Ejercito Rebelde
carfremofa31 de Agosto de 2014
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El Rol De La Mujer En El Ejército Rebelde
La mujer peruana, especialmente la andina, estuvo presente durante todas las etapas de rebelión.
Lucharon a veces como jefes militares; también en actividades administrativas. Muchas alcanzaron jerarquía de heroínas y de mártires.
CAPITULO I
Micaela Bastidas Puyucahua:
Micaela Bastidas Puyucahua nace en 1745 en Pampamarca, hija de Manuel Bastidas y de Josefa Puyucahua. Fue una mestiza zamba, aunque para los españoles fue una simple india. Su familia no contaba con muchos bienes, más bien carecía de ellos, y la situación familiar se agravó cuando queda huérfana de padre siendo aún niña, junto a sus hermanos Antonio y Pedro. Sobre su infancia y sus demás familiares se sabe muy poco, casi nada se sabe de sus padres, no se ha historiado aún en detalles aquel periodo de su vida.
Como toda muchacha de la época colonial, el matrimonio es el punto de partida de su presencia en la historia. Al cumplir los 15 años es desposada por el joven cacique José Gabriel Condorcanqui Túpac Amaru en el pueblo de Surimana, el 25 de mayo de 1760. Y como toda mujer casada prontamente se convierte en madre, así es como a un año de matrimonio nace su primogénito Hipólito en 1761; su segundo hijo Mariano nace al siguiente año en 1762; y luego de algunos años, nace su último hijo llamado Fernando en 1768.
La familia que constituye Micaela Bastidas junto a su esposo y a sus hijos formó parte de aquella nobleza indígena del sur del virreinato del Perú que orgullosamente se jactaba de su abolengo por ser descendientes directos de los incas. Su esposo José Gabriel descendía de Doña Juana Pilcohuaco, hija del último inca de Vilcabamba llamado Túpac Amaru, ajusticiado por el virrey Toledo en 1572. Así mediante el matrimonio Micaela llegó a ser la esposa de un cacique de abolengo, del joven José Gabriel que heredó el cacicazgo de Tungasuca, Pampamarca y Surimana, quien a su vez se convertía en un próspero comerciante. Por ello Micaela vivirá en el seno de una familia pudiente que mantiene ciertos privilegios que le corresponde a su casta y que con los años verá incrementar su patrimonio económico.
Como se sabe la insurrección tupacamarista fue preparada pacientemente con muchos años de antelación, se calcula entre unos cinco a diez años. Si consideramos el año 1770, diez años antes de la insurrección, han trascurrido cuatro años holgados de incremento del patrimonio familiar de los Túpac Amaru, luego de ser reconocido oficialmente como cacique en 1766. Si los próximos diez años fueron de conspiración no hay documentación acerca de la manera cómo pensaban los principales líderes insurgentes como José Gabriel y Micaela. Los contactos que establecía José Gabriel, a través del arrieraje comercial por casi todo el sur del virreinato del Perú y también en Lima, eran todos a través de la oralidad a pesar de que José Gabriel sabía perfectamente escribir, como le correspondía a todo cacique educado en las artes y las letras. Como la ausencia de José Gabriel fuera del seno familiar era periódica y muy prolongada quien periódicamente llevó la administración del patrimonio familiar y del cacicazgo fue Micaela. Para tener una idea sobre el ánimo conspirativo de Micaela por aquellos años y a falta de documentación al respecto, mediante la recreación literaria se ha elaborado, pensando en lo que efectivamente ella hizo posteriormente, lo siguiente:
“Para mi hubiera sido fácil ser feliz, de haber podido huir de la realidad de los míos. Tan atroz. Vivir, pasando por encima de todo, sin sentir los golpes ajenos, encerrada como en el caparazón de una tortuga, compartiendo mi pan con los asesinos de mí pueblo, a cambio de que me llamaran señora (…). Y aunque el amor a mis hijos debiera haberme apartado de esto, no lo he hecho, porque tengo la convicción de que, a pesar de ser casi niños, están de acuerdo con migo” (Barrionuevo 1976: 20).
Asimismo faltando algunos años para la insurrección, tal vez hubiera pensado y hecho lo siguiente:
“Los indios somos muchos y él [José Gabriel] ha comprendido finalmente que sólo la revolución podrá liberar a todos. Después que lo pensó yo he estado con él, llevándole las quejas, animándole, y recordando a los hombres el valor de nuestros antepasados, tratando de incentivarlos para despertar en su sangre las artes dormidas de la guerra, insuflándoles fe en un nuevo destino, en un mañana sin cadenas. Soy una mujer andina y tengo el coraje y la bravura de las kaneñas” (Barrionuevo 1976: 23).
Cuando estalla la insurrección el 4 de noviembre de 1780, ella contaba con 35 años de edad y como muchas mujeres que participaron e integraron el ejército rebelde se la juega el todo por el todo, es decir, triunfan todos o mueren todos. Pero a diferencia de muchas mujeres que participaron de la insurrección ella adquiere un gran protagonismo en la medida que se desenvolvía los hechos de la guerra, paralelamente a su esposo ella es vista como la jefa indiscutible de la insurrección. Si Túpac Amaru ejerció a lo largo de la insurrección el poder de un inca, ella ejerció el poder de la coya (la reina).
Micaela se encarga de la logística de todo el movimiento insurgente, no sólo moviliza, abastece y dirige algunas guerrillas, como el caso de las guerrillas de Pillpinto y Pomacanchi el 28 de noviembre de 1780, sino que es la encargada de coordinar la comunicación de todos los frentes de batalla mediante cartas y la elaboración de los salvoconductos. Ella es la que coordina, notifica, sanciona, agrupa y abastece con efectivos, víveres y armas los frentes de batalla. Tal rol protagónico lo desenvuelve y se acrecienta entre fines de noviembre y diciembre de 1780. Por ejemplo el 07 de diciembre de 1780 Micaela asume el mando del ejército mayor, mientras que Túpac Amaru sale en campaña militar hacia el sur del virreinato. Tal facultad la ejerce porque ella es una de las pocas mujeres, junto a Tomasa Tito Condemayta (la cacica de Acos), que conforma el estado mayor del ejército tupacamarista y por ser la fiel compañera de José Gabriel y preclara promotora de la insurgencia.
A través de las cartas que envío Micaela a los miembros y dirigentes del ejército tupacamarista se puede corroborar el grado y protagonismo que adquirió. Al respecto la historiadora Sara Beatriz Guardia anota:
“Son cartas destinadas a informarle cuestiones puntuales; también solicitudes de justicia a través de las cuales se advierte que tenía autoridad suficiente para dirimir, juzgar y sentenciar. En ellas la llaman: “muy señora mía”, “muy amada hermanita mía”, “amantísima y muy señora mía”, inclusive “señora gobernadora” (Guardia 1998: 137).
Precisamente el 13 de diciembre de 1780 Micaela expide un edicto presentándose como gobernadora, evidenciando así el poder que detentaba como la líder de los insurgentes. Pero el poder que ejercía Micaela no se distanciaba ni mucho menos se contraponía al proyecto insurgente, todo lo contrario, complementaba muy bien el poder que ejercía su esposo, el Inca. Ella apuró el retorno de Túpac Amaru a Tungasuca a partir de la información con la que contaba para sitiar el Cusco, ya que las fuerzas realistas avanzaban pretendiendo cercar Tungasuca. Aquel liderazgo que ejercía Micaela, y que sólo fue maldecido con espanto por los españoles para descalificarla, fue observado por el historiador Carlos Daniel Valcárcel de la manera siguiente:
“La cordura de sus acciones confirió a doña Micaela un gran prestigio entre los suyos, como es notorio en los textos de numerosas cartas enviadas por caciques, gobernadores y particulares. En ellas más que a la esposa del jefe se dirigen a la autoridad superior, a la “Reina” y le solicitan consejos para resolver variados problemas. Las misivas procedían de pueblos de las diferentes provincias, sincerándose de acusaciones infundadas, consultando ciertos asuntos administrativos, dando noticias sobre envíos de hombres o movimientos sospechosos, remoción de autoridades o apoyo económico, atendidos invariablemente con justo criterio y raro tacto psicológico” (Valcárcel 1973: 99).
Como ya es conocido después de la batalla de Chinchina, en Tinta, ocurrida el 6 de abril de 1781, Túpac Amaru cae prisionero al día siguiente (el 7 de abril) cuando se retiraba camino a Langui en una emboscada y clara traición urdida por sus propios colaboradores como Francisco Santa Cruz (quien fuera compadre de José Gabriel), Ventura Landaeta, Fernando Goamara y el cura de Langui, Antonio Martínez. Asimismo en el mismo día Micaela es capturada junto a sus hijos Hipólito y Fernando cuando se disponían a partir camino a Livitaca, igualmente debido a otra traición. Junto a la familia de Micaela caen también prisioneros la cacica de Acos, Tomasa Tito Condemayta, así como Cecilia Túpac Amaru, Patricio Noguera, el coronel José Mamani, los artilleros Ramón Ponce y Diego Berdejo, Andrés Castelo, Felipe Mendizábal, Isidro Puma, Mariano Castaño, Diego Ortigoso, el escribiente Manuel Gallegos, Melchor Arteaga, Blas Quiñones, José Valera, Esteban Vaca (fundidor de artillería), Francisco Torres, el varayoq Lucas Colqe y el más leal colaborador del inca Túpac Amaru, el negro Antonio Oblitas.
Micaela muere ajusticiada junto
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