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Derecho Penal


Enviado por   •  14 de Abril de 2012  •  2.877 Palabras (12 Páginas)  •  363 Visitas

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Globalización y estado

Uno de los sucesos que han caracterizado en mayor medida los últimos años ha sido, sin lugar a dudas, la apertura de un proceso de imparable interconexión entre todos los rincones de nuestro planeta. Este fenómeno, al que habitualmente denominamos globalización, ha traído consigo múltiples consecuencias, algunas de ellas claramente positivas, otras de un tono más ambiguo y, por último, algunas de carácter tristemente negativo. Entre estas últimas debemos citar la que, de entre todas ellas, resulta a nuestro juicio más preocupante: el paulatino predominio de la economía sobre la política o, si se quiere decir de otra forma, la decisiva influencia de las consideraciones económicas en la deliberación política[1]. A esta primera afirmación se nos pueden oponer dos tipos de consideraciones. De un lado, las de todos aquellos que, desde una ideología típicamente liberal, no ven nada de negativo en este hecho, sino que, más bien, lo consideran como un maravilloso logro en el que ahondar[2]. De otro, hay quienes podrían objetar que esta situación no es nueva en absoluto sino que, mientras el mundo sea mundo, la economía tendrá mucho que ver con la política. En lo que respecta a la primera objeción, no hay mucho que podamos responder. A fin de cuentas, si alguien sigue defendiendo la validez del modelo liberal a pesar de los estragos que ha causado en muchos de los países en los que se ha aplicado, y de las falacias teóricas que encierra en sí mismo, no nos tomaremos ahora la molestia de intentar rebatir sus argumentos[3]. No hay aquí espacio ni tiempo suficiente como para acometer semejante tarea, que ocuparía, por sí misma, un libro entero. En cuanto a la segunda consideración nos atreveremos a refutar que, si bien es cierto que en todo momento ha existido un condicionamiento del poder político por parte de la economía, lo que es una verdadera novedad es que sea el poder económico, en sí mismo, quien se permita el lujo de incidir directamente en la situación política internacional. De la misma forma, es este también el momento en que las consecuencias económicas pueden, por primera vez, condicionar la toma de decisiones de un gobierno hasta el punto de que cualquier otro tipo de consideración sea dejada de lado[4].

Por otra parte, no debemos olvidar que, aun cuando lo que acabamos de reflejar no fuera cierto, no son pocos quienes consideran que, en muchas ocasiones, los Estados se sienten impotentes, encerrados dentro del estricto marco de sus fronteras para hacer frente a la libertad de acción de la que hacen gala muchas grandes compañías en un mundo libre de restricciones al movimiento de capitales. Esto hace que, en ocasiones, las empresas puedan utilizar a su libre antojo la rivalidad entre unos y otros estados, o la necesidad de algunos países en vías de desarrollo para actuar de acuerdo con parámetros que atentan contra los derechos humanos más básicos[5]. A ello se debe añadir, de otro lado, la capacidad que tienen muchas de las grandes empresas para eludir todo tipo de responsabilidad amparándose en sociedades interpuestas[6], o en el cumplimiento de las normas de países subdesarrollados para llevar a cabo tareas que, sin embargo, pueden causar graves perjuicios a los países que los rodean[7].

La conclusión más obvia que se puede entresacar de todo lo que acabamos de exponer es que se está produciendo un trasvase evidente del poder desde lo político hacia lo económico, consideración que, por otra parte, no tiene gran cosa de original, sino que ha sido ya convenientemente interpretada por muchos de nuestros más brillantes pensadores[8]. Ahora bien, aceptada esta primera hipótesis, debemos plantearnos inevitablemente una pregunta: ¿cómo va a afectar esta circunstancia a la actual estructura política? O, lo que es prácticamente lo mismo: ¿qué va a ocurrir con el Estado? ¿Va a seguir siendo el agente esencial de la acción política o va a ser sustituido por otro tipo de institución capaz de contrapesar la imparable pujanza de la economía? La respuesta que vamos a dar aquí a esta cuestión difiere mucho de las que se han dado hasta ahora. A nuestro juicio, el Estado va a continuar siendo el principal agente institucional, lo cual no significa que sea el agente con mayor poder en el entramado internacional. De otro lado, va a ser cada vez más incapaz de hacer frente a la importancia del poder económico. Ello no obstante, y para poder justificar estas dos afirmaciones, creemos que es necesario introducir antes algunas reflexiones previas.

2.- El papel del Estado.

Muchos de los autores que se han ocupado del tema de la globalización han llegado a una conclusión: ya que este fenómeno tiene un carácter inequívocamente supranacional, es inevitable que el poder político olvide su estructura actual, marcada por el Estado-nación[9], para dar origen o bien a una situación muy parecida a la del estado de la naturaleza, o bien a organizaciones supranacionales que puedan ejercer adecuadamente el poder político. En lo que ya no coinciden los diversos autores es en la forma que adoptarán estas instituciones supranacionales[10]. Así, los hay que aventuran que el Estado seguirá existiendo como tal, aunque la soberanía pasará a residir en esos futuros supraestados, convirtiéndose así en partes o nodos de una red más amplia[11]. Otros, en cambio, consideran que el auge de lo local que está surgiendo al calor de la globalización puede hacer que los estados desaparezcan, siendo sustituidos por otras formas de representación ciudadana que dé pie a una integración mundial fundada sobre el Derecho[12]. De la misma forma, no se puede hablar de unanimidad a la hora de juzgar la probabilidad de que estos supraestados acaben formándose, ni de si finalmente llegará a formarse un único Estado en el ámbito mundial. Tampoco se puede hablar de consenso si de lo que se trata es de definir cuál debería ser la estructura de esos macroestados, siendo así que hay quienes consideran que pueden dar lugar a una democracia directa marcada por un voto por cada ciudadano o una de corte más directo, en el que sea cada país quien goce de un voto.

Este tipo de consideraciones son, desde nuestra perspectiva, perfectamente lógicas si consideramos que la globalización trae como consecuencia una pérdida notoria de poder por parte del Estado. A fin de cuentas, si la fragmentación del poder político produce una inevitable indefensión frente al ámbito de lo económico, parece inevitable pensar en una futura unificación internacional. Sin embargo, este razonamiento olvida, a nuestro juicio, un pilar básico: que los efectos de la globalización no son simétricos, esto es, que hay algunos países que han salido ganando y, probablemente, continuarán ganando

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