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El Cornudo

shu108 de Enero de 2015

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Página 1 de 10

HAMLET

de

William Shakespeare

Traducción, versión y adaptación de

José María Ruano de la Haza

Personajes

HAMLET OFELIA

CLAUDIO GERTRUDIS

POLONIO LAERTES

HORACIO UN ACTOR

PASTOR CORTESANO

SEPULTURERO MENSAJERO

REY REINA

LUCIANO

Cortesanos, soldados, criados, etc.

© 2007 de José María Ruano de la Haza 2

Escena I

Salen el rey CLAUDIO y la reina GERTRUDIS, seguidos de HAMLET,

POLONIO, LAERTES y OFELIA.

CLAUDIO.––Querida esposa, caro hijo y sobrino, amigos todos: todavía conservo viva

en la memoria la imagen de mi amado hermano Hamlet, muerto en agraz. Mi

corazón, saturado de dolor, sigue de luto y quiere que lo esté también la faz del

reino. No obstante, os estaré a todos eternamente agradecido por el sabio y generoso

consejo que libremente me disteis, el cual, aliado a mi profundo sentido del deber y

lidiando con mi instinto natural, me hizo recordar mis graves obligaciones.

Siguiendo, pues, vuestra recomendación determiné no sólo poner fin al largo duelo

oficial por la muerte de mi hermano, sino tomar por esposa a la que antes fuera mi

hermana y ahora es mi reina. Y en verdad os digo que lo hice triste en la dicha y

gozoso en la tristeza, con un ojo alegre y el otro apenado, con alegría en el funeral y

con desconsuelo en la boda. Pero ya basta de hablar de hechos luctuosos. Tratemos

ahora de los asuntos que os importan.

HAMLET se adelanta a hablar con él, pero CLAUDIO finge no verlo y se dirige a

LAERTES.

CLAUDIO.–– Dime, Laertes, ¿qué deseas de mí? Habla, pues no podrás dirigirte

razonablemente al rey de Dinamarca si no pones fin a tu mutismo. La mente está tan

relacionada con el corazón, y la mano tan relacionada con la boca, como lo está tu

padre con el Rey de Dinamarca. ¿Qué pides, Laertes?

LAERTES.–– Majestad, vuestra venia para regresar a Francia. Vine de buen grado a

Dinamarca para mostraros mi lealtad en vuestra coronación. Pero ahora, cumplido

mi deber, confieso que mis pensamientos y mis deseos me inclinan hacia Francia.

CLAUDIO.–– ¿Tienes ya permiso de tu padre? ¿Qué dice Polonio?

POLONIO.–– (con énfasis) Señor, sólo ha logrado mi consentimiento después de miles y

miles de súplicas y peticiones. Os ruego, pues, que le permitáis partir. 3

CLAUDIO.–– Tienes mi permiso, Laertes. Y no te olvides… de gozar de tu juventud el

tiempo que te dure.

LAERTES hace una reverencia y se va.

CLAUDIO.–– Y ahora, mi querido Hamlet, sobrino e hijo mío….

HAMLET.– (Molesto, aparte) (Más bien primo que sobrino…)

CLAUDIO.– ¿Por qué esa tristeza? ¿Qué nubarrones ensombrecen tu rostro?

HAMLET.– No es eso, señor; es que paso demasiado tiempo expuesto al sol.

GERTRUDIS.– Querido Hamlet, desecha ese melancólico humor. No sigas cabizbajo

buscando a tu noble padre en el polvo. Ya sabes que es ley natural que todo lo que

vive ha de morir, pasando de aquí… a la eternidad.

HAMLET.– Sí, madre; esa es ley natural.

GERTRUDIS.– Pues si es así, ¿por qué parece perturbarte tanto?

HAMLET.– ¿Parece? Yo no sé lo que es «parecer». Mi dolor, amada madre, no lo

proclama esta capa negra que me cubre, ni la ropa de luto solemne, ni mis

profundos e involuntarios suspiros; no, ni siquiera el raudal de lágrimas que a veces

mana de mis ojos. Esas cosas son … el ropaje de la pena. Lo que yo siento aquí

dentro… eso… eso no hay modo de expresarlo.

CLAUDIO.– Hamlet, señal es de tu dulce y admirable naturaleza que cumplas tu deber

llorando la muerte de tu padre. Pero has de recordar que tu padre perdió a su padre y

que este padre perdió al suyo y que cada uno de los hijos sintió durante un tiempo la

obligación de guardar luto. Pero perseverar con obstinación en el duelo, más es

irreverencia que devoción. Y tampoco es cosa de hombres. Es contrario a los

designios divinos, y señal de un corazón débil o una mente impaciente o un

entendimiento inmaduro. Destierra ese dolor inoportuno y mírame como si fuese tu

padre. Pues –y quiero que todo el mundo lo sepa– tú eres el más cercano a mi trono.

Por ello me atrevo a decirte, con el más noble amor que el padre más afectuoso

pueda mostrar hacia su propio hijo, que tu intención de regresar a la Universidad de

Wittenberg es contraria a mis deseos. Te lo ruego. Quédate aquí con nosotros,

alegrándome los ojos como mi más principal cortesano, mi sobrino y mi hijo. 4

GERTRUDIS.– Escucha los ruegos de tu madre, Hamlet. Yo también te suplico que no

regreses a Wittenberg.

HAMLET.– Madre, haré lo posible por obedecerte.

CLAUDIO.– ¡Qué amorosa respuesta! Serás otro yo en Dinamarca. Gertrudis, ven

conmigo. Mi corazón se regocija por esta libre decisión de Hamlet y quiero

celebrarla haciendo que el cañón sea escándalo del aire cada vez que beba a la salud

de mi amado sobrino e hijo.

Se van todos, quedando solo en escena HAMLET.

HAMLET.– Oh, si esta carne mía, tan, tan sólida se derritiera hasta convertirse en

rocío… Oh, si el suicidio no estuviera terminante prohibido por las leyes divinas…

¡Qué mercenario, qué insulso y caduco me parece todo! El mundo es un jardín lleno

de ortigas, invadido por la inmundicia y la putrefacción. Lo grosero, lo hediondo se

extiende por todas partes propagando el olor a podrido. Solamente hace dos meses

que murió; no, ni siquiera dos meses. Un rey tan admirable comparado con éste… y

tan amoroso con mi madre. Y ella, que le abrazaba con apetito siempre insatisfecho,

en menos de un mes… No quiero ni pensarlo… Inconstancia: tienes nombre de

mujer. ¡En menos de un mes! Antes de que se le pudieran manchar los zapatos que

se puso para el funeral, cuando toda llorosa… ¡Dios! Un animal irracional hubiera

llorado su muerte durante más tiempo ¡Y con mi tío! ¡Casada con el hermano de mi

padre! … aunque se parece tanto a mi padre como yo a un dios del Olimpo… En

menos de un mes… sin tiempo de que se le secaran las simuladas lágrimas… vuelve

a casarse… y a meterse con prontitud… en una cama incestuosa. No está bien

hecho, ni puede traer bien alguno; mas, aunque el corazón se me rompa en pedazos,

he de callar y aceptarlo.

Sale HORACIO.

HORACIO.– Alteza…

HAMLET.– ¡Horacio! ¿Eres tú? ¡Cuánto me alegro de verte! 5

HORACIO.– Señor, soy tu humilde servidor.

HAMLET.– ¿Qué te trae de Wittenberg?

HORACIO.– Me he ausentado sin permiso, señor.

HAMLET.– ¡No me lo creo! ¿Tú, haciendo novillos? Pero, dime de verdad, ¿qué haces

en Elsinor?

HORACIO.– Vine al funeral de vuestro padre.

HAMLET.– No me tomes el pelo, camarada. Tú has venido… a la boda de mi madre.

HORACIO.– En verdad que uno siguió rápidamente al otro.

HAMLET.– Todo fue por ahorrar dinero, Horacio. Los fiambres que sobraron del funeral

sirvieron de plato frío en el banquete de boda… Mi padre… Creo que veo a mi

padre.

HORACIO.– ¿Dónde, señor?

HAMLET.– En mi mente, Horacio.

HORACIO.– Yo le conocí personalmente. Era un buen rey.

HAMLET.– Era… un hombre… nada más y nada menos que todo un hombre. No

conoceré a otro como él.

HORACIO.– Señor… yo pienso que lo vi anoche.

HAMLET.– ¿Viste? ¿A quién?

HORACIO.– Al rey… a vuestro padre.

HAMLET.– ¿A mi padre?

HORACIO.– Suspended vuestra admiración y escuchadme atentamente, que yo os

contaré una maravilla.

HAMLET.– Por lo que más quieras, ¡habla!

HORACIO.– Unos centinelas que conozco, de nombres Marcelo y Bernardo, me han

contado que, durante su vigilia, a la medianoche, cuando todo se hallaba sepultado

en la soledad y el silencio, vieron en la distancia una figura parecida a la de vuestro

padre, armado correctamente de la cabeza a los pies, como si estuviera a punto

...

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