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Descubrimiento Del Mar Del Sur


Enviado por   •  2 de Noviembre de 2013  •  2.644 Palabras (11 Páginas)  •  383 Visitas

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La ruta de Balboa y el descubrimiento del Océano Pacífico

EL MOMENTO ESTELAR

DESCUBRIMIENTO DEL PACÍFICO

Autor: Prof. Ángel Rubio

Con la brevedad posible, vamos a resumir los acontecimientos de la gloriosa gesta teniendo a la vista la informaciones –no siempre concordantes en detalles- de aquellos años, como Oviedo y Andagoya (que estuvieron y conocieron Darién) , de Anglería y del Padre Las Casas (generalmente bien informados) o de solventes historiadores modernos, como Medina, Altolaguirre y Miss Romoli.

Balboa sale de La Antigua el martes 1 de septiembre de 1513 acompañado de ciento ochenta hombres, en un galeón y nueve canoas monoxilas. Navega veinte leguas hacia el poniente y llega al Puerto de Careta, que estuvo en el mismo lugar donde se fundó Acla. El cacique Careta –aliado, amigo y pariente- lo recibe con toda afabilidada. Balboa se detiene ahí muy escaso tiempo; no es hora de ceremonias, algo en su interior reclama celeridad como si percibiese que sus días están contados y que la borrasca que se ha venido incubando en España en su contra está a punto de estallar. Dos días bastan para apresurar preparativos, conseguir indios y seleccionar la ruta. Balboa elige el camino de las tierras del cacique Ponca (el que llamamos ruta del Chucunaque) por más corto –aunque dificultoso-, menos poblado y con pocos jefes poderosos que puedan presentar resistencia. La expedición va a salir en septiembre en plena estación de lluvias y cuando baten al Istmo intensos vendavales que agitan sus mares y provocan espantosos aguaceros.

En la tierra Careta, campamento de base, deja Balboa la mitad de su gente y con 92 soldados españoles, dos religiosos y numerosos indios –portadores de alimentos, armas y demás impedimenta- rompen marcha el 6 de septiembre, seguida la larga fila por los bravos perros alanos: Leoncico entre ellos. Van hacia la Cordillera por “camino muy áspero y de mucho trabajo y sierras” (Oviedo), de “sierras y montes” (Las Casas), de “montañas horribles” (Anglería) por el elevado collado que lleva al Mortí y cuyas alturas domina el cacique Ponca. Este jefe indio, advertido por sus espías, ha huido a la selva montuosa; Balboa, siempre pacienzudo en el trato con indígenas, aguarda su regreso que al fin se produce (13 de septiembre). Ponca se somete y se intercambian obsequios: oro fino que viene de comarcas del otro mar y algo valiosísimo: guías para conducirlos a las tierras del cacique Quarecua, enemigo perenne de Ponca.

Pasada una semana, el 20 de septiembre se reanuda el viaje, para hundirse en las espesuras de la cuenca del Chucunaque, la parte más salvaje del Tapón del Darién. Cinco largos y muy duros días han de gastarse para salvar el trayecto de solo unas diez leguas, lo que representa un avance medio de dos leguas por día. Es la resistencia de la selva en toda sus fiereza, los suelos cenegosos y empantanados, los ríos con crecientes peligrosísimas; son los mil peligros de muerte de cada día, como escribiría el propio Vasco Núñez. Van delante los indios para abrir picas o senderos a golpe de hacha, parar arreglar un poco las estrechuras de caminos sin senda, para construir refugios vegetales en los que pasar la noche y guarecerse a medias de las incesantes lluvias, para despejar de fieras y alimañas los escondrijos y sobre todo, para salvar los ríos de turbulentas aguas “echando puentes o entrelazando un conjunto de vigas” (Anglería).

Es el 23 de septiembre (Medina) cuando alcanzan los dominios del cacique Torecha, señor de Quarecua y rival de Ponca, situados en las vecindades del río Sabanas y en tierras altas que algunos historiadores llaman la Sierra de Quarecua. Los cuarecuanos caribes invasores, al decir de Ponquiaco resisten pero sucumben al súbito asalto de las huestes de Balboa, cada día más impaciente. Algo presiente y le apremia.

Vasco Núñez de Balboa executing Panamanian Native Americans by war dog for same-sex practice. New York Public Library, Rare Book Room, De Bry Collection, New York

Cuando penetran en el villorio que sirve de capital, encuentran a muchos indios vestidos con enaguas y tomándoles por homosexuales (camayoas) , corruptos del pecado nefando, los entregan a la desatada furia de los alanos, perros voraces (¿Leoncio también?).

La prisa de Balboa sigue actuando. Apenas apaciguados los indios y conocidos pormenores del camino que ha de seguirse, deja 70 enfermos, víctimas de la selva y del andar y prosigue atravesando los bohíos de otro cacique huído: Porque.

Amanece el luminoso día que al decir de Oviedo fuera el jueves 25 de septiembre de 1513, aunque se sabe con certeza que ese día 25 cayó aquel año en domingo. Al romper el alba (hacia las 6 de la mañana) reinician la marcha; “los cuarecuanos mostraron unas altas cumbres desde las cuales se podía ver el otro mar…

Las miró Vasco atentamente, mandó parar la tropa, fue adelante él solo y ocupó el vértice primero que ninguno”.

Oviedo coetáneo de los sucesos y conocedor de la tierra escribe: “lo primero que ve Balboa desde un monte raso y alto fue un golfo o ancón que entra en la tierra”. Retengamos: Balboa ha subido a un monte raso, desde el cual contempla no la mar abierta sino un golfo o ancón del otro mar: la Mar del Sur, el Pacífico. Bastaba eso, para que la mañana penetrase, radiante y memorable, en la Historia Universal.

Balboa –como bien señaló Stefan Sweig- comprendió toda la grandeza del momento y actuó en tono mayor, en consonancia con él mismo. Sólo en la cumbre, mira y remira la mar y cae de hinojos dando gracias al Altísimo. Manda enseguida a su tropa que suba y ya junto los 67 expedicionarios, todos rodilla en tierra, entonan acciones de gracias al Señor y la Santísima Vírgen María. Con el leño de un árbol que se derriba confeccionan una cruz y la clavan en el privilegiado lugar, mientras levantan mojones de tierra cerca del sendero y otros graban los nombres de los Reyes de España sobre la corteza de centenarios caobos. Son las diez de la mañana; hace sólo cuatro horas que amaneció.

Todo es albricias y felicidad; el Escribano está redactando un acta del momento estelar cuando el presbítero Andrés de Vera entona el solemne himno de los Doctores de la Iglesia: “Te Deum Laudamus Te Dominum Confitemur…” que corre retumbando en litúrgicas vibraciones sobre las Bocas del río Tuira y por encima del Golfo de San Miguel… ¿Cuál es y dónde está ese monte

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