Educación Y Nacionalismo

El sistema educativo mexicano surge como un pacto con el Estado en el siglo XIX. El proyecto tenía como uno de sus principales objetivos desarrollar en los sujetos un sentido de lealtad y pertenencia a una nueva entidad política, México, una comunidad hasta hacía muy poco, inexistente. Se trataba de construir una ciudadanía cuyo eje en el plano de la convivencia lo proporcionara su sentimiento de pertenencia a la nación. Conseguir que millares de personas, diseminadas a lo largo y ancho de un territorio tan grande como diverso y sin contacto entre sí, se imaginaran mexicanos, requería de un proyecto de formación ciudadana sólido y bien orientado. La enseñanza de la historia desempeñó un papel fundamental en la consecución de estos objetivos, enseñando en el aula a imaginar México.

Imaginar México va de la mano con recordar México, esta es la lógica detrás de la historia de Bronce, cuya tarea consistió en seleccionar y reconstruir los fragmentos de la historia que llevaban en sí la posibilidad de convertirse en símbolos de lo nacional.

La memoria es un mecanismo de recuerdos y olvidos, la historia al servicio del Estado, se encarga de seleccionar las referencias que se convertirán en las pautas de la memoria mexicana, y que mediante su glorificación o condena, irán construyendo un sistema coherente de rasgos y valores asociados a la nación. La historia de México es un ejercicio de amnesia auto inducida. En el aula, los pupilos no aprendían Historia tan bien como la olvidaban.

La escuela fue el espacio de socialización de las prácticas y valores cívicos por excelencia, pues cada elemento humano o material que la conformaba reproducía, cuando no constituía en sí mismo, las pautas culturales vinculadas al ideario nacional. La escuela, en este contexto, particularmente la enseñanza de la historia como un acceso controlado al pasado, fungió como una extensión del Estado mexicano en su proceso de legitimación.

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