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El Caudillismo Ensayo


Enviado por   •  29 de Junio de 2017  •  Ensayos  •  3.230 Palabras (13 Páginas)  •  197 Visitas

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Se puede definir el c. latinoamericano desde dos perspectivas sustancialmente distintas, ya sea que se lo considere dentro de un espacio temporal determinado, o como una tendencia implícita al desarrollo político del continente al sur del rio Bravo. El c., en la primera perspectiva, sería un periodo histórico situado entre el fin de las guerras de independencia (1810-1825) y el surgimiento de los estados nacionales en la segunda mitad del siglo xix. Esta concepción considera que la posterior política de hombres fuertes, aun conservando rasgos propios de esta etapa, representa fenómenos sociales radicalmente distintos. En la segunda perspectiva el eje del análisis está puesto sobre la figura del caudillo al que se considera como una expresión típica y común de los pueblos de América Latina más allá de la determinada situación histórica a la que pertenece. De esta forma se salta por sobre las etapas históricas específicas para, en un grado alto de generalidad, establecer correlaciones que prescinden del cambio cualitativo afirmando implícitamente la existencia de sustratos históricos más o menos permanentes como, por ejemplo, el paralelismo que se establece en la Argentina entre los gobiernos de Rosas y Perón. Nos atendremos pues particularmente al primer punto de vista y consideraremos al c. caracterizado por la presencia compleja del hombre fuerte, como el sistema social propio de los países de habla española de Latinoamérica durante la primera mitad del siglo xix. Desglosaremos sucintamente los aspectos económicos, sociales v políticos del periodo caudillista, y, en un segundo momento, expondremos críticamente las distintas interpretaciones del c. para finalizar esbozando un tipo de interpretación comprensiva del fenómeno en su globalidad. Al término de la guerra de independencia los países de Hispanoamérica presentan un cuadro diferenciado y complejo: mientras el impacto del proceso revolucionario en las zonas centrales del imperio colonial, como Perú y México, produjo daños económicos sustanciales, como la destrucción a través de luchas prolongadas de los bienes inmuebles y la posterior fuga de los capitales españoles, en las áreas secundarias, como Buenos Aires v Valparaíso, el impacto negativo fue mucho menor, y posteriormente el desarrollo de estas zonas se vinculó a la expansión del comercio inglés esencialmente a partir de la reforma borbónica. En estos últimos países, por lo tanto, fue decisiva la apertura del libre comercio con Inglaterra pues permitió que los productores locales obtuvieran mejores precios por sus productos al ser eliminada la función de los intermediarios españoles beneficiarios del monopolio comercial, desarrollándose en consecuencia el sector exportador de la economía. Todo lo contrario, ocurrió en las áreas tradicionalmente atadas a la producción minera, como fueron las del alto y bajo Perú y las de México. La reactivación de la producción minera en la época posrevolucionaria exigía la inversión de sumas considerables de capital, lo cual resultaba prácticamente imposible en un periodo caracterizado precisamente por la escasez de capitales disponibles. Esta diferenciación explica el distinto tipo de desarrollo de ambas zonas y sus consecuentes historias específicas. En aquellos países donde el sector exportador se desarrolló de una manera sustancial, se consolidó paralelamente la oligarquía exportadora, la que. apoyándose en los recursos fiscales que le brindaba el comercio, pudo financiar la constitución de un gobierno centralizado y poderoso. Argentina con Rosas y Chile con Portales certifican este proceso unificador que se produce antes que en otras naciones donde la crisis de los sectores exportadores redujo los ingresos fiscales favoreciendo así la dispersión del poder y la formación consecuente de gobiernos débiles y dispersos. Se comprende, por lo tanto, que en el segundo tipo de países fuera más arduo el surgimiento de un gobierno autocrático. que, como expresión de una oligarquía dominante. pudiera imponer su hegemonía a los grupos rivales; así, lo que caracterizó a estos países fue el reforzamiento de los poderes regionales. Es conocido también el efecto que produjeron en los mercados regionales los productos importados, fundamentalmente de Inglaterra; al saturar los mercados produjeron una profunda crisis en la industria artesanal y manufacturera desarrollada en la época colonial. Este hecho produjo el enfrentamiento entre los sectores exportadores, favorables a la libertad de comercio, y los productores de manufacturas coloniales. En Argentina es desde esta óptica que puede entenderse la dicotomía entre el federalismo de las provincias, vinculadas a la producción colonial, y el centralismo de un Buenos Aires cuyo auge se fundaba en sus vínculos comerciales estrechos con Gran Bretaña. En México este fenómeno encontró su expresión en Lucas Atamán, quien reactivó la industria textil mediante la creación del Banco de Avío. La penetración inglesa característica de la primera mitad del siglo pasado determinó un tipo de vinculación especifica con la oligarquía dominante. En este lapso las inversiones directas del capital inglés no fueron de importancia; las compañías integradas con la finalidad de explotar la riqueza mineral fracasaron después de la crisis de 1825. Las relaciones con las metrópolis no influyeron sobre la producción y, por consiguiente, dejaron intactos los modos de producción coloniales y las estructuras sociales correspondientes. Al fin de la dominación española fueron los criollos quienes ocuparon el vértice de la escala social y los sectores propietarios terratenientes se impusieron como el elemento más fuerte. Las grandes propiedades, va se trate de las haciendas o las estancias, típicas del sistema colonial, sobrevivieron al corte independentista, y se expandieron de acuerdo a las incitaciones del mercado externo, sin que este cambio de mercado implicase una crisis del sistema productivo. Lo que si implicó fue la decisiva hegemonía del sector de los terratenientes. En los países con densa población indígena, como México, Perú y Bolivia, la situación y función de la misma siguió siendo esencialmente la misma. Una parte continuó desempeñándose como mano de obra en las haciendas y en las minas, prestando servicios típicamente feudales; mientras que otra parte de la población indígena siguió ocupando la tierra comunitaria al margen del mercado monetario e integrando núcleos casi autosuficientes. Para el mestizo, contrariamente, se abrieron una serie de posibilidades que le facilitaban su ascenso en la escala social, ya sea dedicándose al comercio o integrando las filas de los nuevos ejércitos, sirviendo ya sea como intermediarios, en el primer caso, o como un elemento decisivo para mantener el nuevo equilibrio social a través de la fuerza de las armas, en el segundo. La formación de los ejércitos republicanos, como consecuencia directa de la guerra de independencia, incidió decisivamente en la estructura de poder de la sociedad latinoamericana posrevolucionaria. Si bien el mantenimiento de los ejércitos constituyó una carga pesada que debía ser financiada por los gobiernos recién constituidos, a su vez esos ejércitos eran la única garantía que tenían las clases dominantes para contener la presión ejercida por las fuerzas populares que habían atravesado por la guerra de la independencia. Esta función se puede comprobar con máxima claridad en México, e incluso en Venezuela, donde al menos inicialmente el movimiento de liberación independentista se caracterizó por el levantamiento de sectores populares con programas reivindicativos de un neto contenido social. No obstante, sería equivocado pensar que el ejército era el único cuerpo armado de las nacientes repúblicas: paralelamente al ejército fueron surgiendo una amplia constelación de milicias regionales que eran organizadas por los terratenientes con la finalidad de defender sus intereses. Entre ambas fuerzas, el ejército central y las milicias regionales, se estableció una relación de rivalidad asentada en la diversidad de intereses que las fundaban. El proceso revolucionario fragmentó el área colonial española en una multiplicidad de unidades políticas independientes. Este hecho es fundamental para el análisis de la sociedad americana posterior a la independencia. Mientras que en la etapa colonial la dominación se basaba en la fuerza directa del país colonizador, ahora, en la etapa republicana, se trata de alianzas entre la clase dominante en los nuevos países independientes y soberanos, y las metrópolis extranjeras. La clase dominante que controla el poder en el interior de la economía latinoamericana pasa a ser una variable esencial para todo análisis de esta etapa. Decisivo para nuestro tema es el hecho de que apenas finalizada la guerra de liberación los países americanos que habían sido colonias españolas atravesaron un periodo más o menos largo de luchas intestinas, caracterizadas por la aparición de caudillos que expresaban la desintegración de la sociedad posrevolucionaria. Esta etapa no fue homogénea; en algunos países, y el caso de Chile es el ejemplo típico, la etapa caudillista fue breve, mientras que por ejemplo en Perú, México, Ecuador y Bolivia se prolongó hasta la segunda mitad del siglo pasado. Con la excepción relevante de la anticipada centralización del poder en Chile, en general podemos decir que el periodo del c. finaliza, con las necesarias precisiones en cada caso particular. en la segunda mitad del siglo pasado. Este periodo se caracteriza por las inversiones directas del capitalismo inglés, ya sea mediante créditos a los gobiernos latinoamericanos o mediante la construcción de ferrocarriles, las que producen una mutación profunda del sistema en su conjunto; ante todo, porque reforzaron con sus créditos los aparatos del estado de los nuevos gobiernos, independizándolos en una considerable medida de sus fuentes de ingresos consuetudinarias; luego, porque estos capitales, sobre la base de las nuevas necesidades de las metrópolis en relación con los productos exportables de Hispanoamérica, consolidaron definitivamente a la oligarquía exportadora de los diversos países, la cual en algunos casos asumió el control directo del gobierno o bien lo usó para llevar adelante sus propios intereses de clase. De tal suerte se modificó completamente el panorama social de los nuevos países, produciendo transformaciones económicas, sociales y políticas esenciales. En este marco de análisis general es posible ubicar el problema del c. y tratar de desentrañar su sentido mediante el análisis de las diversas y distintas respuestas dadas al mismo. Para la historiografía tradicional (como es el caso de Alberdi y Álvarez), así como para cierta literatura contemporánea sobre el tema (por ejemplo, para Chevalier y Lamben entre otros), el surgimiento de la anarquía política y del c. se debió esencialmente al vacío de poder creado por la destrucción del imperio colonial; al no existir en los herederos naturales del poder, que eran los criollos, ninguna experiencia política se desarrolló sin tropiezos la anarquía. Esta explicación no es satisfactoria pues el c. se manifiesta como una expresión directa del poder regional que se enfrenta a otros grupos de poder en defensa de sus intereses y sin poder imponer su supremacía sobre los otros. Este aspecto del problema llevó a ciertos teóricos e historiadores a considerar este periodo como semejante al medievo europeo y como una repetición del esquema político feudal En tal contexto los caudillos habrían sido auténticos soberanos en sus dominios, los que funcionarían como sus propios feudos. Esta interpretación no es confirmada por el análisis de las relaciones económicas y sociales del periodo en cuestión. Ante todo, el c. no debe verse como un elemento desintegrador de lo social, sino, más bien, como un centro de atracción a cuyo alrededor se unen los sectores de la sociedad posrevolucionaria. Es en este sentido que Gino Germani habla de una autocracia unificadora posterior a la guerra de la independencia. El caudillo, en una sociedad amenazada interna y externamente por la dispersión, aparece, tal como sostiene Vallenitla Lanz, como la única fuerza capaz de conservar el orden social Con lo que se vuelve evidente el cambio de óptica, pues en lugar de considerar al caudillo como un elemento negativo de disgregación social, se lo considera en su positividad como un guardián del orden. Generalmente los caudillos, y el caso argentino es paradigmático, pertenecían a la clase de los grandes propietarios terratenientes. Comúnmente los caudillos argentinos, como lo ha demostrado Rubén H. Zorrilla, pertenecían a la oligarquía de su región de origen, y gozaban además del apoyo de esta clase para ejercer el poder por cuanto su función política era la defensa de los intereses de su clase. Las clases populares, por su parte, si bien participaron en las luchas del caudillo, nunca fueron representadas por éste en sus intereses de clase. En otras palabras, el caudillo no fue ni el representante ni el defensor de ninguna causa popular. Las movilizaciones de los sectores populares eran realizadas por los caudillos para dirimir entre sí los problema-» políticos que surgían. Por esta razón el autor citado precedentemente distingue entre el "populismo oligárquico" del periodo caudillista del siglo pasado, y el "populismo burgués" de nuestro siglo. En este sentido debería comprobarse si en otras zonas de América Latina la extracción y la función social del caudillo guardan similitud con el caso argentino. Otras interpretaciones sostienen que además de una personalidad carismática el caudillo debe poder contar con una amplia red de relaciones (Zorrilla) y de una fuente de recursos económicos considerable y permanente (Díaz). Y esto por razones obvias, ya que la fidelidad de las tropas fue proporcional a la capacidad del caudillo para mantenerlas satisfechas. Así, los caudillos que controlaron las fuentes principales de las rentas —que en general provenían del comercio— fueron a la larga quienes se impusieron a los grupos rivales estableciendo su hegemonía. Entre las propuestas más válidas, incluso hasta hoy, respecto al origen del c. debemos ubicar la realizada por Sarmiento en su Facundo. Para Sarmiento no se trata de circunscribirse a la individualidad de los personajes, ya se trate de Rosas o de Facundo, sino de ubicar el fenómeno en el panorama tanto geográfico como histórico que lo genera. Así el régimen de propiedad agraria, las grandes estancias, está dominado por el paisaje de la pampa, de la gran extensión abierta dedicada a la explotación rudimentaria de la ganadería y donde el ejercicio de la violencia se ha convertido en una forma de vida. Es este campo extremadamente fértil el que genera el gaucho en sus diversas formas, y el gaucho es uno de los elementos constitutivos del c. Pero el c. implica otro elemento, un elemento antagónico esencial, y éste es la ciudad. De allí la conocida fórmula sarmientina de "civilización o barbarie". Mientras el campo es el lugar de asentamiento de la tradición católica dogmática de España, la ciudad es el centro desde el cual se expande la luz. del racionalismo europeo. Mientras el aislamiento propio del campo genera la anarquía y la tiranía, la concentración urbana engendra el orden y la democracia. La linealidad de este esquema es complejizada por Sarmiento, ya que en el transcurso de su acción el caudillo que llega a dominar tanto la ciudad como a los otros caudillos de la provincia, sin quererlo pone las bases para la futura organización nacional, \ sanciona así, paradójicamente, la supremacía de la ciudad sobre el campo. El itinerario descrito, específico de Argentina, refleja, sin embargo, el itinerario seguido por otros países de América Latina. No es casual, entonces, que un autor como Bunge sostenga que el carácter del c. no es ni anárquico ni retrógrado, y que considere como formas típicas del c. a Rosas, que encarna la intransigencia de los gobiernos teocráticos, y a Porfirio Díaz que encarna la materialización del orden y el progreso. La tipología de Sarmiento, su distinción orgánica entre la ciudad y el campo ha dado origen a un debate que aún continúa en nuestros días. Con distintos términos se sigue hablando de un sector moderno y de otro tradicional, vale decir de la dicotomía sarmientina entre la ciudad y el campo. Este esquema continúa vigente, con las adecuaciones del caso, en las teorías desarmllislas, ya que éstas postulan la universalidad de las etapas de desarrollo y extraen sus modelos de las sociedades más desarrolladas: en los países subdesarrollados los sectores rurales funcionan de una manera feudal al margen del sector moderno o capitalista. En este contexto el c. es la expresión política de un urden económico arcaico y reaccionario. En oposición a las teorías desarrollistas surgió la teoría de la "dependencia” que criticó a fondo la tesis dualista de los primeros. Para los dependentistas la sociedad latinoamericana fue desde el principio, desde sus orígenes coloniales, parte integrante del sistema capitalista. Su visión del problema es radicalmente distinta a la de quienes ven una América cerrada sobre sí misma: ellos sostienen, por el contrario, que se trató siempre, en un mayor o menor grado, de una sociedad abierta y dependiente de los factores externos, y que fue precisamente esta dependencia la que generó el subdesarrollo, no únicamente dividiendo en el plano internacional a los países entre pobres y ricos, sino generando una división semejante, en el interior de cada país dependiente entre la ciudad y el campo, lino de los representantes más notorios de esta corriente interpretativa, A. Gunder Frank. afirma que la tensión fundamental del periodo caudillista hispanoamericano no fue el producto de una lucha entre sistemas opuestos (del feudalismo rural contra el capitalismo urbano), sino de grupos antagónicos por su posición frente a un mismo sistema de explotación, el capitalista; ¡de una parte, ubica a los sectores aliados con los intereses del capitalismo inglés, y de la otra al “partido americano” que trataba de disminuir a!  menos el grado de dependencia. La primera mitad del siglo pasado contempló esta lucha: el "partido americano" representaba los intereses de las provincias y defendía la industria indígena tradicional, contra la política pro europea de los exportadores. El c., ya se tratará de Rosas en Argentina, Juárez en México y López en Paraguay, representaba la resistencia del espíritu americano a ser dominado por el espíritu, las costumbres y el comercio europeo. Esta interpretación, al igual que la primera que hemos mencionado, peca por su excesivo esquematismo. Tanto el partido europeo como el partido americano, como se expresa Frank, estaban de acuerdo en el reconocimiento del papel a desempeñar por el comercio inglés: sus diferencias deben ubicarse más bien como disensiones internas en el mismo bloque dominante. Está claro que el c. no fue la expresión política de un sistema de tipo feudal europeo ni de un régimen capitalista puro. Es evidente que desde la época de la colonia el desarrollo de América estuvo estrechamente ligado al desarrollo del capitalismo mundial. También es cierto que el tipo de producción americana, incluso en la primera mitad del siglo pasado, fue de tipo feudal, y esto no significa falta de vínculos con el comercio internacional, sino todo lo contrario: el desarrollo de las áreas coloniales dependió en gran parte de sus \ vínculos con el exterior, fundamentalmente en sus exportaciones mineras y de productos tropicales. Y el crecimiento del sector exportador dependió estrechamente de estos sectores externos. Es en este sentido que es posible sostener que el c. del siglo XIX refleja, en un nivel político, los vínculos de dependencia que existían en el nivel económico entre las regiones. La lucha caudillista fue. sin duda alguna, una lucha entre regiones. pero "de oligarcas que aspiraban al control de los mecanismos necesario» para dominar la totalidad del sistema", como sostiene Antonio F. Mitre. El hundimiento del sistema colonial implicó el crecimiento y el fortalecimiento de la oligarquía exportadora, vinculada comercialmente con el capitalismo ingle», y este hecho tuvo como consecuencia una fuerte presión sobre la estructura económica de tipo feudal propia de la colonia, creando por consiguiente tensiones potencialmente disruptivas en el interior del sistema. El c. surge como fruto de estas tensiones y como instrumento social capaz precisamente de canalizar estas tensiones volviendo de esta manera posible la articulación del anterior orden de tipo feudal con el nuevo mercado capitalista, todo esto realizado ya en el escenario de países que gozaban de soberanía e independencia.

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