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Cuento De Virguilio Diaz Grullon


Enviado por   •  27 de Noviembre de 2013  •  11.100 Palabras (45 Páginas)  •  326 Visitas

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DE NII\IOS

EL POZO SIN FONOO

La mujer salió a la galería posterior de la casa, y secándose las manos húmedas en el 'delantal que pen- día de su cintura, se dirigió a los niños sentados en los escalones que conducían al jardín:

-No se queden ahí, toda la tarde... Anda, niño, lleva tu amiguita a jugar al patio.-

-Sí, mamá. -Ambos niños se incorporaron dócilmen- te y comenzaron a descender los escalones.

-Si ven que se nubla, vuelvan seguido... Pueden jugar en el platanar, pero no vayan más allá de los flamboya- nes.-

-Sí, mamá. -Los niños se alejaban ya.

- ... y no se acerquen al pozo por nada del mundo... Recuerda lo que te he dicho siempre, mi hijo... - Esta vez tuvo que gritar para hacerse oír.

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Cuando los niños desaparecieron de su vista, se volvió y entró en la cocina preguntando a la otra mujer que es- taba de pie junto al fogón humeante:

-¿Le llevaste ya su comida?-

-Sí, señora; hace un rato-

-¿Cómo la encontraste?-

-Igual que siempre. Estaba acostada en la cama y ni siquiera se movió cuando entré... Le hablé, pero no me respondió... ¡Pobre mujer!... Antes por lo menos pare- cía siempre contenta: cantaba y se reía sola. Pero abo- ra...-

Fuera del alcance de las recomendaciones maternas, el niño se volvió a su compañera diciendo:

- ¿Quieres que te enseñe mi combina?- .

-¿Qué es una combina?-

-Es un lugar secreto que tengo para mí solo. Una ma- ta grande del otro lado de la casa... ¿Sabes subirte a una mata?-

-Sí, si no es muy alta... ¿Dónde está?-

-Mírala. Es aquélla allá en el -:'ondo... ¿La ves? -El niño la señalaba con el dedo y retó desafiante:

- ¡El último en llegar es un bobo!...-

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Corrieron velozmente hacia el árbol de caucho que abría su amplio ramaje junto a la hilera de flamboyanes. El niño llegó el primero y se apoyó en el rugoso tronco. pero no hizo alarde de su fácil victoria.

-Ten cuidado al subir, que las hojas manchan-, ad- virtió mientras trepaba ágilmente. Se sentó a horcajadas en el ángulo que formaba una fuerte rama con el tronco inclinado y miró a la niña que permanecía indecisa a sus pies. - ¿Qué te pasa? ¿Tienes miedo?-

-No, no tengo miedo; es que llevo puesto mi traje nuevo.-

-Entonces espérate ahí; vaya enseñarte una cosa...-

El niño se inclinó un poco hacia su izquierda y extra- jo de un hueco del tronco una caja vieja de zapatos. La apretó contra su pecho mientras se deslizaba con suavi- dad hasta el suelo. Colocó la caja entre ambos, desató la cuerda qu, la sujetaba y levantó con lentitud la tapa ob- servando con atención el rostro de su compañera. La caja estaba llena hasta los bordes de semillas de flambo- yán. Introdujo en ella ambas manos y tomó un puñado que dejó caer de nuevo poco a poco, entreabriendo los dedos.

-Anda, tócalas tú también-, ofreció generoso.

La niña alargó k mano y acarició las semillas suave- mente con la yema de los dedos.

y tengo más en casa-, proclamó él con orgullo

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mientras tapaba de nuevo la caja.

Trepó otra vez al árbol y colocó la caja en su escondi- te. Allí arriba, la obsesión del pozo le asaltó con la ur- gencia de siempre. Deseaba ir en seguida, sin perder un minuto... Y allá abajo estaba aquella niña que no quería ensuciarse su vestido nuevo... Dudó un instante, pero de inmediato adoptó su decisión.

Bajó del árbol y cuando estuvo nuevamente junto a ella le dijo:

-Todavía tengo una combina mejor... Te la voy a en- señar si me prometes no cpntárselo a nadie.-

-¿Una combina mejor? .. ¿Cuál es?-

-El pozo... Ven, vamos a verlo...-

-Pero tu mamá dijo...-

-Mamá está ahora en la cocina. Si nos vamos por ahí detrás no podrá vernos.-

-Pero...-

El la tomó con fIrmeza de la mano y echó a andar venciendo la débil resistencia.

-Te va a gustar mucho-, le dijo mientras can1inaban apresuradamente.- Yo voy todos los días escondido de mamá. Me paso horas enteras mirando hacia abajo, pero nunca he podido saber dónde termina... Creo que no

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tiene fondo... Si tiras una piedra por el hoyo, te qu.edas esperando, esperando y nunca la oyes caer...-

A medida que hablaba, sus ojos relucían con un brillo extraño que iba acentuándose cada vez más. Bajó la voz y agregó casi en secreto al oído de la niña:

- ...Y a veces, cuando no haces ruido y te estás sin moverte mucho rato junto a él, te dice palabras y te canta canciones...-

Bordearon los flamboyanes, se agacharon para pasar bajo una alambrada de púas y penetraron en el terreno prohibido.

Frente a ello's se extendía una amplia zona de yerba que crecía sin cuido hasta una altura mayor que ellos mismos.

Después de andar algunos pasos, la niña se detuvo te- merosa:

-¿Es muy lejos?-

-No. Está allí mismo, detrás de aquella empalizada... Anda, vamos.- El niño apremiaba con impaciencia.

Franquearon sin dificultad la cerca de tablas de pal- ma y se encontraron de súbito frente al pozo abandona- do. Estaba en el centro de un claro, solitario, con su bro- cal de cemento y piedras erguido sobre la tierra seca que lo rodeaba. La yerba que crecía por todas partes, se de- tenía a su alrededor como si respetase su soledad malhu-

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morada y altiva.

Los niños se acercaron cautelosos, y apoyando las ma- nos sobre el brocal, trataron de mirar

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