

Esto se relaciona con la problemática acerca de la frontera sur del Tahuantinsuyo. Siendo un imperio de una extensión geográfica considerable, sus fronteras externas probablemente no eran definitivas sino que se redefinían constantemente de acuerdo con la naturaleza de las relaciones interétnicas. Por eso, este trabajo pretende también ser un aporte para la definición del concepto de “frontera del Tahuantinsuyo”.

PALABRAS CLAVE: Imperio Inca – Noroeste Argentino – frontera del Tahuantinsuyo – dinámica expansiva – conflicto y dominación

INTRODUCCIÓN

La creación del Tahuantinsuyo en 1438 fue el resultado de la victoria de Pachakutek Inca Yupanqui, su primer emperador (1438-1471), sobre los chancas. Desde ese momento comenzó una etapa de expansión que llevó a los incas a conseguir el máximo nivel de complejidad y a consolidarse como el Estado precolombino más grande de América, abarcando aproximadamente dos millones de km2 y extendiéndose a lo largo de los Andes desde el sur de Colombia hasta el centro de Chile y el noroeste de Argentina.

En este trabajo me voy a enfocar en el Collasuyo, el distrito más austral del Imperio Inca y que constituía la mayor parte de su territorio. Mi objetivo es comprender específicamente la manera como se llevó a cabo la conquista de la zona conocida como Noroeste Argentino (NOA), los modos de integración de las culturas preexistentes, las estrategias implementadas para el mantenimiento del orden y la estabilidad del imperio y la naturaleza de las relaciones fronterizas internas y externas.

Mi análisis parte de la hipótesis según la cual la ocupación incaica del NOA fue conflictiva, ya que requirió un esfuerzo constante para mantener el orden y los límites del imperio en aquella zona. Esto se debió a la distancia geográfica respecto de Cuzco y a la naturaleza de las relaciones interétnicas hacia el exterior de la frontera, con los grupos invasores provenientes de tierras bajas, y hacia el interior, con las poblaciones que se resistían a la dominación y se rebelaban ocasionalmente.

La primera sección del trabajo es una sistematización de la información sobre los distintos aspectos del Imperio Inca que son relevantes para la problemática a resolver: sistema de gobierno, organización económica y de la producción, y religión. La segunda sección está dedicada a la dinámica y posibles causas de la expansión imperial, y a la ocupación inca del NOA a partir de la descripción de los patrones de asentamiento que permiten inferir las formas que adquirió la dominación incaica en esta zona. Finalmente, la última sección se trata de una reflexión acerca de la cuestión sobre la frontera del Tahuantinsuyo y de las relaciones interétnicas establecidas en el extremo sur del Collasuyo.

LA ORGANIZACIÓN DEL IMPERIO

División política y sistema de gobierno

Al igual que otras sociedades andinas, los incas consideraban a su gente, su historia y su territorio como un conjunto unificado (D’Altroy, 2003). El Tahuantinsuyu (que en quechua quiere decir “tierra de las cuatro partes”), estaba dividido en cuatro regiones (suyus) y su capital y sede del poder político y cósmico era la ciudad de Cuzco. Cada región era dirigida por un gran señor (apu) que se encargaba de los asuntos propios de su circunscripción y brindaba apoyo al emperador (sapa inca) (Cobo, 1979 en D’Altroy, Ibíd.).

Las partes en las que se dividía el Imperio eran:

  • Chinchasuyo (Chinchaysuyu): al norte, atravesaba todo el Ecuador y la costa peruana.
  • Collasuyo (Kollasuyu): al sur, desde las tierras altas meridionales de Perú y hasta el centro de Chile y norte de Argentina.
  • Contisuyo (Cuntisuyu): al oeste, ocupaba la zona desde el suroeste de Cuzco hasta el Pacífico, siendo el suyu de menor extensión.
  • Antisuyo (Antisuyu): al este, cubría una pequeña extensión al norte y noroeste de Cuzco.

El Estado inca se basaba en una monarquía[1] teocrática cuyo gobierno se traspasaba de padre a hijo. El emperador era visto como un rey absoluto que había recibido el mandato divino de gobernar el mundo y que, al no haber una clara distinción de los distintos aspectos del poder, abarcaba el liderazgo sociopolítico, militar y religioso (D’Altroy, Ibíd.). Se lo llamaba sapa inca (“único inca”).

A medida que extendían sus dominios los incas debieron gobernar una variedad de sociedades, algunas con niveles de complejidad relativamente menores y otras que también se encontraban en la categoría de Estado, y poblaciones muy grandes. Los gobernantes decidieron aplicar un régimen de gobierno directo en la zona central del imperio, es decir, en los alrededores de Cuzco, y uno menos intensivo en la costa norte y en los Andes septentrionales y meridionales. Este gobierno consistía en un grupo de funcionarios incas que supervisaban a la población mediante censos, la imposición de una lengua oficial (el quechua) y la construcción de centros regionales y redes de caminos (D’Altroy, Ibíd.).

Además, cada una de las cuatro partes del imperio estaba dividida en provincias. Generalmente cada provincia coincidía con una población determinada, basada en las sociedades nativas de la zona. Cuando se obtenía un nuevo territorio, se definían los límites de la provincia y de los grupos que la habitaban. Cada provincia era administrada por un gobernador (tokrikoq) que casi siempre pertenecía a la etnia inca y era elegido sobre todo en base a su capacidad (D’Altroy, Ibíd.). Para asegurar las comunicaciones con todas las regiones del imperio, los incas construyeron una extensa red vial compuesta por dos rutas principales que lo recorrían longitudinalmente (una por el interior y otra por la costa) y en las que desembocaban todos los demás caminos. Asimismo, disponían de un eficaz sistema de correos que contaba con mensajeros-corredores.

Las relaciones políticas entre el emperador y los gobernadores estaban fundadas principalmente en lazos personales; y el control de la población se realizaba mediante intercambios rituales patrocinados por el Estado y por la fuerza de la ley (D’Altroy, Ibíd.). Sin embargo, D’Altroy advierte que no es posible presentar un modelo único de gobierno incaico ya que así como las condiciones sociopolíticas eran diferentes en cada lugar, también lo era la política que se debía aplicar.

Organización económica y de la producción

La economía inca se basaba en el pastoreo (consistente en la domesticación de la llama y la alpaca) y la agricultura. Gracias a la aplicación de técnicas agrícolas avanzadas como las terrazas escalonadas, la irrigación y el abono se obtenían excedentes rigurosamente controlados y administrados por el Estado.

Cada poblado estaba habitado por un ayllu, una agrupación de familias unidas por lazos de parentesco y la propiedad colectiva de la tierra. La unidad de producción y consumo en la que operaba la división del trabajo consistía en una familia reducida al matrimonio y sus hijos solteros; y cada unidad doméstica reconocía un jefe (curaca) que se consideraba descendiente del fundador del grupo y se encargaba de atribuir tierras, organizar trabajos colectivos y solucionar conflictos. Pertenecer al ayllu implicaba obligaciones de trabajo y también derechos sobre el mismo, lo que daba lugar a muchas solidaridades (Favre, 1975).

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