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El Placer Como Principio ético

betomorfeo8 de Mayo de 2014

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INTRODUCCIÓN

Hace no mucho, escuchamos decir de una profesora de psicología una definición del hombre que nos llamó mucho la atención, no sólo por ser poco común, sino porque resultaba ser atrevida y, al menos a primera vista, reductivista bajo ciertos presupuestosepistemológicos, morales, psicológicos, antropológicos, sociológicos, etc. Tal afirmación es la siguiente “¿Qué es el hombre? somos pequeños seres sedientos de placer”. En ese momento se desdoblaron cataratas de textos, citas de autores, reflexiones personales anteriores y cuestionamientos que nos dibujaron una sonrisa, como signo de confirmación de que era necesario quitarle a tal afirmación su gratuidad y someterla a un proceso de argumentación para conocer sus alcances y sus límites.

El presente trabajo pretende exponer de manera sintética, dada la brevedad que exige un ensayo, algunas líneas de investigación al respecto, a la espera de un ulterior desarrollo en cada uno de los rubros marcados. Para tal fin, hemos de recurrir, principalmente, a algunas tesis propuestas por Fernando Savater en su libro “Ética para Amador”. No queremos que el lector espere un pronunciamiento definitivo frente a la afirmación “Somos seres sedientos de placer”, simplemente pretendemos arrojar cierta luz sobre los caminos en los que puede ponerse los pies del que transita en busca de una respuesta la pregunta ¿quién soy?, con ello, que cada quien asuma, de manera libre y responsable, su opinión al respecto.

Sin más preámbulos, entremos en materia.

RELACIONALIDAD, EL PRINCIPIO DE LA PERSONA

En su libro, Savater afirma que lo que toda persona mentalmente sana busca es la buena vida, pero no cualquier tipo de vida,sino una vida humana y una vida humana es una vida en relación (p. 57). Esta buena vida, se halla en la felicidad (alegría) que produce el placer (p. 108).

En este párrafo se hallan varios argumentos que bien vale la pena poner en orden, sistemáticamente hablando, a fin de hacer más sencillo su estudio.

Primero, para el autor en cuestión, la vida humana es una vida en relación. Tal afirmación ha sido ampliamente expuesta en los trabajos de algunos filósofos como René Descartes (Meditaciones Metafísicas), Martin Buber (Yo-tu), Emmanuel Lévinas (El tiempo y el otro, Totalidad e infinito: ensayo sobre la exterioridad, entre otros), Maurice Merleau-Ponty (Fenomenología de la percepción); algunos poetas como Plablo Neruda, Antonio Machado, Mario Benedetti, etc. y podríamos citar sociólogos, psicólogos, etc. que harían una lista bastante extensa, sin embargo, haciendo una lectura más o menos detenida de sus trabajos podremos resumir que la relacionalidad del ser humano es lo que le confiere el carácter de persona, es decir, el ser humano se hace persona humana, cuando entra en relación, siempre y cuando dicha relación lo interpele y lo recree. Podremos identificar la relación de la persona con tres grandes grupos: Yo-mismo, tu (el otro, el distinto a mi) y el cosmos.

La forma de entrar en relación con estos grupos dependerá de ciertas preguntas clave, ¿Para qué quiero yo relacionarme con ellos? ¿Cómo me relaciono con ellos? ¿Cuál es mi posición al relacionarme con ellos? ¿Hacia dónde mira mi relación con ellos?

Una relación de gratuidad o servilismo

Con gratuidad me refiero a no querer sacar partido de manera ventajosa. En el caso de la relación conmigo mismo ¿cuántas veces me he detenido a pensar, por ejemplo, en el cuerpo que yo soy? Pareciera que muchos años ha trabajado para mí, en lugar de conmigo, lo peor no es eso, sino que parece estar condenado a seguir así, ¿he aprendido a escuchar la voz de mis necesidades, afectivas, físicas, sociales, etc.? o sólo me he dedicado a tratarme a mí mismo cual si fuera un objeto del que puedo prescindir sin dejar de ser en el mundo.

En mi relación con los otros, ¿soy capaz de donarme o voy por la vida dando algo a cambio de una ganancia, primaria o secundaria? ¿Hasta dónde el otro puede ser un verdaderamente otro y yo estoy dispuesto a aceptarlo, respetarlo y vivirlo como eso, un verdaderamente otro?

En mi relación con el cosmos, tal vez esta sea una de las más difíciles en este rubro, si partimos del presupuesto de que las cosas son para servirnos de ellas. El problema comienza cuando descubro que, si bien es cierto que “la materia no se crea ni se destruye, sólo se transforma”, no necesariamente nos va a gustar la transformación definitiva del planeta, si continuamos por el camino de saqueo y destrucción por el que ya hemos caminado un cierto tramo. Da la impresión de que nos relacionamos con la tierra como si tuviéramos otro “hogar” al cual ir, cuando nos hayamos acabado éste.

Una relación consciente o inconsciente

No puedo renunciar a relacionarme conmigo mismo en tanto que yo soy en mi cuerpo, en mis pensamientos, en mis deseos, en mis alegrías, en mis tristezas, en mis frustraciones. Sin embargo, esto no quiere decir que dicha relación sea plenamente consciente, A veces solemos ir por la vida sin mayor conciencia que la rutina, porque esto me asegura la superviviencia y entonces, lentamente voy destruyendo, o voy permitiendo que otros destruyan, lo que de humano hay en mí, y adquiero nuevas formas de ser-en-el-mundo bajo una especie de robots cubiertos de piel, pero fríos de espíritu, diseñados para seguir ordenes pero incapaces de arriesgarse a vivir su propia vida, para no tener que lidiar con la responsabilidad que exige la libertad.

Lo anterior viene muy a cuento en mi relación con los otros, en la medida que tome consciencia de que yo soy yo, puedo comenzar a vivir el tu en sus implicaciones más profundas. Esto es, sin pretender hacer que los demás actúen como si fueran un reflejo de mi mismo, sin pretender que dejen de ser lo que son, para ser lo que yo quiero que sean. Valorando la diferencia como espacio de apertura y crecimiento.

Una relación consciente con el cosmos se traduce en una relación de respeto y cuidado, en el sentido más profundo del término. Cuando se es consciente de que éste es el único lugar que tenemos para vivir, no podemos menos que detener en lo posible el consumo de productos que lastiman la vida en la tierra, directa o indirectamente, buscar el aprovechamiento de los recursos, sin llegar a la explotación masiva de los mismos, incluir esfuerzos para propiciar los espacios en la regeneración de los recursos consumidos, etc.

Una relación de libertad o dominación

A simple vista, pudiera parecer que mi relación conmigo mismo está exenta de un binomio dominador/dominado, en tanto que no podría ser tirano de mi mismo, sin embargo, bástenos citar un ejemplo para detenernos un poco en este asunto. Hasta hace no mucho, las mujeres que se aventuraban a caminar por el camino del erotismo eran tachadas de “moral distraída”, y ya no se diga de las que se atrevían a disfrutar de una “relación sexual”, aun cumpliendo con la serie de requisitos que la sociedad imponía para llegar a tal situación, es decir, debidamente casada y con su esposo, por supuesto. Por tal motivo, antes de contraer nupcias, debían ser educadas en la “moral y buenas costumbres” del recato, del negarse a sentir placer, pues estar en la cama era algo bochornoso pero necesario para tener hijos, así que era necesario dominar el cuerpo, y si este, en algunas ocasiones las traicionaba, para eso existía el confesionario. Lo anterior sólo quiere ejemplificar la puesta en práctica de una antropología dualista, en la que el cuerpo era considerado la cárcel del alma, sin embargo, en la actualidad acudimos a un neo-dualismo, en el que el cuerpo es considerado solamente un pedazo de carne y, por tanto, el sexo se ha vuelto sólo eso, sexo, una práctica que si yo quiero y tu quieres la podemos pasar bien. De este modo se ha vaciado de significación el concepto de intimida en su acepción más profunda.

La libertad, en ese sentido, busca un espacio de integridad de la persona, ser-en-el-mundo de manera plena, ni la represión, ni la sublimación son el camino.

Si en mi relación conmigo mismo no estoy exento de vivirme como dominador y dominado, menos lo estoy en mi relación con los otros. Llámese relación de pareja, padre/madre-hijos, patrón/empleado, etc., pareciera que la configuración del orden social establecido sólo ha puesto dos asientos en la sala de la vida: dominar o ser dominado. Afortunadamente, cada vez hay más “locos” que han rechazado sentarse en alguno de los dos lugares y han preferido mantenerse de pie, al tiempo que ayudan a otros a dejar la comodidad de aquel lugar y darle la cara a la libertad. La libertad, en ese sentido, es una actitud de vida que constantemente se renueva en la convivencia diaria, esta actitud consiste en ser y dejar ser.

A diferencia del resto de los animales, el ser humano, en cuanto persona, no nace libre, sino que se hace, se esfuerza todos los días por conquistar la libertad, por paradójico que dicha expresión pueda resultar, y puede ayudar, o no, a otros a conquistarla.

En un mundo en el que tener voz lo es todo para poder conferírsele la categoría de existencia, el planeta ha comenzado a “gritar” para que volteemos a hacerle caso. Durante cientos de años la tierra fue objeto de dominación y explotación, en parte se lo debemos a una mala exegesis del texto bíblico de Gn 1, 28 “Y los bendijo Dios, y les dijo: "Sean fecundos y multiplíquense y llenen la tierra y sométanla; dominen en los peces del mar y en las aves de los cielos y en todo animal que serpea sobre la tierra”, sin embargo, la versión Yahavista de la creación pide al hombre recién creado que labre y cuide del Jardín del Edén, Cfr. Gn 2, 15.

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