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De Ciudadanos A Señores Feudales


Enviado por   •  23 de Abril de 2014  •  3.984 Palabras (16 Páginas)  •  543 Visitas

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CAPÍTULO 1: LA HISTORIA SOCIAL DE LA TEORÍA POLÍTICA

Con este primer capítulo se pretende darnos una comprensión del objeto de estudio de este libro, que no es más que entender una forma de organización. Nosotros la llamamos democracia, a la manera de los griegos, artífices reales de esta manera de organización política, que nació de los más intensos debates reflexivos en el seno de la filosofía más poética y reflexiva de la historia occidental.

Estos griegos, que después veremos más detenidamente, no dudaron en interpretar al hombre con su contexto de una manera que nadie en su época pudo interpretar.

Otras civilizaciones, se quedaron en la legítima ley del más fuerte, o la ley del “yo estaba primero”.

En este punto, el libro intenta darnos un origen y una evolución de dicho modelo, que además inauguró una nueva forma de pensar, desconocida hasta la fecha, que no es más que el mero pensamiento político, que hoy reconocemos como un saber innato de la humanidad, pero que nada más lejos de la realidad, supuso un hito tan importante como la reflexión filosófica sistemática o la reflexión científica sobre la naturaleza de la materia, la Tierra y los cuerpos celestes. Como muy bien dice el autor:

“La invención de la teoría política resulta, en todo caso, más difícil de explicar que la aparición de la filosofía natural y la ciencia”

En este sentido, es vital en cierta medida hacer un ejercicio de comparación entre aquellos viejos pensamientos políticos griegos y los que se establecieron a finales del siglo XX. Es en este punto cuando entendemos la riqueza del discurso político de filósofos como Sócrates o Platón. Y es que la historia del pensamiento político en los últimos años apenas ha evolucionado, solo enmarcándose en dos vías: la llamada política real, que afirmaba tratar científicamente los hechos de la vida política tal como son; y la política teórica, dedicada a reflexionar sobre lo que la política debería ser. O lo que es lo mismo: empiristas contra normativos. Una división que bebía en buena medida de la visión de bloques contrapuestos que ofrecía en ese tiempo la Guerra Fría.

El resultado fue, como muy bien dice el autor, que se perdieron las facultades incisivas de la ciencia política, confinada en sus escritorios viendo desde la tribuna como los actores sociales vivían la historia. En dos mil años de historia, todavía hoy los griegos nos darían lecciones de pensamiento político.

Estos discursos políticos que dominaron la escena universitaria hasta finales del siglo XX fueron fácilmente doblegados por un nuevo discurso, el que ofrecía la Escuela de Cambridge, con su historización radical de las obras de la teoría política y la negación de cualquier significado más allá del momento local de su creación, en el lado opuesto. Fue, en todo caso, un discurso más rico y ofrecía la renovación para la teoría política que este “nuevo tiempo” necesitaba.

Con esta última premisa, entramos de lleno a discutir lo que el autor en este libro llama “la historia social de la teoría política”, entendida como la adhesión de cada uno de los personajes que han escrito el pensamiento político a su tiempo concreto. Es decir, con los años y con la historia se ha intentado dotar a estos discursos de la atemporalidad y la omnipresencia que sus autores no pretendían, o por lo menos así lo piensa nuestro autor. No significa rebajarles, significa humanizarles. Puesto que si no se entiende el contexto, no se entiende el discurso político, y viceversa.

“…solo si exploramos la posición adoptada por estos pensadores ante los procesos históricos, más amplios, que estaban dando forma al mundo en el que vivían, podremos distinguir entre los grandes teóricos y los que solo fueron publicistas pasajeros”.

Esta es precisamente la visión que nos ofrece la Escuela de Cambridge.

Pero, ¿qué distinguió a Grecia del resto del mundo en esa época? ¿cómo fue capaz de encabezar este pensamiento político?

Era, a lo sumo, un estado que difería mucho de otras grandes civilizaciones o de su predecesores, los reinos de los minoicos o micénicos. Para empezar, no era un estado como tal, sino que se organizaba en una suerte de ciudades-estado o polis, caracterizada por una administración del estado bastante simple y una comunidad cívica que se gobernaba a sí misma, cuyas principales relaciones políticas no eran entre gobernantes y súbditos, sino entre ciudadanos.

Conceptos todos ellos, que hoy miramos con el ojo de la indiferencia sin darnos cuenta de que estas premisas confeccionaron al mundo tal y como hoy lo conocemos. Un oasis democrático fue capaz de sobrevivir estando rodeado de gobiernos tiránicos de unos pocos. Si bien esta democracia contaba con matices tan poco entendibles democráticamente hablando como es el de la esclavitud, supuso ser la semilla de un devenir político que hoy practicamos como si fuera una característica innata del ser humano.

En este sentido el clima político vivido en Grecia, y sobre todo en Atenas, durante estos años no ha tenido parangón. La democracia, ayudada por la no menos importante democratización de la escritura, fue la principal fuerza de los griegos. Los definía y la defendían a ultranza. Todos y cada uno de los ciudadanos participaban de la política, y se enorgullecían de sus roles activos dentro del gobierno de Atenas. Una vez más, tenemos mucho que aprender de los griegos en este sentido. Era, en todo caso, la atmósfera más favorable para el nacimiento de la teoría política, que dentro del discurso democrático que favorecían las polis, los defensores de las jerarquías tradicionales por ejemplo estaban obligados a responder no sólo repitiendo viejos proverbios o recitando canciones épicas de los reyes-héroes aristocráticos, sino construyendo argumentos teóricos que pudieran hacer frente a los desafíos teóricos.

Un modelo que, como bien sabemos, pervivió (con sus matices) en el tiempo. Los romanos introdujeron el derecho romano y el cristianismo. En el feudalismo, en sus relaciones con el campesinado, los señores recurrieron al estado en busca de apoyo, y la soberanía parcelada, a su vez, dio paso de nuevo a la centralización estatal. Finalmente, el capitalismo introdujo conceptos como lo “público y lo “privado”, lo político y lo económico, el estado y la “sociedad”, y una resurrección de la democracia (capitalista) que no representaba ya un desafío para las clases dominantes. Productores y las clases dominantes se enmarcaban ahora dentro de un nuevo y vital mecanismo de adhesión política, los nacionalismos.

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