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Arte De La Prehistoria


Enviado por   •  6 de Septiembre de 2014  •  8.935 Palabras (36 Páginas)  •  217 Visitas

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ARTE DE LA PREHISTORIA

PINTURA RUPESTRE: LAS PINTURAS DE LAS CUEVAS

FRANCO-CANTÁBRICAS Y LAS PINTURAS DE LOS ABRIGOS

LEVANTINOS.

MEGALITISMO: LA ARQUITECTURA MEGALÍTICA DE LA

FACHADA ATLÁNTICA Y LA ARQUITECTURA CICLÓPEA DE

LAS ISLAS BALEARES.

INTRODUCCIÓN

El Arte Prehistórico comprende las manifestaciones plásticas realizadas

por el Homo sapiens sapiens desde el final de la Edad de Piedra hasta la Edad de

los Metales. Tradicionalmente, este amplísimo período de tiempo se ha dividido

de la siguiente forma:

· Paleolítico Superior (30.000 – 9.000 a.C.), donde surge una cultura de

cazadores y recolectores en el entorno glaciar;

· Mesolítico (9.000 – 6.000 a.C.), caracterizado por la aclimatación de las

comunidades de cazadores y recolectores al aumento de las temperaturas

posglaciares;

· Neolítico (6.000 – 3.000 a.C.), cuando la piedra pulimentada sustituye a

la tallada, y aparecen la agricultura y la ganadería;

· Edad de los Metales, que arranca con la invención de la metalurgia y su

primera etapa se corresponde con el empleo sucesivo del cobre (3000-

2000 a.C.) y del bronce (2000-725 a.C.). La relación del ser humano con

el medio ambiente vuelve a cambiar y a la revolución neolítica le sucede

una revolución urbana, donde la sociedad tribal, básicamente igualitaria, se

jerarquiza.

Aunque de la Prehistoria no se conservan fuentes escritas, y sólo

contamos con fósiles y otros restos arqueológicos, sabemos que los hombres

del Paleolítico eran nómadas y que vivían íntimamente unidos a la naturaleza.

Su actividad fundamental era la obtención de alimentos, que conseguían

mediante la caza, la recolección de frutos silvestres y el carroñeo. En esos

tiempos existía en Europa un clima rudo, con alternancia de largos milenios de

frío húmedo y frío seco, siempre dentro de lo que comúnmente se denomina

un período glaciar , y con otras etapas interglaciares , de clima menos riguroso y

algo más cortas. Las nieves perpetuas, entre 700 y 1.000 metros más bajas que

en la época actual, hacían que, junto con el clima, la flora y la fauna, las

condiciones ecológicas fuesen muy diferentes de las que vivimos en nuestros

días.

Durante este larguísimo período nuestros antecesores, además de

adaptarse al medio natural, desarrollaron toda una simbología basada en sus

temores y deseos, valiéndose tanto de los instrumentos líticos como de vivos pigmentos. Esta voluntad de manifestar sus creaciones artísticas se desarrolló en

dos campos diferenciados. Por un lado, en objetos fácilmente transportables,

dado que eran nómadas (arte mobiliar). Por otro lado en las paredes de las

cuevas y oquedades en los que circunstancialmente habitaban (arte parietal).

LA PINTURA RUPESTRE FRANCOCANTÁBRICA

Pese a que es muy posible que el hombre utilizase como soportes para

sus dibujos y pinturas trozos de corteza, de piel, de madera y de piedra, sólo han

llegado hasta nosotros las pinturas y grabados que realizó sobre las paredes de

las cuevas, obras de “arte parietal”, donde las condiciones de temperatura y de

humedad son idóneas para la conservación de los pigmentos.

Esta pintura paleolítica se le ha denominado pintura franco-cantábrica

porque su radio de extensión abarca fundamentalmente el sur de Francia y la

cornisa cantábrica española, si bien existen otros ejemplos fuera de este ámbito.

Entre los yacimientos pictóricos más importantes pueden citarse los franceses

de Lascaux, Niaux y Tríos Frères y, muy especialmente, las cuevas de Altamira

en Santander, junto a otros conjuntos del área española, como El Castillo y La

Pasiega (Cantabria), Cándamo (Asturias) o el Parpalló (Gandía, Valencia).

La técnica utilizada para la ejecución de estas pinturas nos admira hoy

en día por la sencillez de su factura y su larga perdurabilidad. Los instrumentos

empleados para extender los colores eran sus propios dedos, toscos pinceles

elaborados con cerdas, espátulas o proyectándolos al soplarlos con la boca sobre

la pared. En ocasiones se servían de un buril de sílex para contornear la figura, a

modo de un rudimentario esgrafiado.

Para crear los colores utilizaban como aglutinante la grasa animal, la

resina o la sangre, a los que añadían los diferentes pigmentos para su

coloración. Así, por ejemplo, se sabe por investigaciones actuales que los

productos más empleados eran el óxido de manganeso, que producía unas

tonalidades negro-violáceas, y el óxido de hierro, con una gama entre el rojo y

el ocre.

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