Batalla de Maratón
Villalvazo ☭☠Documentos de Investigación30 de Agosto de 2015
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La batalla de Maratón.
El 490 a.C. todas las ciudades de Grecia, salvo Atenas y Esparta, se habían sometido al Imperio Persa. Oriente se imponía a Occidente. Una quimera social conocida como democracia — del griego demos (pueblo) y krátos (poder o gobierno) — se debatía entre el sometimiento y la extinción, o la lucha. Si Atenas caía o se sometía, la democracia, toda Grecia, y con ellas la cuna de la cultura occidental, se desvanecerían para siempre antes de dar sus primeros pasos.
Aquel verano del 490 a.C., el rey persa, Darío I, desembarcó en la llanura de Maratón con 25.000 hombres, dispuestos a aniquilar a todo griego que no se sometiera. Frente a ellos, tan sólo 10.000 atenienses y unos cientos de aliados. Con una diferencia: estaban allí como ciudadanos libres, hombres desesperados que habían elegido enfrentarse a lo imposible antes que someterse.
La inmensidad del prístino Oriente. La adolescencia de Occidente. En juego: una cultura, una civilización —la occidental— que pugnaba por sobrevivir. Aniquilación o victoria. El mundo tal y como lo conocemos estaba sobre el tablero. Pero ¿cómo se llegó a tan dramática situación?
Motivo bélico
Las tensiones entre griegos y persas tenían su origen en el destierro en 511 a.C. de Hipias, tirano de Atenas, por parte de los partidarios de la democracia, apoyados por Esparta, recelosa del creciente poderío que Atenas había adquirido bajo el gobierno de los Pisistrátidas (que eran los hijos del tirano Pisístrato, Hipias e Hiparco). Hipias, como todo tirano que se precie, padeció de una potente adicción al poder. Ello le conduciría a exiliarse donde más posibilidades tuviera de recabar la ayuda necesaria para volver a alzarse con él. El lugar escogido sería Sardes, en la actual Turquía y en el prístino Imperio Persa. Sardes estaba bajo el control de Artafernes, el sátrapa de Lidia, que no era un sátrapa cualquiera sino el hermano del mismísimo rey Darío I, amo y señor del mayor imperio que el mundo había conocido: El imperio persa. Un exilio perfecto para alguien que aspiraba a reconquistar su patria. Si bien los atenienses no estaban por la labor de devolverle el poder al tirano, por lo que no tardarían en exigir a Persia la entrega de Hipias para ser juzgado por sus crímenes. Obviamente Darío I se negó. No estaba dispuesto a entregar a un huésped tan valioso, que podría ser la llave de Atenas, a cambio de nada.
Dicha negativa provocaría que al estallar la Revuelta Jónica, que en 499 a.C. levantara en armas a los griegos de Asia Menor contra el Imperio Persa, Atenas enviara veinte naves en ayuda de los jonios. Dicha revuelta, iniciada por Aristágoras, tirano de Mileto, sería efectivamente sofocada por los persas en 494 a.C. Darío reconquistaría Chipre, el Dardanelos y el Bósforo, tomaría Mileto y deportaría a sus habitantes a orillas del Tigris. Pero no se conformó. Continuó su avance conquistando Tracia, Macedonia e instaurando gobiernos leales en las islas Cícladas. El avance persa parecía imparable. Las ciudades griegas se sometieron una tras otra a la autoridad del gran rey. Tras la contundente victoria, únicamente dos ciudades continuaban resistiéndose al dominio persa, empecinadas en la defensa de su soberanía, su libertad y su estilo de vida: Atenas y Esparta. Ya tenía el casus belli —castigar a los instigadores y colaboradores de la Revuelta Jonia—. Sólo faltaba la invasión.
Preludio del combate.
Reunió la mayor flota jamás vista —200 naves— al mando de Artafernes, el mismo sátrapa que acogiera al tirano ateniense; y un potente ejército de 25.000 hombres bajo las órdenes de Datis, de los cuales 5.000 eran de la temible caballería persa. El propio Hipias acompañaba la expedición para recuperar el trono de Atenas como títere de los persas.
La primera víctima serían las islas Cícladas. De ahí atacaron la isla de Eubea, aliada de Atenas que también había apoyado la Revuelta Jónica, tomando la capital, Eretria, tras un asedio de tan sólo seis días. La ciudad fue saqueada, quemada y los supervivientes de la matanza, esclavizados y deportados a Persia. Los atenienses ya conocían el destino que les esperaba. Eran los siguientes. Así, las hordas persas se dirigieron al Ática en busca de su presa. El lugar escogido, Maratón, no era casual. Hipias, oriundo de Atenas, lo había seleccionado minuciosamente: una llanura donde la temible caballería persa podría maniobrar a sus anchas y fulminar a la infantería griega, protegiendo además su flanco por un pantano. Allí desembarcó el inmenso ejército persa, que debía aniquilar a Atenas.
Datos sobre los ejércitos a enfrentarse.
Imperio persa:
- Superioridad numérica. Entre 25.000 a 30.000 hombres.
- Caballería (Los griegos no contaban con caballería).
- Arqueros (Los griegos no contaban con arqueros).
- Alta moral, debido al gran número de victorias y a que ningún ejército griego, había logrado vencer a los persas en campo abierto.
- Armadura muy ligera, mimbre y lino en su mayoría.
- Falta de entendimiento entre las tropas (soldados que hablaban diferentes idiomas o dialectos, y no entendían claramente las ordenes).
Griegos:
- Sin caballería, ni arqueros.
- Ampliamente superados en número, en una proporción de 2 ‘o 3 a 1.
- 10,000 soldados y cerca de 600 soldados de refuerzo de la ciudad aliada de Platea.
- Infantería organizada en falange, una formación revolucionaria para la época, implementada por Fidón de Argos.
- Lanzas de mayor tamaño a las del ejército persa, entre 1,8 y 2,7 metros de largo.
- Hoplón, que es un novedoso escudo de bronce.
- Armadura metálica en su totalidad.
La batalla.
Cuando tuvo conocimiento del desembarco persa el cinco de agosto en las cercanías de Maratón, dudó entre esperar a los persas en la seguridad de las murallas —táctica habitual de los griegos hasta entonces—, esperarlos a las afueras alejando el peligro de la ciudad, o acudir a su encuentro. Optó por esto último. Al hacerlo, logró sorprender al ejército persa al contemplar al ejército ateniense al completo acampado en las colinas cercanas a Maratón, pues esperaban una fácil victoria por asedio en la que la ciudad se rendiría rápidamente por temor a represalias y ante la presencia de Hipias, el antiguo tirano, que garantizaría la vida a todos aquellos que se rindieran. De esta forma lograron no sólo sorprender a los persas, sino también cercarles el paso hacia la ciudad.
Aun así, los atenienses quedaron aterrorizados ante la visión del ejército persa, que prácticamente los triplicaba en número. Por suerte, al tiempo que el ejército había partido para Atenas, se envió al mejor corredor de la ciudad, Filípides, para solicitar la ayuda de la mayor potencia militar griega del momento, Esparta, tradicional antagonista de Atenas en la Antigua Grecia, que ahora esperaban se les uniera frente al enemigo común. Filípides recorrió la distancia entre Atenas y Esparta, 246 km, en menos de dos días —algo que se creía imposible hasta que tres soldados británicos repitieran la gesta en 1982—. Si bien la respuesta de los espartanos no fue todo lo entusiasta que esperaban los atenienses. Esparta acudiría a la guerra contra los persas, pero lo haría una vez finalizaran los necesarios actos rituales de la Carneas, pasada la luna llena, tras una semana desde la llegada de Filípides, el 12 de agosto; lo que implicaría que llegarían en torno al 15 de agosto a marchas forzadas.
El general persa al mando, Datis, cercado en la zona de desembarco y pensando en romper el empate técnico en el que se encontraban, al caer la noche el día 11, embarcó a la caballería y a Hipias rumbo a Atenas, con la esperanza de que los partidarios del tirano, entregarían la ciudad al contemplar a la temible caballería persa, tal y como había sucedido con la toma de Eretria, en la que quienes temían un largo asedio y las represalias persas favorecieron la caída de la ciudad.
Se habían librado de la caballería por el momento, pero quedaban por solventar dos problemas: los arqueros y la superioridad numérica de los persas. La formación clásica de la falange era de una profundidad de ocho hombres. Dicha formación suponía un problema en caso de inferioridad numérica, como era el caso, pues los persas, que prácticamente les triplicaban en número, les desdoblarían por los flancos. Por ello Milcíades decidió reducir la profundidad del centro de la formación a cuatro filas para alargar sus líneas y evitar ser flanqueado. Al mismo tiempo mantuvo la profundidad de ocho filas habituales, para mantener unos flancos fuertes capaces de envolver a los persas. Una maniobra sumamente arriesgada, pues dado que los persas concentraban a sus mejores tropas en el centro, si los flancos griegos no lograban envolver rápidamente a los persas, el centro persa podría romper el débil centro griego provocando una debacle general.
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