Los Genios
StephanieRN21 de Febrero de 2014
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Los señores Martínez tienen tres niños: Juan, Pedro y Roberto, ya bien entrados en la edad adulta y casados. Juan es el hijo mayor, Pedro nació tres años después y Roberto tres años más tarde que el segundo. Entonces, la diferencia entre Juan y el menor es de seis años y Pedro ocupa el punto medio.
Los Martínez aún recuerdan el nacimiento de Juan. En aquel entonces vivían en un apartamento modesto y tenían año y medio de casados. El nacimiento fue todo un gran suceso. Los abuelos maternos y paternos gozaron lo indecible, pues era el primer nieto que tenían. Juan nació enfrentándose a seis adultos: unos padres por completo verdes en su papel de tales y dos parejas de abuelos sin práctica en esos menesteres, pero unos y otros llenos de ideas inmutables sobre cómo criar un niño; sobra decir que las ideas de éstos últimos provenían del solo hecho de haber sido padres. Hubo cierta rivalidad entre las dos abuelas respecto a los mejores métodos a seguir. A veces el antagonismo iba más allá de toda tolerancia. Poco a poco, Juan se fue dando cuenta de ello y lo utilizó en provecho propio. Si una abuela le negaba algo, lo sacaba de la otra, pues ésta se sentía inclinada (de un modo amable, desde luego) a oponerse a la opinión de la primera. Sin embargo, los peores problemas de Juan fueron con sus padres. Nunca sabían exactamente cómo actuar. Mamá y papá estaban aprendiendo en él a ser padres. Tenían en cuenta la menor cosa que el niño hacía. Siempre parecían estar exagerando o minimizando todo. Juan adquirió mucha práctica, pues si los padres no se dejaban manejar, por lo común, algún abuelo andaba a la vista, y Juan se mostraba orgulloso y contradictorio con los padres para que el abuelo entrara en su defensa. Juan aprendió a manejar muy bien a los adultos. Los niños eran distintos. No había ninguno en casa y los niños del barrio resultaban demasiado grandes, demasiado orgullosos o demasiado pequeños para que le interesaran. La vida era maravillosa para Juan. Papá lo llevaba a todas partes y le aseguraba que llegaría a ser famoso algún día. Lo retrataron miles de veces; incluso compraron una costosa cámara de cine. También una grabadora que Juan terminó por romper. Todos los juguetes de la casa eran suyos. A veces se sentía solitario, pero se puede hacer un compañero de juegos a cualquier oso de peluche. Es decir, se sintió solitario hasta que su hermano Pedro llegó a la casa.
Juan jamás olvidará el día en que Pedro llegó a la casa. Por aquel entonces todo le parecía un tanto confuso. Mientras mamá no estaba, su abuela y su padre habían discutido sobre su comida. Era maravilloso volver a tener a mamá en casa; incluso era mejor que antes, pues había un hermanito con quien jugar. Pero debió haberlo sabido: la primera vez que Juan vio Pedro, le gritaron y lo regañaron. Era natural que tratara de comprobar si Pedro estaba tan bien construido como su oso de peluche. Así, cuando le picó el ojo al nuevo niño para ver si el otro ojo brincaba, como ocurría con el oso; y cuando quiso probar si la pierna de Pedro giraba, todos le gritaron. Su padre le preguntó: “¿Pero qué estas haciendo?”. Pedro no era un buen compañero de juegos y, además, acaparaba demasiado a su madre y no quería compartirla.
Ahora bien, Pedro siempre sintió que vivía en un mundo de “cosas heredadas”. Hasta sus propios padres le parecían ser a veces de “medio uso”. Le parecía también estar recibiendo bicicletas y patines sólo cuando Juan los había destrozado por completo. Entonces Juan recibía nuevas bicicletas y nuevos patines, y Pedro se quedaba con los viejos. Al principio, incluso su cama y gran parte de su ropa había pertenecido a Juan. Sus padres no lo retrataban tanto como lo habían hecho con Juan. Tampoco hablaron a larga distancia con los abuelos cuando Pedro pronunció sus primera palabras. Incluso
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