EL CREPUSCULO DEL ESTADO
Diamelis11 de Octubre de 2012
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EL CREPUSCULO DEL ESTADO-NACION
Una interpretación histórica en el contexto de la globalización
El crepúsculo del Estado-nación no constituye solamente un tema de
importancia científica para todos los que se interesen por la función del
Estado en el mundo contemporáneo, sino también es una cuestión
fundamental para la gobemabilidad del mundo de mañana.
Al tratar este tema, recordaremos inicialmente los orígenes del
Estado-nación, lo cual nos permitirá caracterizar la crisis que éste atraviesa.
Analizaremos también el proceso de globalización, para entender mejor el
contexto en que se da esta crisis, y esbozaremos un análisis del nuevo orden
planetario que se está confi,wando ante nosotros. Finalmente, para concluir
nuestro trabajo, intentaremos identificar los desafios que se presentan a las
generaciones futuras.
Los orígenes del Estado-nación
El Estado-nación constituye nn modo de organización de la sociedad relativamente
reciente en la historia de la humanidad. El surgimiento del Estado moderno puede situarse a
raíz del Renacimiento, mientras que la conformación del concepto de nación, a pesar de
formarse paulatinamente a lo largo de la época contemporánea, sólo se consolida a fínales del
siglo XVIII. El Estado-nación, propiamente dicho, surgió a principios del siglo XIX y
alcanzó su apogeo en el curso del siglo XX. Sm embargo, a pesar de que este concepto tiene
una acepción muy amplia y que abarca en el acervo cotidiano cualquier modo de
organización estatal, muchos Estados de hoy no se clasifican como Estados-naciones. En una
época en la que el Estado-nación está enfrentado a un proceso de debilitamiento, es necesario
recordar los orígenes del concepto para comprender los procesos evolutivos en curso.
El Estado-nación se ha conformado en el transcurso de un proceso histórico que se
inició en la alta Edad Media y desembocó a mediados del siglo XX, en el modo de
organización de la colectividad nacional que conocemos en la actualidad. Para llegar al
concepto y a las instituciones que sustentan este modo de organización fue necesario, en
primer lugar, disociar las funciones que cumple el Estado, de las personas que ejercen el
poder. Con la conformación del Estado moderno, se llegó progresivamente a la conciencia de
que el orden político transcendía a las personas de los gobernantes. Así nació el Estado
moderno, un Estado que no confunde las instituciones que lo conforman, con las personas
que ocupan el poder, y que asume un conjunto de funciones en beneficio de la colectividad.
Paralelamente, fue conformándose el concepto de nación, entendido como la
colectividad forjada por la Historia y determinada a compartir un futuro común, la cual es
soberana y constituye la única fuente de legitimidad política. Esta conceptualización dio vida
al Estado-nación a finales del siglo XVIII y fue el tinto del movimiento de ideas que se
desencadenó con el Renacimiento y culminó en el Siglo de las Luces. Con ello se inició un
proceso de estructuración institucional de las comunidades nacionales que se propagaría por
toda Europa y el continente americano en el transcurso del siglo XIX, y se ampliaría a escala
mundial en este siglo, con el acceso a la independencia de las antiguas colonias.
Con las ideas y los conceptos establecidos en el Siglo de las Luces y propagados por
la Revolución Francesa, quedaron definidos todos los principios a partir de los cuales se
edificarían los Estados-naciones durante los dos siglos siguientes: la percepción de la nación
como la colectividad que reune a todos los que comparten el mismo pasado y una visión _
común de su futuro; la definición de la nación como la colectividad regida por las mismas
leyes y dirigida por el mismo gobierno; la afirmación de que la nación es soberana y única
detentora de legitimidad política; y la afirmación de que la ley debe ser la expresión de la
voluntad general y no puede existir gobierno legítimo fuera de las leyes de cada nación.
El Estado-nación, sin embargo, no fue solamente el fruto del movimiento de las ideas
y la concientización de los pueblos --del Renacimiento hasta el Siglo de las Luces--, sino
también el resultado de las luchas por el poder y de las confrontaciones sociales --desde la
alta Edad Media hasta nuestros días--, de las cuales el propio Estado fue tanto objeto, como
instrumento.
De la alianza entre la monarquía y la burguesía --nueva fuerza ascendente a finales de
la Edad Media--, resultaron la eliminación del feudalismo y el nacimiento del Estado
moderno en las sociedades mas avanzadas de la Europa occidental. La burguesía, a su vez,
tomó el poder y se separó de la Corona --como en las Provincias Unidas de Holanda, en el
siglo XVII, o Estados Unidos tras la guerra de independencia--, controló la monarquía por la
vía parlamentaria --en Inglaterra, a partir del siglo XVII--, o la derribó --en Francia con el
estallido de la Revolución, a finales del siglo XVIII.
Desde el punto de vista socioeconómico, y retrospectivamente, la Revolución
Francesa, con su cortejo de consecuencias a lo largo del siglo XIX, constituye una etapa clave
en la historia del mundo contemporáneo, pues marca el acceso al poder de las burguesías
nacionales y la reestructuración del Estado en función de los objetivos de aquella clase. Se
puede afirmar que al concluir el siglo XIX, casi todas las burguesías nacionales controlaban
el aparato del Estado, y que éste había sido reorganizado con el fin de responder a sus
aspiraciones y a su proyecto económico. Con la revolución industrial, a finales del siglo
XVIII y principios del XIX, este proyecto se ajustó a las características del nuevo contexto
técnico-económico. Ya no se trataba entonces de producir e intercambiar mercancías,
basándose en procesos artesanales o semi-industriales, sino de producir en gran escala, a
partir de tecnologías nuevas, que requieren una fuerte acumulación de capital, la explotación
de nuevas fuentes de energía y la movilización de una mano de obra abundante, aportada por
el mundo rural. Se configuraron de este modo las industrias nacionales, al abrigo de
dispositivos proteccionistas, así como espacios abiertos a las ambiciones y a las rivalidades
comerciales, lo que traerá como consecuencia la creación de los imperios coloniales.
El siglo XIX, por lo tanto, se caracterizó por la hegemonía absoluta de la burguesía
en los planos político, económico y social, a pesar de lo cual se generaron revueltas de la
clase obrera y reacciones políticas en el ámbito de la sociedad. A principios del siglo XX y
confrontado por las protestas sociales de amplias capas de la sociedad y el desafio de la
Revolución Rusa, el Estado burgués represivo del siglo pasado tuvo que transformarse
paulatinamente en Estado mediador y garante del bienestar en los llamados paises de
economía liberal, al mismo tiempo que la clase media asumía un protagonismo creciente en
la vida política. En los llamados Estados socialistas se implantaron, paralelamente, nuevas
formas de administración de la economía y de distribución de los bienes e ingresos. Bajo el
impulso del partido único y del Estado, se generó una sociedad sin clases, enmarcada, sin
embargo, por los aparatos del partido y del Estado.
Durante todo el proceso de su conformación y hasta el tercer cuarto del siglo XX, el
Estado asumió un protagonismo creciente en la gestión de la economía y en la promoción del
desarrollo. Entre los siglos XVI y XVIII, los Estados europeos de la costa atlántica
desempeñaron un papel determinante en la conquista de nuevos territorios y en la promoción
de vastos intercambios comerciales con el llamado Nuevo Continente y el Extremo Oriente.
A partir del siglo XIX, con la revolución industrial, la función del Estado cambió: en Europa
occidental asumió un papel decisivo en la modificación de los marcos legal e institucional y
en la estructuración de nuevos espacios comerciales. Contrario a muchas ideas prevalecientes,
la transformación del capitalismo mercantil en capitalismo industrial no modificó
esencialmente el papel del Estado en relación con la economía, sino que sus formas de
intervención fueron adaptándose a los nuevos requerimientos del proceso de acumulación.
Con la Revolución Rusa y la gran depresión económica de los años treinta,
aparecieron nuevas dimensiones: al desafío planteado por la aparición de un modelo
socioeconómico alternativo en la Unión Soviética se añadió, para los países de economía
liberal, la necesidad de hallar respuestas a la grave crisis económica que azotó al sistema
capitalista. Se indujeron así iniciativas como la del New Deal en Estados Unidos y el
desarrollo del keynesianismo en la esfera de las políticas económicas. Dichos procesos
convergieron, en el período posterior a la Segunda Guerra Mundial, en una intervención
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