Carta sobre la tolerancia
laura1101102Informe7 de Julio de 2013
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La “Carta sobre la tolerancia” de John Locke, publicada en el 1689, marca un antes y un después en la conceptualización occidental de la libertad de culto. El filósofo empirista empieza su carta asumiendo que la tolerancia es la principal característica de una verdadera Iglesia Cristiana, ya que la finalidad de la auténtica religión no es el ejercicio de la fuerza coactiva sobre otros hombres sino regular la vida de los hombres en lo que se refiere a su moralidad íntima y al culto que deciden darles a Dios. Locke constata que en ninguna parte de los evangelios se invita al uso de la violencia contra los que tienen religiones distintas, todo lo contrario, en la escena del prendimiento de Jesús, el hijo de María recrimina la actitud violenta de Pedro cuando hiere a uno de los captores. Además, sostiene el autor inglés, que si alguien hubiese podido imponer la religión por la fuerza, ese era precisamente Jesús de Nazaret y, sin embargo, no lo hizo sino que prefirió sufrir persecución a ser él mismo un perseguidor. Por lo tanto, ninguna Iglesia cristiana tiene el derecho de arrogarse una potestad que el mismo hijo de Dios no se arrogó: la de perseguir a sangre y fuego a los que viven su relación con Dios de manera diferente.
Pero, y esto es lo verdaderamente revolucionario, Locke llega más lejos al afirmar que tampoco el Estado tiene derecho a imponer una religión o un culto a sus súbditos. Llega a esta conclusión después de haber mostrado que el Estado es una sociedad de hombres que persiguen defender y hacer avanzar los intereses civiles que son, por ejemplo, la vida, la libertad, la propiedad, etc. El magistrado tiene jurisdicción sobre estos intereses pero sobre ninguno más, del mismo modo que la Iglesia tampoco puede interferir en los asuntos del Estado, ya que su función es la salvación de las almas y no velar por los intereses civiles.
Por si fuera poco, es un hecho para Locke, como para Spinoza, que a ningún hombre se le puede forzar a tener fe en una religión en la que él de motu propio no cree. Si el Estado o la Iglesia pretendiera tal cosa, pretendería algo imposible o fomentaría la hipocresía como virtud social, cosa que no es deseable por ningún gobierno justo. Por tanto, debemos de tolerar la diversidad de culto pero, también permitir que alguien que siente como falsa la religión en la que ha sido educado abandone esa religión y abrace la que considere en conciencia verdadera.
Autores anteriores a Locke mantenían que el Estado debe velar por el bien de sus súbditos y que por lo tanto, si el Estado considera que la salvación está garantizada por alguna religión en concreto tenía no solo el derecho sino también la obligación de imponerla. El filósofo inglés refuta esta teoría afirmando que aunque sea cierto que el Estado deba velar por el bien de sus súbditos ese cuidado no es extensible al cuidado de las almas ni tan siquiera al daño que en el ámbito privado se puedan ocasionar los súbditos a sí mismos. Es decir, el Estado debe velar para que todos los miembros del cuerpo social tengan acceso a alimentos, pero ni puede imponer una dieta saludable, ni que quien lo decida viva en la molicie y la pobreza, aunque creamos que es mejor vivir de una determinada manera, no se la imponemos a nadie, siempre que la vida que deciden llevar nuestros conciudadanos no perturbe el orden social. Mucho menos derecho tenemos de inmiscuirnos en el cuidado de las almas.
Locke llega a plantear la hipótesis de que quizás para la salvación del alma del hombre existen diversos caminos y no solo uno. Si analizamos los conflictos entre las sectas cristianas vemos que sus diferencias son por frivolidades, la esencia es cierto concepto de la virtud moral y del amor debido a Dios. ¿No sería factible que eso llevara a la salvación y no el tipo de vestimenta que adopta en sacerdote en la ceremonia o si el pan de la eucaristía es realmente la carne de
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