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Aníbal González


Enviado por   •  23 de Junio de 2014  •  Síntesis  •  1.570 Palabras (7 Páginas)  •  190 Visitas

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Aníbal González, el principal especialista en los vínculos entre literatura y periodismo, ya ha expuesto con claridad las bases del tema que me propongo desarrollar. Previo a entrar en mis propias consideraciones, lo cito:

el discurso periodístico es una presencia fundamental en las principales novelas hispanoamericanas del siglo XIX. Su presencia es significativa, sin embargo, no en forma determinista, sino como un ejemplo más en una amplia estrategia de disimulo textual: el uso sistemático de uno o mas discursos para ocultar a otros discursos, en una suerte de mimetismo textual que obstaculiza la búsqueda de sentido del texto. Desde las solapadas novelas del periodo colonial hasta las novelas naturalistas de fines del siglo XIX, la novelística hispanoamericana ha insistido con frecuencia en su veracidad periodística tan solo para luego retirar lo dicho y oscurecerlo con elementos ficcionales. (“Periodismo y novela” 241)

De las palabras de González retengo especialmente una: disimulo. En el XIX, con una tradición ya reconocible en siglos anteriores pero que inaugura en toda su magnitud El Periquillo Sarniento, de José Joaquín Fernández de Lizardi en 1816, la que González llama “ley del disimulo” apunta esencialmente a evitar la acción de la censura sobre los textos. Éstos se caracterizan por poseer un evidente sentido político y en virtud de ello se oponen de manera más o menos explícita al discurso del Estado. Sin embargo, y reteniendo siempre este carácter político, el juego se ampliará mas allá de la censura para plantearse en los conocidos términos de la verosimilitud (atribuida habitualmente a la literatura) y la verdad (rectora -al menos se supone- del discurso periodístico). Lo que González deja abierto a nuestra consideración, y éste es el tema que me propongo desarrollar, es cómo la interacción entre periodismo y literatura se presta a un juego de exposiciones y ocultamientos que en el siglo XX, sostengo, se complejiza. [2]

Para entender este juego (que, como todo juego, es algo muy serio) de préstamos y devoluciones, remito inicialmente a la teoría de que los discursos literario y periodístico comienzan a fundirse en la novela inglesa del mediados del siglo XVIII. Lennard J. Davis hace notar la que él llama “matriz indiferenciada” de las “noticias/novelas” (42) a partir de las baladas, en las cuales se encontraría el origen del genero periodístico (48-67) [3]. En el siglo XVII, apunta, estas baladas serían reemplazadas por el “libro de noticias” (“newsbook”) o por el “panfleto de noticias” (“news pamphlet”) [71] como vehículo de comunicación de hechos supuestamente verdaderos. González agrega a las consideraciones de Davis: “De hecho, puede argumentarse que la novela logró mantener su propia autoridad y prestigio entre los demás géneros literarios de fines del siglo XVIII y del XIX mayormente mediante la imitación del discurso periodístico, en un intento por aprovecharse de la reputación de verdad del periodismo” (“Periodismo y novela” 229). Quien es considerado el primer novelista inglés, Daniel Defoe, era también periodista, y su discurso literario apela al género que hoy llamaríamos testimonio en su obra mas conocida, Robinson Crusoe, de la que dice en el “Prefacio” que tiene todo de “hecho” y nada de “ficción” (1961, 7). Sin embargo, entonces ¿por qué leemos hoy Robinson Crusoe como una novela y no como un testimonio? Y, lo que es más, ¿hasta dónde el testimonio no está teñido de ficción? [4] Volveremos sobre esta cuestión, brillantemente analizada por María Griselda Zuffi en su libro Demasiado real en el capítulo que le dedica a La pasión según Trelew, de Tomas Eloy Martínez, uno de los maestros contemporáneos de la fusión entre literatura y periodismo (21-32).

Sin embargo en este artículo, que se propone esencialmente dialéctico, debo volver sobre mis pasos y refutar a Davis, quien en el primer capítulo de su libro necesita demostrar con, a mi juicio, excesiva minuciosidad y excesivo error, que el Quijote no es una novela [5]. Esto, porque, si lo reconociera, anularía su tesis de que la novela moderna nace en Inglaterra. Del mismo modo, Davis se limita a las baladas inglesas. Nosotros, contrariamente, sabemos que la misma tradición de transmisión inmediata de noticias existía ya en el Romancero español.

Se sabe que es el Quijote el que realmente inaugura la incertidumbre entre hecho y ficción cuando el narrador, en el Capítulo 9 de la primera parte, encuentra los cartapacios atribuidos a un tal Cide Hamete Benengeli, que son los que cabalmente cuentan la historia de Alonso Quijano. El narrador, hasta entonces supuestamente omnisciente, se vuelve transcriptor -en realidad, descubrimos que siempre lo ha sido-, y lo que es más, transcriptor de un documento que él mismo no entiende en su lengua original y que ha de serle traducido por un “morisco aljamiado” (“El ingenioso hidalgo” 71-73) [6]. El juego que plantea Cervantes

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