Curso de la evolución y el proceso del origen de la vida
24 de Febrero de 2014
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A fin de poder llevar adelante el curso de la evolución y el proceso del origen de la vida, es preciso conocer, aunque sea a grandes rasgos, los principios básicos de la organización del protoplasma, ese sustrato material que forma la base de los seres vivos.
A fines del siglo pasado y principios del actual, algunos científicos pensaban que los organismos no eran más que unas “máquinas vivientes” de tipo especial, con una formación estructural sumamente compleja. Según ellos, el protoplasma poseía una estructura semejante a la de una máquina y estaba construido con arreglo a un determinado plan y formado por “vigas” y “tirantes”, rígidos e inmutables, entrelazados unos con otros. Esta estructura, este riguroso orden en la disposición recíproca de las distintas partes del protoplasma, era justamente lo que, según el punto de vista en cuestión, constituía la causa específica de la vida, así como la causa del trabajo específico de una máquina depende de su estructura, según la forma en que están dispuestas las ruedas, los ejes, los pistones y las demás partes del mecanismo. De aquí la conclusión de que si consiguiéramos estudiar detalladamente y captar esta estructura, tendríamos aclarado el enigma de la vida.
Pero el estudio concreto del protoplasma ha negado ese principio mecanicista. Se verificó que en el protoplasma no existe ninguna estructura que se parezca a una máquina, ni siquiera a las de máxima precisión.
Se sabe que la masa fundamental del protoplasma es líquida; es un coacervado complejo, formado por numerosas sustancias orgánicas de enorme peso molecular, entre las que figuran, en primer término, las proteínas y los lipoides. De ahí que en esa sustancia coacervática fundamental, floten libremente partículas filamentosas coloidales, tal vez gigantescas moléculas proteínicas sueltas, y más probablemente, verdaderos enjambres de esas moléculas. Las partículas son tan minúsculas que no se alcanzan a distinguir ni siquiera con ayuda de los microscopios modernos más perfectos. Pero a la vez, en el protoplasma existen también elementos visibles. De suerte que al unirse formando grandes montones, las moléculas proteínicas y de otras sustancias pueden destacarse en la masa protoplasmática en forma de gotas pequeñas, pero ya visibles al microscopio, o formando algo así como coágulos, con una estructura determinada a los que se denomina elementos morfológicos: el núcleo, las plastídulas, las mitocondrias, etc.
Dichos elementos protoplasmáticos, visibles al microscopio, son, en esencia, la expresión externa, una manifestación aparente de determinadas relaciones de solubilidad muy complejas, de las sustancias del protoplasma. Como veremos, esta estructura tan lábil del protoplasma cumple, sin lugar a dudas, un gran papel en el curso del proceso vital, pero éste no puede compararse con el que desempeña la estructura de una máquina en su trabajo específico. Y esto se justifica plenamente, por ser la máquina y el protoplasma, en principio, dos sistemas totalmente opuestos.
En efecto, lo que distingue la labor de una máquina es el desplazamiento mecánico de sus partes en el espacio. Por eso, el elemento primordial de la organización de una máquina es, justamente, la disposición de sus piezas. El proceso vital posee un carácter completamente diferente. Su manifestación esencial es el recambio de sustancias, o sea, la interacción química de las diversas partes que forman el protoplasma. Por eso, el elemento más importante de la organización del protoplasma no es la distribución de sus partes en el espacio (como sucede en la máquina), sino determinado orden de los procesos químicos en el tiempo, su combinación armónica tendiente a conservar el sistema vital en su conjunto.
El equívoco de los mecanicistas reside sobre todo en ignorar esa diferencia. Por afán de dar a los seres vivos la misma forma de movimiento de la materia que poseen las máquinas, quieren establecer una igualdad entre la organización del protoplasma y su estructura, o sea, reducen esa organización a una simple distribución en el espacio de sus diversas partes.
Está bien claro que se trata, lógicamente, de una interpretación unilateral, ya que toda organización no solamente hemos de concebirla en el espacio, sino también en el tiempo. Cuando decimos, por ejemplo, que en una asamblea hay “organización”, no es sólo porque los que allí asisten se han distribuido en la sala en una determinada forma, sino además porque la asamblea se rige por un reglamento y porque las intervenciones de los oradores se harán en un orden previamente establecido.
De acuerdo con el carácter del sistema de que se trate, se destacará en primer lugar su organización, tanto en el espacio como en el tiempo. Porque lo que decide en una máquina es la organización espacial; pero también conocemos numerosos sistemas en los que sobresale en primer término la organización en el tiempo. En calidad de ejemplo de esos sistemas puede servirnos cualquier obra musical, una sinfonía, pongamos por caso. Porque lo que determina cualquier sinfonía es la combinación, en un orden estricto en el tiempo, de decenas o centenares de los miles de notas que la componen. Es suficiente salirse de la combinación armónica requerida, de este orden de sonidos, para que desaparezca la sinfonía como tal y quede una desarmonía convertida en un caos.
Para la formación del protoplasma es de suma importancia la existencia de determinada y sutil estructura interna. Mas, aparte de esto, lo decisivo en este caso es la organización en el tiempo, es decir, cierta armonía de los procesos que se operan en el protoplasma. Todo organismo, animal, planta o microbio, vive sólo mientras estén pasando por él, en torrente continuo, nuevas partículas de sustancias, impregnadas de energía. Desde el medio ambiente pasan al organismo diferentes cuerpos químicos; y una vez dentro, son sometidos a esenciales cambios y transformaciones, a raíz de los cuales se convierten en sustancia del propio organismo y se tornan iguales a los cuerpos químicos que anteriormente integraban al ser vivo. Este proceso es el que se denomina asimilación. Pero paralelo a la asimilación se da el proceso contrario, la desasimilación. Es decir, que las sustancias del organismo vivo no quedan inmutables, sino que se desintegran con mayor o menor rapidez, y son remplazadas por los cuerpos asimilados. Así, los productos de la desintegración son expulsados al ambiente.
En efecto, la sustancia del organismo vivo jamás permanece inmóvil, sino que se desintegra y vuelve a formarse continuamente en virtud delas numerosas reacciones de desintegración y síntesis, que se desarrollan en estrecho entrelazamiento. Heráclito, dialéctico de la antigua Grecia, ya comentaba: nuestros cuerpos fluyen como un arroyo, y de la misma manera que el agua de éste, la materia se renueva en ellos. Claro está que la corriente o el chorro de agua pueden mantener su forma, su aspecto exterior durante cierto tiempo, pero esta forma no es otra cosa que la manifestación externa de ese proceso continuo que es el movimiento de las partículas del agua. Incluso la existencia de este sistema que acabamos de describir depende de que por el chorro de agua pasen constantemente, con determinada velocidad, nuevas moléculas de materia. Pero si hacemos que se interrumpa el proceso, el chorro desaparece como tal. Y esto mismo sucede en todos los sistemas llamados dinámicos basados en determinado proceso.
Es incuestionable que todo ser vivo es también un sistema dinámico. Exactamente lo mismo que en el chorro de agua, su forma y su estructura no son otra cosa que la expresión externa y aparente de un equilibrio, extraordinariamente lábil, formado entre procesos que en sucesión permanente se producen en ese ser vivo a lo largo de toda su vida. No obstante, el carácter de estos procesos es completamente distinto a lo que sucede en los sistemas dinámicos de la naturaleza inorgánica.
Las moléculas de agua arribaron al chorro, ya como tales moléculas de agua, y pasan a través de él sin que se produzca alteración. Porque, el organismo, que toma del medio sustancias ajenas a él y de naturaleza “extraña” a la suya, mediante complejos procesos químicos, las convierte en sustancias de su propio cuerpo, iguales a los materiales que forman su cuerpo.
Justamente, esto es lo que crea las condiciones que permiten mantener constante la composición y estructura del organismo a pesar de la existencia de un proceso ininterrumpido de desintegración, de desasimilación.
Así pues, desde el punto de vista solamente químico, el recambio de sustancias o metabolismo es un conjunto de innumerables reacciones más o menos sencillas, de oxidación, reducción, hidrólisis, condensación, etc. Lo que difiere en forma específica al protoplasma, es que en él estas diversas reacciones están organizadas en el tiempo de cierto modo, combinándose así para formar un sistema único e integral. Está claro que estas reacciones no brotan al azar, caóticamente, sino que se producen en sucesión rigurosa, en determinado orden armónico.
Este orden constituye la base de todos los fenómenos vitales conocidos. Por ejemplo, en la fermentación alcohólica, el azúcar que proviene del líquido fermentable, penetra en la célula de la levadura y sufre una serie de transformaciones químicas, cuyo esquema podemos ver en la página 86. Es decir, que primero se le incorpora el ácido fosfórico y luego se divide en dos partes. Mientras una experimenta un proceso de reducción, la otra se oxida
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