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Breve historia de un fetichismo


Enviado por   •  13 de Agosto de 2021  •  Ensayos  •  1.053 Palabras (5 Páginas)  •  79 Visitas

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Breve historia de un fetichismo

“Papá, explícame ¿para qué sirve la historia?”. Esta pregunta, aparentemente inocente, es la que motivó al notable historiador francés, Marc Bloch, a escribir una de las más profundas reflexiones sobre la legitimación del estudio y aprendizaje de la historia: “Apología para la historia y el oficio del historiador” (1949). En ella, Bloch afirma que “una experiencia única es siempre impotente para discriminar sus propios factores y, por lo tanto, para suministrar su propia interpretación”, por lo que, entre otras cosas, la historia permite comprender nuestro presente a partir de nuestro pasado.

Otros historiadores, bastante más osados y menos brillantes que Bloch, han afirmado que la historia sirve para aprender de nuestros errores pasados para así no cometerlos en el presente y futuro, aunque Hegel (2013), hace dos siglos, ya tenía la película bastante más clara: “lo que la experiencia y la historia enseñan es que jamás pueblo ni gobierno alguno han aprendido de la historia ni han actuado según doctrinas sacadas de la historia”

Siguiendo esta reflexión y considerando el actual momento histórico que vive Chile, cobra total sentido preguntarse por cómo se han dado los procesos constituyentes a lo largo de nuestra historia y la de nuestros vecinos. Y es ahí, en ese momento, cuando realizamos ese ejercicio retrospectivo, que surgen evidencias reveladoras. En este sentido, la obra de Ferguson y Lansberg-Rodríguez (2017), es bastante consistente y generosa. América Latina, al año 2017, había promulgado cerca de 200 constituciones, con llamativos promedios: 10 constituciones por país, 19 años para la renovación de las cartas y 249 artículos por documento. Todo muy por sobre los indicadores del resto del mundo. Inclusive, así como en el tenis europeo, en América tenemos nuestro propio Big Three: República Dominicana, con 33 constituciones; Venezuela, con 26 (sólo durante la dictadura de Gómez hubo 7 constituciones en 27 años); y Ecuador con 21. Chile tiene 10.

En perspectiva histórica, estos indicadores, a pesar de su expresividad, no debieran sorprender tanto. Desde el amanecer de la era republicana, se instaló en el imaginario colectivo latinoamericano (principalmente de la elite revolucionaria), un fetiche en torno al instrumento “constitución”, muy bien nutrido por la fuerte influencia de la Ilustración y el éxito económico de los Estados Unidos una vez consumada su independencia. Es entonces que, desde principios del siglo XIX, la constitución es vista como la piedra angular de la organización política y económica del Estado; el reflejo de la historia y la coyuntura de las naciones; y la matriz de los derechos esenciales de sus habitantes. Sin embargo, esta sobrevaloración, fuertemente impulsada por los caudillos de la época, se fue exacerbando de tal manera que fue consolidándose un discurso en torno a las constituciones, su legitimidad y ámbitos de acción, que acabaron por dotarla de atributos que hacían estéril su aplicación en la realidad y que determinó una frenética sucesión de textos de acuerdo a la visceralidad del momento histórico y la voluntad de los gobiernos y dictaduras de turno, que vieron en la constitución una varita mágica, un libro de conjuros y contraconjuros que permitiría (y permite) erradicar o corregir los males de la sociedad.

Es evidente que estos textos, más cercanos al realismo mágico que a la teoría política (Ferguson y Lansberg-Rodríguez (2017), no tuvieron (ni tienen) los efectos esperados, por eso es que las reemplazan de manera cotidiana, renovando así los ciclos de irracionalidad política, sin reparar que el problema no pasa por la constitución, su origen, su existencia o su reemplazo. Sin ir más lejos, Inglaterra, Hong Kong y Nueva Zelanda, no poseen una. Islandia, lleva más de diez años discutiendo su “nueva constitución ciudadana” y Japón (cuyo ejemplo es fundamental para el debate en torno a la “ilegitimidad de origen”), recién tuvo su primer texto en 1946, cuando los EE.UU., un año después de lanzarle dos bombas atómicas, se la impuso.

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