De Ciudadanos A Señores Feudales
Crixo_9123 de Abril de 2014
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CAPÍTULO 1: LA HISTORIA SOCIAL DE LA TEORÍA POLÍTICA
Con este primer capítulo se pretende darnos una comprensión del objeto de estudio de este libro, que no es más que entender una forma de organización. Nosotros la llamamos democracia, a la manera de los griegos, artífices reales de esta manera de organización política, que nació de los más intensos debates reflexivos en el seno de la filosofía más poética y reflexiva de la historia occidental.
Estos griegos, que después veremos más detenidamente, no dudaron en interpretar al hombre con su contexto de una manera que nadie en su época pudo interpretar.
Otras civilizaciones, se quedaron en la legítima ley del más fuerte, o la ley del “yo estaba primero”.
En este punto, el libro intenta darnos un origen y una evolución de dicho modelo, que además inauguró una nueva forma de pensar, desconocida hasta la fecha, que no es más que el mero pensamiento político, que hoy reconocemos como un saber innato de la humanidad, pero que nada más lejos de la realidad, supuso un hito tan importante como la reflexión filosófica sistemática o la reflexión científica sobre la naturaleza de la materia, la Tierra y los cuerpos celestes. Como muy bien dice el autor:
“La invención de la teoría política resulta, en todo caso, más difícil de explicar que la aparición de la filosofía natural y la ciencia”
En este sentido, es vital en cierta medida hacer un ejercicio de comparación entre aquellos viejos pensamientos políticos griegos y los que se establecieron a finales del siglo XX. Es en este punto cuando entendemos la riqueza del discurso político de filósofos como Sócrates o Platón. Y es que la historia del pensamiento político en los últimos años apenas ha evolucionado, solo enmarcándose en dos vías: la llamada política real, que afirmaba tratar científicamente los hechos de la vida política tal como son; y la política teórica, dedicada a reflexionar sobre lo que la política debería ser. O lo que es lo mismo: empiristas contra normativos. Una división que bebía en buena medida de la visión de bloques contrapuestos que ofrecía en ese tiempo la Guerra Fría.
El resultado fue, como muy bien dice el autor, que se perdieron las facultades incisivas de la ciencia política, confinada en sus escritorios viendo desde la tribuna como los actores sociales vivían la historia. En dos mil años de historia, todavía hoy los griegos nos darían lecciones de pensamiento político.
Estos discursos políticos que dominaron la escena universitaria hasta finales del siglo XX fueron fácilmente doblegados por un nuevo discurso, el que ofrecía la Escuela de Cambridge, con su historización radical de las obras de la teoría política y la negación de cualquier significado más allá del momento local de su creación, en el lado opuesto. Fue, en todo caso, un discurso más rico y ofrecía la renovación para la teoría política que este “nuevo tiempo” necesitaba.
Con esta última premisa, entramos de lleno a discutir lo que el autor en este libro llama “la historia social de la teoría política”, entendida como la adhesión de cada uno de los personajes que han escrito el pensamiento político a su tiempo concreto. Es decir, con los años y con la historia se ha intentado dotar a estos discursos de la atemporalidad y la omnipresencia que sus autores no pretendían, o por lo menos así lo piensa nuestro autor. No significa rebajarles, significa humanizarles. Puesto que si no se entiende el contexto, no se entiende el discurso político, y viceversa.
“…solo si exploramos la posición adoptada por estos pensadores ante los procesos históricos, más amplios, que estaban dando forma al mundo en el que vivían, podremos distinguir entre los grandes teóricos y los que solo fueron publicistas pasajeros”.
Esta es precisamente la visión que nos ofrece la Escuela de Cambridge.
Pero, ¿qué distinguió a Grecia del resto del mundo en esa época? ¿cómo fue capaz de encabezar este pensamiento político?
Era, a lo sumo, un estado que difería mucho de otras grandes civilizaciones o de su predecesores, los reinos de los minoicos o micénicos. Para empezar, no era un estado como tal, sino que se organizaba en una suerte de ciudades-estado o polis, caracterizada por una administración del estado bastante simple y una comunidad cívica que se gobernaba a sí misma, cuyas principales relaciones políticas no eran entre gobernantes y súbditos, sino entre ciudadanos.
Conceptos todos ellos, que hoy miramos con el ojo de la indiferencia sin darnos cuenta de que estas premisas confeccionaron al mundo tal y como hoy lo conocemos. Un oasis democrático fue capaz de sobrevivir estando rodeado de gobiernos tiránicos de unos pocos. Si bien esta democracia contaba con matices tan poco entendibles democráticamente hablando como es el de la esclavitud, supuso ser la semilla de un devenir político que hoy practicamos como si fuera una característica innata del ser humano.
En este sentido el clima político vivido en Grecia, y sobre todo en Atenas, durante estos años no ha tenido parangón. La democracia, ayudada por la no menos importante democratización de la escritura, fue la principal fuerza de los griegos. Los definía y la defendían a ultranza. Todos y cada uno de los ciudadanos participaban de la política, y se enorgullecían de sus roles activos dentro del gobierno de Atenas. Una vez más, tenemos mucho que aprender de los griegos en este sentido. Era, en todo caso, la atmósfera más favorable para el nacimiento de la teoría política, que dentro del discurso democrático que favorecían las polis, los defensores de las jerarquías tradicionales por ejemplo estaban obligados a responder no sólo repitiendo viejos proverbios o recitando canciones épicas de los reyes-héroes aristocráticos, sino construyendo argumentos teóricos que pudieran hacer frente a los desafíos teóricos.
Un modelo que, como bien sabemos, pervivió (con sus matices) en el tiempo. Los romanos introdujeron el derecho romano y el cristianismo. En el feudalismo, en sus relaciones con el campesinado, los señores recurrieron al estado en busca de apoyo, y la soberanía parcelada, a su vez, dio paso de nuevo a la centralización estatal. Finalmente, el capitalismo introdujo conceptos como lo “público y lo “privado”, lo político y lo económico, el estado y la “sociedad”, y una resurrección de la democracia (capitalista) que no representaba ya un desafío para las clases dominantes. Productores y las clases dominantes se enmarcaban ahora dentro de un nuevo y vital mecanismo de adhesión política, los nacionalismos.
CAPÍTULO 2: LA ANTIGUA POLIS GRIEGA
En este segundo capítulo el autor trata de darnos un reflejo de lo que fue el primer embrión de la democracia, la Grecia antigua.
Para ello, el autor se vale del poema Las suplicantes de Eurípides para darnos una sutil metáfora de la lucha entre demócratas y oligarcas en el seno de la misma Hélade. En este sentido los tebanos o espartanos por ejemplo se enorgullecían de que sus respectivas ciudades estuvieran gobernadas por un solo hombre, que no estaría nublado por los “malos juicios” políticos de la turba analfabeta de pobres y plebeyos. Ante esto, Teseo habla de libertad y justicia, valores que solo un sistema como la democracia era capaz de respetar.
Justo con el término libertad (eleutheria para los griegos), nos encontramos ante el primer discurso político como tal. Obviando la esclavitud (después la veremos más detenidamente), nos damos de frente con la primera división política del mundo de la antigüedad. Ninguna otra civilización o cultura coetánea a la de los griegos se planteó esta cuestión. Es así, un discurso revolucionario, puesto que en la medida en que la esclavitud se hacía presente este discurso de la libertad iba tomando más y más fuerza. Y su fuerza está en el propio devenir de Grecia, construida de los cimientos oligarcas de los dorios, supo convertir esta libertad en un discurso político.
Así pues, cuando llegamos a las reformas de Solón, el primer momento de la evolución de la democracia ateniense, que está relativamente bien documentado, el conflicto entre señores y campesinos pasa a ocupar decisivamente el primer plano. Solón y sus reformas significaron que se eliminaran diversas formas de apropiación extraeconómica que recurrían al poder político o a la dependencia personal.
Sus reformas, fueron como su propio nombre indica, unas reformas. No supusieron un antes y un después, pero contribuyeron decisivamente para debilitar a la aristocracia, que de manera paulatina fue incorporándose a la comunidad cívica y quedó sujeta a la jurisdicción de la polis. A la aristocracia les costaba cada vez más someterse a los juicios de la plebe, y fueron poco a poco canalizando su rivalidad en el seno de la comunidad de ciudadanos, y esto significaba que podían promover y potenciar sus posiciones si se ganaban el apoyo de la gente, del demos. El discurso político empezaba a enriquecerse paulatinamente.
Nos encontramos ya en los albores del nacimiento de la democracia cuando llegue Clístenes, el cual introdujo una serie de reformas decisivas para la configuración de la democracia como tal. El resultado de sus reformas fue el establecimiento de un marco institucional que desde entonces y con sólo unas pocas modificaciones iba a regir la democracia ateniense.
La democracia hasta ese punto era un oasis dentro de un mundo de oligarquías como decía más arriba. En este sentido la victoria que los griegos infringieron en Platea contra los persas en el 479 a.C. fue decisiva para comprender la denominada “edad de oro” de la democracia
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