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Decena Tragica.

ErwinRommell4713 de Agosto de 2012

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Noventa y siete años han transcurrido, desde aquel 9 de febrero de 1913, fecha en la que nuestro país se encontraba envuelto en una disputa entre hermanos, producto de una lucha armada llamada Revolución Mexicana; precisamente ese día, estalló el llamado “Cuartelazo” de La Ciudadela, en el que el Colegio Militar repite sus gloriosas hazañas de 1840, 1847 y 1858.

Siguiendo la línea de conducta por él siempre observada y haciendo honor a sus principios de Lealtad y Patriotismo, presta sus servicios de escolta al Presidente Francisco I. Madero, desde Chapultepec hasta Palacio Nacional.

Antecedentes

La Decena Trágica fue un periodo de diez días, en el que un grupo de inconformes, se levantaron en armas contra el gobierno del Presidente Francisco I. Madero.

La Decena Trágica

Este episodio culminó con los asesinatos del Presidente Madero y del Vicepresidente José María Pino Suárez y con la ascensión a la Presidencia, del General Victoriano Huerta.

En 1910, Francisco I. Madero reunió su fuerza revolucionaria, después de haber sido el iniciador del movimiento armado y de representar a todos aquéllos que querían derrocar a Porfirio Díaz. Sin embargo, para 1913, una vez depuesto el General Porfirio Díaz, Madero perdió buena parte del enorme apoyo que alguna vez tuvo. Su impopularidad se debió a que, cuando éste subió a la Presidencia, había muchas expectativas de revolucionarios, de campesinos y de obreros, en torno a las medidas que tomaría su gobierno, que no cumplió.

La posición moderada y conciliadora, con los porfiristas, que Madero adoptó, desalentó a quienes esperaban que la Revolución trajera consigo transformaciones radicales. Muchos revolucionarios se sintieron defraudados y traicionados por Madero, y le declararon su oposición (como Emiliano Zapata, mediante el Plan de Ayala y Pascual Orozco).

Durante los quince meses que duró su gobierno, Madero enfrentó múltiples problemas:

rebeliones armadas, huelgas, conspiraciones e intrigas contrarrevolucionarias. Entre aquéllos que se sublevaron contra su gobierno, estuvieron los Generales Bernardo Reyes, ministro de

Guerra y Marina durante el porfiriato y Félix Díaz, sobrino de Porfirio Díaz. Ambas rebeliones fracasaron y Madero solamente encarceló a los rebeldes, perdonándoles la vida.

Además de las rebeliones, la prensa de oposición atacó constantemente al Presidente e influyó, de manera decisiva, en incitar la desconfianza de la opinión pública al régimen.

También se opusieron al gobierno, los senadores, los terratenientes y los intereses extranjeros. El Maderismo no satisfacía los intereses económicos de los Estados Unidos y todo el año de 1912, el presidente William Taft, a través de su embajador Henry Lane Wilson, amenazó y atacó al gobierno de Madero, por diferentes medios.

Se inicia la sublevación

Así, cuando el 9 de febrero de 1913, la Escuela Militar de Aspirantes de Tlalpan y la tropa del Cuartel de Tacubaya, se levantaron en armas contra el gobierno, no se tomó la noticia con mucha sorpresa. Hasta entonces, la Ciudad de México había permanecido lejana al campo de batalla y por primera

vez durante la contienda, conoció la muerte de civiles en sus calles, los gritos de los heridos, el retumbar de cañones y la lluvia de balas de ametralladoras.

Poco antes de las dos de la madrugada, los alumnos de la Escuela Militar de Aspirantes, a las órdenes de sus oficiales, abordaron trenes eléctricos de la estación de Tlalpan, se dirigieron al Zócalo de la Capital y se apoderaron de varios edificios, destacando algunos elementos, para ocupar las torres de la Catedral y los edificios más elevados, inmediatos a la Plaza de Armas.

Entre tanto, el General Manuel Mondragón, alma de aquella asonada, llegaba a Tacubaya con el General Gregorio Ruiz, con Cecilio Ocón y con un grupo de sus partidarios, al frente del 2/o. Regimiento de Artillería y de dos escuadrones del 1/er. Regimiento de Caballería y con su comandante, se dirigió a la prisión militar de Santiago Tlaltelolco. Al llegar a la Prisión, el Jefe de estas fuerzas exigió la libertad del General de División Bernardo Reyes, procesado por el delito de rebelión, en el norte del país; lograda ésta, el General Reyes fue considerado como Jefe de la Sublevación; con este carácter, ordenó la marcha sobre la penitenciaría, para poner en libertad al General Félix Díaz, encarcelado después de su fracasada rebelión en Veracruz, la que fue lograda, al emplazar dos piezas de artillería contra el pórtico del penal, y amenazar al Director, con bombardear a sus habitantes y al sitio donde se encontraba su familia y poner en libertad a los presos.

Liberados ambos generales y encabezando a sus partidarios, se dirigieron a Palacio Nacional, ignorantes de que, el Comandante Militar de la Plaza, General Lauro Villar, quien, con su reconocido valor y audacia, había logrado relevar la guardia con soldados leales al gobierno y bajado de

las azoteas a los ASPIRANTES, desarmándolos y encerrándolos prisioneros en las cocheras de Palacio, había tomado disposiciones para defender el recinto, tendiendo sobre la banqueta, tiradores pecho a tierra.

Los sublevados, al llegar a la esquina de las calles de Seminario y Moneda, hicieron alto para esperar a que el General Ruiz, enviado para hablar con el General Villar, regresara; Ruiz, al llegar a la puerta de Palacio, fue obligado por el General Villar a desmontar y en seguida, lo puso preso en la Guardia en Prevención. El General Reyes creyó que su prestigio y su vieja amistad con el General Villar, serían

suficientes para atraerlo a su partido. Avanzó hacia la puerta principal del Palacio, acompañado por el General Manuel Velázquez, el Mayor Jesús Zozaya, los Capitanes Mendoza, Romero, López, Escoto y Zurita y varios civiles, entre los que iban su hijo, el Licenciado Rodolfo Reyes y otros, mientras que los Generales Mondragón y Díaz permanecían en dicha esquina, en espera de los acontecimientos.

El General Reyes avanzó, no obstante las advertencias del General Velázquez y otros, de que no lo hicieran, porque “parecía que los habían traicionado”. Al llegar frente a la puerta de Palacio, salió a su encuentro el General Villar y se entabló una discusión, ya que éste trataba de desmontar a aquél, quien se opuso; entonces, el General Villar se incorporó con sus fuerzas, en cuyo momento abrieron fuego. A los primeros disparos cayó muerto el General Reyes, así como muchos de sus partidarios y gente curiosa del pueblo, que se encontraba en el Zócalo, entonces cubierto de árboles, y en el costado poniente, con el Kiosko de la Compañía de Tranvías.

Los fuegos cruzados de los defensores de Palacio y de los aspirantes, posesionados de las torres de la Catedral, ocasionaron la muerte de muchas personas, cuyos cadáveres vieron los cadetes del Colegio Militar, al marchar a Palacio, para recibir la Guardia en Prevención. Durante la acción, el General Villar resultó con una herida en el cuello y con fractura de clavícula, lo que le produjo abundante hemorragia y que obligó su relevo, para que fuera atendido en el Hospital Militar. Esta desafortunada herida, abrió el camino a la traición del General Huerta, al relevar al General Villar, quien conociendo sus antecedentes, al entregarle el mando de las tropas leales, por tres veces consecutivas le advirtió “Mucho cuidado con Victoriano”. Alguien dijo, que “la bala que hirió al General Villar, mató al gobierno maderista”

Los sublevados, con Mondragón y Díaz a la cabeza, se retiraron y dando un gran rodeo, se presentaron frente a La Ciudadela, intimidando rendición al valiente y digno General Villarreal, jefe del puesto, al que sacrificaron, así como a los que no se adhirieron a su cuartelazo.

Entre tanto, el Presidente Madero, al recibir en Chapultepec la noticia de la sublevación, ordenó al Teniente Coronel Víctor Hernández Covarrubias, Subdirector del Colegio Militar, que se presentara, desde luego, a recibir órdenes.

Los aguiluchos honran el nido

En la madrugada del 9 de febrero de 1913, el Colegio Militar dormía bajo la vigilancia de la Guardia en Prevención, de los rondines del bosque y de los alertas de los centinelas y de la imaginaria de cuadra.

Pasada la primera lista del día, el personal de Cadetes pasó al comedor, a tomar sus alimentos y posteriormente, al toque de reunión, formaron por compañías y el capitán de cuartel, Francisco A. Cuenca, ordenó a los sargentos primeros, desfilar sus compañías, para uniformarse de gala, armarse y recibir la dotación reglamentaria de cartuchos de guerra.

Buena parte de los cadetes se encontraban ya uniformados de gala, para salir francos, pues era domingo y sólo los arrestados y los noveles, se encontraban uniformados de diario o de civil, estos últimos, para gozar de la franquicia; en consecuencia, rápidamente se organizaron las unidades.

Minutos después de que las tres compañías se encontraron constituidas y formadas en línea desplegada, llegó al plantel, montado en un caballo tordillo, el señor Presidente Madero, acompañado del General Ángel García Peña, Ministro de Guerra y Marina, con el cuello de la camisa desabotonado, y

algunas manchas de sangre en la misma, producidas por una leve herida en la cara.

El Presidente Madero arengó a los cadetes,

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