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Caudillismo


Enviado por   •  10 de Agosto de 2013  •  1.398 Palabras (6 Páginas)  •  519 Visitas

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EL CAUDILLISMO

El caudillismo es un fenómeno social y político surgido durante el siglo XIX en Latinoamérica, consisten en la aparición en cada país de líderes carismáticos cuya forma de acceder al poder y llegar al gobierno estaba basada en mecanismos informales y difusos de reconocimiento del liderazgo por parte de las multitudes, que depositaban en "el caudillo" la expresión de los intereses del conjunto y la capacidad para resolver los problemas comunes y el caudillismo fue clave para la dictadura y luchas entre partidos políticos del siglo XIX.

El poder de los caudillos se basaba en el apoyo de fracciones importantes de las masas populares. Este apoyo popular se tornaba en su contra cuando las esperanzas puestas en el poder entregado al caudillo se veían frustradas, y se decidía seguir a otro caudillo que lograra convencer de su capacidad de mejorar el país o la provincia.

Este fenómeno se dio en América Latina durante prolongados períodos de su historia republicana; en algunos casos desembocó en fuertes dictaduras, represiones a la oposición y estancamiento económico y político, pero en otros canalizó las primeras modalidades democráticas y federales en las repúblicas latinoamericanas, así como proyectos de desarrollo autónomo, frente a las expresiones políticas neocoloniales.

Caudillismo, caudillos y líderes políticos en América Latina

Los caudillismos siempre han sido aborrecidos. Su aparición se vincula al ejercicio autocrático del poder, en el que proliferan el miedo y la represión. Su correlato, la figura del caudillo. Un personaje deleznable como el régimen que preside. Los caudillos suelen ser considerados seres enfermizos, con delirios de grandeza, sueños faraónicos y proyectos imperiales. Sujetos que acumulan un poder desmesurado, sin control y al margen de las instituciones. Algo parecido a un monarca absoluto. “El Estado soy yo”, al decir apócrifo de Luis XIV, el Rey sol francés.

Los caudillos nunca han gozado de buena prensa, sobre todo cuando su definición se homologa a dictadores sin escrúpulos. Si echamos un vistazo al siglo XIX latinoamericano, el apelativo se adjudicó a figuras como Juan Manuel de Rosas en Argentina y Facundo Quiroga, tan bien descritos por Domingo Sarmiento en Facundo, civilización o barbarie. En Paraguay, el mote recayó en José Gaspar Rodríguez, de Francia, inmortalizado por Augusto Roa Bastos en su novela Yo, el supremo. Ningún país se libra de tenerlos. En Bolivia, los focos se centran en Manuel Mariano Melgarejo, asesinado en el exilio en 1871. Su personalidad ha sido objeto de múltiples chascarrillos. Alcides Arguedas lo retrata en su obra Los caudillos bárbaros. La lista es larga. Entre tantos, un caso singular, Chile, donde el caudillo nunca ocupó la presidencia. Ahí se habla del “hombre fuerte” que aglutinó a las “fuerzas vivas” del país para construir el Estado, Diego Portales. Resulta significativo que en 1973, tras el golpe de Estado, la junta militar, encabezada por Pinochet, adjetivara la sede de la dictadura como “Edificio Diego Portales”, antes llamado Gabriela Mistral.

Existe, al menos, en América Latina otra perspectiva de análisis que vincula el caudillismo a las montoneras, llaneros o cimarrones, identificándolo como un movimiento social cuasi espontáneo y popular. A decir de Gastón Carvallo, uno de los grandes especialistas, el caudillismo “es pues, en buena medida, la expresión más acabada del bochinche. Individualista y anárquico, invertebrado, tiene en sus genes la grave contradicción de esos sentimientos y aspiraciones que, paradójicamente, se encuadran en una organización que aún cuando laxa tiende a crear jerarquías que casi siempre caricaturizan la organización militar sin encontrar su fundamento en un cuerpo doctrinario”. En Venezuela, el movimiento de los llaneros, durante la segunda república, 1813-1814, hace mérito a la definición. La figura controvertida de su caudillo, José Tomás Boves, apodado El león de los llanos, aglutinó a las clases populares y los campesinos pobres. Déspota o un caudillo popular, según las versiones, Simón Bolívar lo inmortalizó con el mote de Azote de dios. En cualquier caso, se enfrentó a la oligarquía criolla que lo detestaba. Si el caudillismo es un movimiento social, los caudillos acaban negando su esencia. Imponen su voluntad por medio de favores y privilegios, abriendo una brecha infranqueable al reprimir el movimiento. Nuevamente cito a Carvallo: “El caudillo tomó su condición real de autócrata despótico, buscando con ello la estabilidad con base

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