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El Regreso De Martín Guerre


Enviado por   •  26 de Agosto de 2014  •  813 Palabras (4 Páginas)  •  289 Visitas

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En 1539 se concertó el matrimonio entre Martín Guerre y Bertrande de Rols, ambos de catorce años. Martín era alto y ágil, Bertrande, muy hermosa; la familia del novio tenía una fábrica de tejas, la de la novia un viñedo. Pasaron varios años y Bertrande no quedaba embarazada; en el pueblo se comentaba que su marido era impotente. Por fin, merced a una curandera y muchas misas, el matrimonio pudo ser consumado y nació un niño. Poco tiempo después, en 1548, Martín Guerre fue acusado por su propio padre, de robarle grano. Entonces huyó del pueblo y durante ocho años nada más se supo de él. La joven y su hijo quedaron bajo la tutela de Pierre Guerre, un tío de Martín, que además se casó con la madre de Bertrande, viuda. Un buen día Martín Guerre regresó. Se ignora qué explicaciones dio sobre su larga ausencia, pero lo cierto es que Bertrande se sintió feliz y la vida retomó su cauce; nacieron dos hijas y todo marchó a la perfección durante tres años, hasta que Martín Guerre cometió su único error. Fue cuando se enfrascó en un pleito contra su tío Pierre Guerre reclamando su legítima herencia, puesto que el padre lo había perdonado antes de morir y dejó constancia en su testamento. En medio del duro pleito apareció en Artigat un soldado que denunció como impostor a Martín Guerre; quien en realidad sería Arnoult du Thil, alias Pansette. Agregó que el verdadero Martín Guerre había perdido una pierna en la batalla de San Quintín; que los tres habían luchado juntos en el ejército español en Flandes. ¿Cómo era posible que hubiesen pasado tres años sin que nadie hubiera puesto en duda su identidad? Cierto es que entre gente sin retratos, luego de ocho años de ausencia, la memoria de un rostro bien podía perderse. Martín Guerre fue detenido y llevado a juicio. Durante el proceso Bertrande, las hermanas de Martín y buena parte de los testigos juraron que no había fraude alguno, que recordaban bien sus señas particulares: una cicatriz en la frente, un defecto dental, una mancha en la oreja izquierda, etcétera. Otros recordaron como al volver saludaba a todos por su nombre y era capaz de recordar sucesos comunes con detallada precisión. Bertrande agregó algunos detalles íntimos. El juez Jean de Coras no ocultó su simpatía por ese hombre que pese a su condición rústica tenía aplomo, era inteligente y desbordaba de elocuencia. Para el actuario Le Seur, “no parecía contar una historia armada ante los jueces, sino que los hechos cobraban vida frente a sus ojos”. Entre sus adversarios no faltó quien lo acusó de prácticas mágicas. “Había, en verdad, gran razón de pensar tal cosa”, admitió Jean de Coras. La corte estaba perpleja. Todo terminó cuando se presentó un hombre con una pata de palo que adujo ser el verdadero Martín Guerre. Los jueces le interrogaron secretamente y luego volvieron a llamar a Bertrande. La mujer, sorpresivamente, reconoció al cojo como su marido, se arrojó a sus brazos y le pidió perdón mientras culpaba de todo a las malas artes de Arnoult du Thil y a las hermanas de Martín, que por crédulas -o vaya a saber por qué razones- la indujeron al error. El recién llegado no se conmovió: “Un padre, una madre, hermanos y hermanas pueden no reconocer a su hijo, o hermano, pero la esposa debe conocer al marido, y nadie tiene más culpa que vos”. Martín Guerre o Arnoult du Thil, ya no importa, estaba perdido. El 12 de septiembre de 1560, la corte le sentenció a la horca. Antes debía hacer confesión honorable ante la iglesia de Artigat. Dijo que había tenido la idea cuando dos personas le confundieran con el verdadero Martín Guerre. Luego, de rodillas y en camisa, cabeza y pies desnudos, con la cuerda al cuello y teniendo en sus manos una antorcha de cera ardiente, pidió perdón a Dios, al rey, a la justicia y a Martín Guerre y Bertrande. Luego fue entregado a manos del ejecutor de la alta justicia, que le hizo recorrer las calles y lugares de Artigat hasta llegar ante la casa de Martín Guerre. En ese mismo lugar fue ahorcado y su cuerpo quemado. Pasados cuatro siglos y medio, los criminólogos aún discuten el caso, los historiadores buscan los secretos de esta historia en archivos parroquiales y actas notariales, en los cuentos y canciones, en los papeles y notas. Parece no haber duda de que Arnoult du Thil se había enamorado verdaderamente de Bertrande y eso explica su conducta final. En sendos artículos publicados en The America Historical Review (1988), Natalie Zemon Davis ha sostenido con convicción la tesis de que Bertrande también le amaba y conocía la impostura; otro historiador, Robert Finlay, la refutó. Su debate es utilizado aún en varios cursos de metodología de la Historia en universidades inglesas y norteamericanas.

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