Amor en la Antigua Roma
noeaguilera9Monografía31 de Julio de 2016
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INTRODUCCIÓN
La curiosidad por las costumbres romanas se debe a que en la actualidad se busca comprenderse a sí misma. Así se pueden encontrar tanto diferencias como similitudes con las mismas, fundamentalmente en la visión actual del amor, las leyes del matrimonio y todos los ámbitos de la vida en sí se puede observar que tienen sus más profundos orígenes tanto en la Antigua Roma como en la clásica. En cada época el sentimiento amoroso, experimentado de una u otra forma por todos los seres humanos, se encuentra sometido al vaivén de las modas.
El amor en Roma no es solamente pasión pudo ser también razón, la que perpetua los linajes y asegura la perpetuidad del culto a los antepasados.
Los testimonios literarios no reflejan con exactitud pura las costumbres romanas pero han llegado a nuestros tiempos numerosas inscripciones que escapaban a fórmulas estereotipadas; algunas de ellas perduran como testimonios directos emanados de la cotidianeidad, retazos palpitantes de vidas.
Desafortunadamente desde el punto de vista de la sensibilidad moderna, los amores romanos cuentan con bastante mala reputación debido a la visión de los moralistas y los diversos autores cristianos. Por esta razón se debe renunciar a juzgar las antiguas costumbres romanas.
Orígenes de Roma
Los romanos formaron parte de un enorme imperio que, a partir del siglo III a. C., se constituyó en torno al mar Mediterráneo con centro en la ciudad de Roma.
Volviendo a los orígenes se puede decir que la mentalidad romana es la del campesino y del soldado pero no es una mentalidad que se puede entender por separado sino como la mentalidad soldado-campesino.
El trabajo del campesino no se puede postergar por que la naturaleza no espera al hombre sino que el hombre espera a la naturaleza como por ejemplo las estaciones. El hombre deberá esperar pacientemente hacer su trabajo aceptando las condiciones que se presenten y esperar de fuerzas, que aún no conoce, para que lo ayude ya sea para una buena siembra o cosecha. La rutina prevalecerá en su vida, sabe que existe un orden establecido ya que tendrá un tiempo de siembra, un tiempo de germinación y un tiempo de recolección. Así su vida la regirá la Tierra.
Como ciudadano demostrará un gran interés por la actividad política. Estará atento por defender sus tierras. Sus trabajos como así también el trabajo de sus hijos. Le daban mucha importancia a la experiencia.
Las virtudes del romano son la honradez y la frugalidad, la previsión y la paciencia, el esfuerzo, la tenacidad y el valor, la independencia y la sencillez y la humildad frente a todo lo que es más poderoso. El vigor y la tenacidad del campesino son necesarios al soldado. La habilidad práctica contribuye a hacer de él lo que el soldado romano debe ser: albañil, zarpador, abridor de caminos y constructor de balates. El romano es leal con las personas, los lugares y los amigos.
Puede vivir sin problemas en el campo porque es a lo que se ha dedicado a hacer toda su vida. El soldado romano tiene conciencia de fuerzas invisibles atribuyendo “suerte” a algún soldado victorioso, quién algún poder (destino o fortuna) utiliza como instrumento.
Si asume una política violenta como la guerra, el fin será conseguir tierras para labrar y una casa donde vivir, se le deberá lealtad al general que defiende su causa.
El romano será un imitador ya que ha conocido distintos lugares y hombres de lo cual sólo tomará lo que le parezca más útil. Su hogar y campo nativo son para él “el rincón más risueño de la Tierra”
La historia romana es en primer lugar, el estudio del proceso por el que Roma, siempre consciente de su misión, se convirtió penosamente, de la ciudad-estado sobre las Siete Colinas en la dueña del mundo. En segundo lugar el estudio de los medios por los cuales adquirió y mantuvo su dominio. Estos medios se tratan de su particular capacidad de convertir a los enemigos en amigos y eventualmente en romanos aunque siguieran siendo españoles, galos o africanos.
En los primeros tiempos, el caudillo del pueblo romano, para descubrir si e acto que el Estado se proponía realizar coincidía con la voluntad de los dioses que regían el mundo, tomaba los “auspicios” fijándose en los signos revelados ritualmente.
El amor
Los romanos mantuvieron con relación al amor cierta actitud ambigua: desconfiaban de él pero al mismo tiempo se sentían fascinados por su fuerza.
El amor está demasiado ligado a los dramas de los misterios que acompañan a la existencia para que se pueda pura y simplemente, dejar a un lado. Los hombres no han de temer tanto sus perjuicios, pero las mujeres pueden fácilmente dejarse llevar por él y poner en peligro la pureza de su linaje.
Evidente repugnancia sentida siempre por los romanos con relación al amor “griego”, ni ese sentido casi “pecaminoso” que para ellos encerraba la satisfacción carnal. Plutarco, responde que los romanos dispensaban el más profundo respeto a sus esposas y añade que tal costumbre subrayaba el carácter “vergonzoso” del acto amoroso, aunque este fuera realizado entre marido y mujer.
Al igual que los griegos los romanos no sentían “vergüenza” frente a la desnudez y nunca su cuerpo le pareció “maldito” pero conservaron más que los griegos, el sentido del carácter sagrado de esa desnudez que revela lo más íntimo del ser. La moral prohibía a los hombres de una misma familia bañarse juntos porque el amor, el acto sagrado por excelencia, exige el secreto y no debe ser profanado por la mirada. El amor como la muerte, no es algo indiferente a los ojos de la divinidad. Existían “tabúes” que afectaban a las mujeres impuras, y en especial a la “paelex” dentro del hogar.
Los romanos nunca olvidaron que, tanto en la búsqueda del placer como en la expansión afectiva, hay un momento supremo en el que interviene la humanidad. De esta apreciación se dedujeron enormes consecuencias que impidió que la conquista amorosa estuviera orientada únicamente hacia la satisfacción del deseo carnal y no permitió que los hombres olvidaran jamás la dignidad de sus compañeras. De veneración estaba rodeada la mujer de la Roma arcaica y más tarde la de la Roma clásica.
El respeto a la feminidad era para ellos un valor en sí mismo, afirmado en numerosas circunstancias. Las mujeres libres eran sagradas, tan intocables como podía serlo un tribuno de la plebe.
Existían mujeres de nacimiento libre, siendo mujeres a las que se desposaba sin necesidad de amarlas pero estaban otras que tan sólo estaban destinadas al placer como las cortesanas y las esclavas. En éstas últimas la feminidad quedaba profanada.
A mediados del siglo II a. C. gracias a la influencia del helenismo, el sentimiento amoroso adquirió mayores matices, como si el respeto hacia la mujer se hubiera ido extendiendo a toda una nueva categoría de muchachas.
Para los romanos el sentimiento amoroso deviene de una realidad espiritual, separándose de un instinto puro y simple, lo que fue posible solamente a medida que las propias mujeres conquistaron su dignidad. Todo un amor verdadero supone un respeto recíproco, pero en especial el respeto de la mujer en sí misma y hacia los otros. Como ningún pueblo los romanos parecían estar predestinados a realizar la feliz empresa de descubrir el amor.
De todas las divinidades asociadas al amor, Venus ocupa el primer lugar como si el amor fuera un “asunto de mujeres”. El dios Amor era un desconocido entre las divinidades romanas. El Amor desarma a los héroes. En este combate es la mujer la que domina y la que alcanza siempre la victoria. El Eros griego, enérgico e inquieto, se despreocupa por el día siguiente a su triunfo. Pero la Venus romana aspira de modo más o menos confeso, a la maternidad.
En la antigüedad, las costumbres imponían a la mujer que permaneciera univira, que no conociera más que a un único marido, tiempo después con el principio del Imperio, se advierte que una exigencia parecida comienza a aplicarse al hombre, lo que habría resultado inconcebible tan sólo dos o tres generaciones antes.
Hacia al final de la República y durante los primeros años del Imperio, Roma está en camino a “divinizar” a la mujer, y el amor adquiere el carácter de verdadera adoración que el amante rinde a su compañera. Así para los antiguos romanos las mujeres pasaron de ser “madonas” a demonios.
Campania sería el país síntesis entre Occidente y Oriente que tanto contribuiría a “pervertir” la moral romana. En tiempos de Plauto los lugares públicos y las calles de Roma estaban llenas de jóvenes y hombres maduros también que no tenían más ocupación que la de ver pasar a las mujeres e intentar avances.
El amor para los pompeyanos fue considerado como la potencia en excelencia que confiere a las almas y a los seres su verdadera belleza. Venus será una diosa protectora a quien los amantes dirigen sus plegarias, injuriándolas cuando no le es propicia. Así aparecerán también inscripciones amorosas en las que se observa que fueron escritas por gente humilde: esclavos que arden de deseos por alguna sirvienta, artesanos, a menudo libertos cuyos nombres revelan un origen oriental, o lugareños de poblaciones vecinas que irían de juerga a Pompeya.
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