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El Arañero De Sabaneta


Enviado por   •  24 de Marzo de 2014  •  2.026 Palabras (9 Páginas)  •  454 Visitas

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CONFIDENCIAS

Permítanme siempre estas confidencias muy del alma, porque yo

hablo con el pueblo, aunque no lo estoy viendo; yo sé que ustedes

están ahí, sentados por allí, por allá, oyendo a Hugo, a Hugo el

amigo. No al Presidente, al amigo, al soldado.

Bueno, ayer fui a visitar la tumba de mi abuela Rosa. No quería

ir en alboroto porque siempre hay un alboroto ahí, bonito alboroto

y la gente en un camión y las boinas rojas. Yo dije: “Por favor, yo

quiero ir solo con mi padre a visitar a la vieja, a Rosa Inés”. Allí

llegamos, y llegó el señor, un hombre joven, con una pala y unos

niños, limpiando tumbas. Ellos viven de eso. Y me dijo el señor,

dándole con cariño a un pedacito de monte que había al lado de

la tumba de la vieja: “Presidente, usted la quiso mucho, cada vez

la nombra, ¿verdad?”. “Claro que la quise y la quiero, ella está por

dentro de uno”.

También me dio mucha alegría ver de nuevo, ¿cómo se llama

el niño? No recuerdo, un “firifirito”, que hace un año fui también

a darle una corona a mi abuela, y él llegó: “Chávez, yo vivo limpiando

tumbas y no tengo casa”. Ayer me dijo, con una sonrisa

de oreja a oreja: “Chávez, gracias, tengo casa, mira, allá se le ve el

techo”. Tiene techo rojo la casa. El niñito tiene casa, hermano, con

su mamá y su papá y dos niñitos más, que están ahí, todos limpian

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Cuentos del Arañero

tumbas. Esa vez lo agarré y le dije: “¿No tienes casa?” ¡Claro!, son

tantos los que no tienen casa ¡Dios mío! ¡Ojalá uno pudiera arreglar

eso rápido para todos los niños de Venezuela!

Le pedí al general González de León y al gobernador que se

unieran para atender el caso de ese niño, porque él me dijo con

aquellos ojitos: “Chávez, no tengo casa. Chávez, yo quiero estudiar”,

“Chávez, mi mamá está pasando hambre”, y bueno, me dijo

tantas cosas con aquellos ojitos que me prendió el alma. Y les dije,

miren, hagan un estudio social. Y ya tiene casa el niño y se le ve

el techo rojo. “Allá está. Chávez, visítame”. Y yo le dije: “No tengo

tiempo papá, pero otro día voy”. ¡Ojalá pueda visitarlos algún día!

Ahí estuvimos rezando delante de la tumba de la abuela. Yo nací

en la casa de esa vieja, de Rosa Inés Chávez. Era una casa de palma,

de piso de tierra, pared de tierra, de alerones, de muchos pájaros

que andaban volando por todas partes, unas palomas blancas. Era

un patio de muchos árboles: de ciruelos, mandarina, mangos, de naranjos,

de aguacate, toronjas, de semerucos, de rosales, de maizales.

Ahí aprendí a sembrar maíz, a luchar contra las plagas que dañaban

el maíz, a moler el maíz para hacer las cachapas.

De ahí salía con mi carretilla llena de lechosa y de naranjas

a venderlas en la barquillería. Así se llamaba la heladería, y me

daban de ñapa una barquilla. Era mi premio y una locha para

comprar qué sé yo qué cosas. Bueno, de ahí vengo. Cuando yo

muera quiero que me lleven allá, a ese pueblo que es Sabaneta

de Barinas, y me conformaré con una cosa muy sencilla, como la

abuela Rosa Inés.

LAS PROPIAS RAÍCES

La abuela Rosa Inés decía: “Muchacho, no te encarames en esos

árboles”. Yo me subía arriba, chico. Había un matapalo en el patio

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Hugo Chávez Frías

donde me crié, era un patio hermoso y uno se subía en todos esos

árboles. El matapalo era el más alto y uno buscaba las ramas más

altas porque había unos bejucos y allá abajo un topochal. Y como

las matas de topocho tienen el tronco blando y esponjoso, es como

un colchón.

¿Tú sabes lo que yo hacía? Me lanzaba con mis hermanos y

Laurencio Pérez, el otro que le decíamos “El Chino”. El único que

no se subía era el “Gordo Capón”. El “Gordo Capón” no podía subirse,

era el dueño del único bate y la única pelota Wilson, así que

ese era cuarto bate aunque se ponchara. Uno se lanzaba barúuu,

barúuu. El hombre de la selva. Yo prefería ser Barú que Tarzán.

Barú era africano. Uno caía, se “espatillaba” contra los topochales

y mi abuelita, pobrecita, que en paz descanse, salía con las manos

en la cabeza: “¡Muchacho, te vas a matar, bájate de ahí, mira que

el Diablo anda suelto!”

A veces a mí me daba miedo porque uno pensaba que el Diablo

andaba suelto de verdad. Claro,

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