Cuento De Virguilio Diaz Grullon
smerling27 de Noviembre de 2013
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DE NII\IOS
EL POZO SIN FONOO
La mujer salió a la galería posterior de la casa, y secándose las manos húmedas en el 'delantal que pen- día de su cintura, se dirigió a los niños sentados en los escalones que conducían al jardín:
-No se queden ahí, toda la tarde... Anda, niño, lleva tu amiguita a jugar al patio.-
-Sí, mamá. -Ambos niños se incorporaron dócilmen- te y comenzaron a descender los escalones.
-Si ven que se nubla, vuelvan seguido... Pueden jugar en el platanar, pero no vayan más allá de los flamboya- nes.-
-Sí, mamá. -Los niños se alejaban ya.
- ... y no se acerquen al pozo por nada del mundo... Recuerda lo que te he dicho siempre, mi hijo... - Esta vez tuvo que gritar para hacerse oír.
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Cuando los niños desaparecieron de su vista, se volvió y entró en la cocina preguntando a la otra mujer que es- taba de pie junto al fogón humeante:
-¿Le llevaste ya su comida?-
-Sí, señora; hace un rato-
-¿Cómo la encontraste?-
-Igual que siempre. Estaba acostada en la cama y ni siquiera se movió cuando entré... Le hablé, pero no me respondió... ¡Pobre mujer!... Antes por lo menos pare- cía siempre contenta: cantaba y se reía sola. Pero abo- ra...-
Fuera del alcance de las recomendaciones maternas, el niño se volvió a su compañera diciendo:
- ¿Quieres que te enseñe mi combina?- .
-¿Qué es una combina?-
-Es un lugar secreto que tengo para mí solo. Una ma- ta grande del otro lado de la casa... ¿Sabes subirte a una mata?-
-Sí, si no es muy alta... ¿Dónde está?-
-Mírala. Es aquélla allá en el -:'ondo... ¿La ves? -El niño la señalaba con el dedo y retó desafiante:
- ¡El último en llegar es un bobo!...-
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Corrieron velozmente hacia el árbol de caucho que abría su amplio ramaje junto a la hilera de flamboyanes. El niño llegó el primero y se apoyó en el rugoso tronco. pero no hizo alarde de su fácil victoria.
-Ten cuidado al subir, que las hojas manchan-, ad- virtió mientras trepaba ágilmente. Se sentó a horcajadas en el ángulo que formaba una fuerte rama con el tronco inclinado y miró a la niña que permanecía indecisa a sus pies. - ¿Qué te pasa? ¿Tienes miedo?-
-No, no tengo miedo; es que llevo puesto mi traje nuevo.-
-Entonces espérate ahí; vaya enseñarte una cosa...-
El niño se inclinó un poco hacia su izquierda y extra- jo de un hueco del tronco una caja vieja de zapatos. La apretó contra su pecho mientras se deslizaba con suavi- dad hasta el suelo. Colocó la caja entre ambos, desató la cuerda qu, la sujetaba y levantó con lentitud la tapa ob- servando con atención el rostro de su compañera. La caja estaba llena hasta los bordes de semillas de flambo- yán. Introdujo en ella ambas manos y tomó un puñado que dejó caer de nuevo poco a poco, entreabriendo los dedos.
-Anda, tócalas tú también-, ofreció generoso.
La niña alargó k mano y acarició las semillas suave- mente con la yema de los dedos.
y tengo más en casa-, proclamó él con orgullo
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mientras tapaba de nuevo la caja.
Trepó otra vez al árbol y colocó la caja en su escondi- te. Allí arriba, la obsesión del pozo le asaltó con la ur- gencia de siempre. Deseaba ir en seguida, sin perder un minuto... Y allá abajo estaba aquella niña que no quería ensuciarse su vestido nuevo... Dudó un instante, pero de inmediato adoptó su decisión.
Bajó del árbol y cuando estuvo nuevamente junto a ella le dijo:
-Todavía tengo una combina mejor... Te la voy a en- señar si me prometes no cpntárselo a nadie.-
-¿Una combina mejor? .. ¿Cuál es?-
-El pozo... Ven, vamos a verlo...-
-Pero tu mamá dijo...-
-Mamá está ahora en la cocina. Si nos vamos por ahí detrás no podrá vernos.-
-Pero...-
El la tomó con fIrmeza de la mano y echó a andar venciendo la débil resistencia.
-Te va a gustar mucho-, le dijo mientras can1inaban apresuradamente.- Yo voy todos los días escondido de mamá. Me paso horas enteras mirando hacia abajo, pero nunca he podido saber dónde termina... Creo que no
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tiene fondo... Si tiras una piedra por el hoyo, te qu.edas esperando, esperando y nunca la oyes caer...-
A medida que hablaba, sus ojos relucían con un brillo extraño que iba acentuándose cada vez más. Bajó la voz y agregó casi en secreto al oído de la niña:
- ...Y a veces, cuando no haces ruido y te estás sin moverte mucho rato junto a él, te dice palabras y te canta canciones...-
Bordearon los flamboyanes, se agacharon para pasar bajo una alambrada de púas y penetraron en el terreno prohibido.
Frente a ello's se extendía una amplia zona de yerba que crecía sin cuido hasta una altura mayor que ellos mismos.
Después de andar algunos pasos, la niña se detuvo te- merosa:
-¿Es muy lejos?-
-No. Está allí mismo, detrás de aquella empalizada... Anda, vamos.- El niño apremiaba con impaciencia.
Franquearon sin dificultad la cerca de tablas de pal- ma y se encontraron de súbito frente al pozo abandona- do. Estaba en el centro de un claro, solitario, con su bro- cal de cemento y piedras erguido sobre la tierra seca que lo rodeaba. La yerba que crecía por todas partes, se de- tenía a su alrededor como si respetase su soledad malhu-
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morada y altiva.
Los niños se acercaron cautelosos, y apoyando las ma- nos sobre el brocal, trataron de mirar dentro del pro- fundo agujero. Pero su visión apenas alcanzaba unos dos metros: más abajo, la oscuridad era absoluta.
El niño tomó una piedra del suelo y la dejó caer den- tro del pozo. Las cabezas se inclinaron, mas ningún soni- do delató su caída.
-¿Ves?-, dijo él.- No tiene fondo... Prueba tú aho- ra...-
La niña obedeció, y de nuevo esperaron inútilmente inclinados hacia el hoyo profundo.
Una corriente de aire pareció estremecer de arriba a abajo el cuerpo de la niña:
- ¡Vámonos de aquí!-, dijo, -Está haciendo frío.-
-No, espera un poco... -El niño recogía piedras del suelo y las amontonaba sobre el brocal. Sin hacer caso de la niña, comenzó a arrojarlas una a una hacia abajo, mientras ella a su lado insistía:
-Va a llover. Vámonos, que tu mamá dijo...- La ca- beza del niño desaparecía dentro del brocal, esperando el sonido que no llegaba nunca, y continuaba arrojando las piedras ajeno a cuanto le rodeaba.
-Tengo miedo... Me voy... -La niña, adoptando una
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súbita decisión, echó a correr hacia la casa sin que él pareciese percatarse de ello.
La provisión de piedras se agotó al fin. El nmo se apartó un poco para buscar algunas más y, en ese mismo instante, oyó la voz.
Esta vez la escuchó más claramente que nunca. Era una voz suave y dulce entonando una canción descono- cida. Al oírla, el niño volvió sobre sus pasos, se asomó al brocal y escrutó de nuevo las tinieblas... Pero, no. La voz no surgía del fondo del pozo. Desconcertado, se apartó de allí e inició la búsqueda por los alrededores.
Al rodear un grupo de matorrales, notó por primera vez la construcción de concreto, levantada a unos pocos pasos de distancia y que hasta aquel momento le había ocultado la maleza.
Se acercó a ella lentamente y observó la puerta de ma- dera gruesa, cerrada por fuera con un gran candado lleno de herrumbre. Con pasos cautelosos le dió la vuelta a la misteriosa construcción. En el lado opuesto, fuera del alcance de su pequeña estatura, descubrió una ventana con barrotes de hierro.
La voz desconocida había callado, pero el niño estaba ahora seguro de que hab(a provenido de aUí adentro. Buscó con la mirada algún tronco suelto para apoyarse )' alcanzar la ventana, cuandu nutó que a través de las re- jas le observaba sonriendo una mujer.
- ¿Quién eres?-, le preguntó, recuperado de su pri-
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mer sobresalto.
La mujer continuaba mirándole y sonriéndole, perd no respondió.
- ¿Qué haces ahí?-, insistió el niño, acercándose al- gunos pasos, fascinado y temeroso.
El rostro asomado a la ventana no hizo un solo gesto.
- ¿Te tienen encerrada por algo malo que hiciste?-
Ella seguía mirándole con la misma sonrisa extraña y ausente.
Acercándose aún más, el niño la miró fijamente a los ojos profundos y vacíos... De pronto, dió media vuelta y salio corriendo asustado sin saber por qué.
Al trasponer la empalizada, tropezó con la niña que lo aguardaba en el recodo.
- ¿Qué ha pasado? .. ¿Por qué corres?-
El niño se detuvo, la tomó de la mano y la arrastró consigo exclamando:
-Ven. ¡Vámonos de aquí en seguida!-
y después de una pausa, explicó con voz entrecorta- da, sin cesar de correr:
-Hay una f';}ujer encerrada... Está allí sin moverse,
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mirándote... y quisieras quedarte con ella, y sin embar {;O te da miedo... Le haces preguntas, y es como tirar ('iedras en el pozo: te quedas esperando, esperando, y nO responde...-
Se detuvo un instante y, como si hablara para sí mis- mo, continuó:
-Sí. Igual que el pozo... Dentro de ella todo debe ser negro como la noche... y por más que la mires y la mi- res, no sabrás nunca lo que tiene dentro...-
y reanudaron la marcha hacia la casa, lentamente ahora, mudos, estremecidos y confusos.
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EL RELOJ
Se lo diré yo-, dijo el abuelo. Empuñó su bastón y poniéndose el sombrero de pajilla amarillento
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